Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







domingo, 11 de abril de 2010

UNA MAÑANA




Aprobada ya la Ley de Reforma Sanitaria en los Estados Unidos, la cual no me afecta en lo más mínimo, me sirvo de este texto para, en un futuro, utilizarlo de brújula para situarme en este espacio temporal. Es lunes y no he pensado mejor forma de afrontar el día que levantarme de un tirón, desayunar, ducharme y salir pitando a clase de derecho del Trabajo. Tengo comprobado que el cumplir con mis obligaciones hace que luego el día me sepa mejor, me sienta más realizado. Me he llevado un libro de Ernest, “Adiós a las Armas” ambientado en la Primera Guerra Mundial. Mientras el tono peludo y el ritmo de carretilla que salía de la boca del profesor se perdía por la amplitud del aula, yo me encontraba inmerso en tierras italianas acompañando al teniente (Henry) y a su tres compañeros de ambulancia. Justo habían abatido a uno de ellos de un tiro que le atravesó la nuca y le salió por un ojo cuando el profesor daba por terminada la sesión sobre los contratos de trabajo, citándonos para acometer al día siguiente con pasión el tema 4. Me calé las gafas y enfilé Gran Capitán. Fui a la sucursal de Caja Madrid. Me quedaba en saldo 65,80 euros. Le debía 50 a mi chica y 5 al Veterano. Me quedaban 10 euros para tirar el resto de la semana hasta que recibiese la siguiente remesa. Saqué 60 en el cajero y, cuando me disponía a marcharme, pensé que me era indispensable sacar los 5 euros restantes. Entré y esperé mientras la cajera hablaba por teléfono. Tenía los ojos bonitos, esta, la cajera. No me importó esperar. Al fin colgó y me dio los 5 euros no sin antes lanzarme una miraba compasiva, como si de un cachorro me tratase. Callejeé hasta llegar a la Plaza de los Lobos donde especímenes de los ochenta chupaban litros y discutían sobre la metadona. Una vez allí cruce otra calle hasta encontrarme en Plaza Trinidad. Los árboles estaban talados y el Sol primaveral daba de lleno sobre los bancos de piedra. Me senté. Saqué un cigarrillo y volví a abrir Adiós a las Armas. El teniente y sus soldados se encontraban en un puente de ferrocarril. Ya habían perdido a uno de ellos. Avistaban algunos soldados alemanes y estaban cagados de miedo. El viejo Ernest las debió pasar canutas en aquella guerra, me imagino. Yo, mientras tanto, observaba un par de punkys-perros enfrente. La chica tocaba la guitarra. Exactamente no tocaba nada concreto, simplemente la raspaba. Una chica, morena, con grandes gafas de Sol, parecía esperar a alguien. Una gitana, en el banco contiguo, me pidió la hora. Miré el cielo. Despejado. El alto cielo de España, que decía Hemingway. Que encontraría en este país que tanto le deslumbraba. El Sol, precisamente. El Sol en este país cae duro. Sonó el teléfono. Era Clara, mi chica. Que qué estaba haciendo. Leyendo en la Plaza Trinidad, tomando el Sol. Que volviese cuando quisiera. No tenía ninguna prisa, la verdad. Quería decirle que hacía un día estupendo, que nos fuésemos a beber vino. Pero un lunes, en fin. Seguí leyendo un poco más hasta que la testa me ardía. Me levanté y me puse la mochila. Desde que volví a estudiar uso mochila. Pasé por una callecita que conecta con la plaza del burro. A la derecha, las terrazas de los restaurantes estaban atestadas de británicos. A la izquierda el zoco improvisado, con sus puestos de fruta, las dos panaderías y el fuerte olor a especias que el ligero viento arrastraba desde los puestos de la pared lateral de la catedral. La gente en las terrazas, al Sol, tomando cervezas y riendo, hacían dudar si realmente era lunes en esta ciudad mágica. Cuando metía las llaves en la cerradura del portón recordé que en el mismo banco de piedra donde acababa de estar, hacía tan solo, justo hace de dos años, en plena fiesta de la primavera, me senté junto a mi amigo Francis, totalmente derrotado, convencido de que había algo muerto en mí. Sin ninguna esperanza, miraba de reojo a mi amigo con el convencimiento de que no teníamos salida. Vamos, como el Teniente a mitad del libro. Lógicamente, estos encontraron la salida. Tenían 150 páginas por delante. Mientras abría la puerta de casa, me pregunté en cual debía encontrarme yo a estas alturas.

9 comentarios:

  1. Socio eres un cabronazo, es jodidamente bueno y positivo. Sí señor. Magistral.

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  2. Sublime. Cuanto talento tiene mi xico.

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  3. Los mejores resultados nacen de nuestras propias vivencias,y quien mejor que tú para trasladarlas al papel.me gustó

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  4. Muy bueno, me encantoó el paralelismo entre las dos historias en la narración, me refiero a la tuya y a la de Ernest.besitos!

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  5. Gracias a esta mierda llevo tres o cuatro días eufórico, y más animado que el copón. Gracias una vez más Socio. Lo has bordado.

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  6. ATENCIÓN: Necesito material urgentemente. Es que se os ha secao la sesera??

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  7. yo no puedo escribir nada pqno me dejas formarr parte de cacagénesis :-P

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  8. Uf que chungo lo tiene el editor... La que se va a liar...

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