Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







lunes, 27 de febrero de 2012

SEXUS; Henry Miller

-Africano-

Hablar de un libro de Henry Miller es como hablar de uno de Celine, de Bukowski o de Blaise Cendrars. La trama no existe. Y si la hay, no se puede contar. Para saber de que va, uno tiene que ponerse a leerlo en presente continuo. Porque en Sexus, igual que sucede en sus Trópicos, Miller relata lo que vive, lo que piensa y lo que imagina al son de su propia respiración. Aún tomando la palabra el yo narrador, que rememora épocas pasadas, la sensación constante es la de una radical actualidad vital. En Sexus están todos los ingredientes y todos los tópicos que referencian a Miller: deliciosas descripciones erótico-pornográficas, largas parrafadas poético-surrealistas, interesantes reflexiones sobre arte o el propio hecho de escribir, personajes delirantes que no escapan nunca a su despiadada crítica ni a su fina ironía… todo ello con el Nueva York de los años 20 o 30 (no lo especifica) como telón de fondo.

Su inigualable sinceridad y descacharrante humor recuerdan al mejor Bukoswki, gran bebedor de la obra de Miller aunque no dudase en darle cera cada vez que tenía ocasión.

Y aquí paro, puesto que ante un libro como este uno puede acabar diciendo grandes gilipolleces que no vienen a cuento. Qué mejor que una selección de reflexiones propias del autor para definir su filosofía a la hora de abordar el mundo y la escritura:

Escribir –medité- debe ser un acto desprovisto de voluntad. La palabra, como la corriente profunda del océano, debe emerger por su propio impulso. Un niño no necesita escribir, es inocente. Un hombre escribe para expulsar todo el veneno que ha acumulado a acusa de su forma de vida falsa. Trata de recuperar su inocencia, y, sin embargo, lo único que consigue (escribiendo) es inocular el mundo con el virus de su desilusión…

Tenía muy claro que no quería llegar a ser el artista, en el sentido de convertirme en algo extraño, algo separado y excluido de la corriente de la vida. Lo mejor de escribir no es la tarea en sí de colocar palabra tras palabra, ladrillo sobre ladrillo, sino los preliminares, la labor preparatoria, que se hace en silencio, en cualquier circunstancia, en sueños igual que en vela: en resumen, el período de gestación…

Ningún hombre consigna nunca lo que se proponía decir; la creación original, que no cesa en ningún momento, tanto si escribimos como si no, pertenece al flujo primario: no tiene dimensiones, ni forma, no componente temporal. En ese estado preliminar, que es la creación y no el nacimiento, lo que desaparece no sufre destrucción; algo que ya existía, algo imperecedero, como la memoria o la materia o Dios acuda a la llamada y nos arrojamos a ello como una ramita a un torrente. Las palabras, las oraciones, las ideas, por sutiles o ingeniosas que sean, los vuelos más disparatados de la poesía, los sueños más profundos, las visiones más alucinantes, no son sino toscos jeroglíficos cincelados con dolor y pena para conmemorar un acontecimiento intransferible. En un mundo ordenado de forma inteligente no habría necesidad de hacer el irracional intento de consignar semejantes milagros. En realidad, carecería de sentido, porque, si los hombres se pararan a pensarlo ¿quién iba a contentarse con la imitación, cuando lo real estuviese a disposición de cualquiera? ¿Quién iba a desear escuchar a Beethoven, por ejemplo, cuando pudiese experimentar personalmente las extáticas armonías que Beethoven luchó desesperadamente por registrar? De lograr algo, una gran obra de arte sirve para recordarnos o, mejor dicho, para inducirnos a soñar todo lo fluido e intangible: es decir, el universo.

sábado, 25 de febrero de 2012

Tito Paco

-Africano-

Era tío de mi madre, de mi abuela, de mi abuelo, del perro o qué se yo.

De hecho, ni siquiera sabía si eso también era cierto; lo de que era tío de alguien. Llegaba normalmente a la una del medio día, a casa de mi abuela. Con su traje gris, su chaleco oscuro y su corbata roja. Parecía tito Paco un viajante en bancarrota. Se sentaba en el sofá junto a la ventana y esperaba a que se le acercasen para recibir unos besos. En su calva refulgía el Sol y en sus ojos la vida brillaba por su ausencia. Yo me quedaba mirándolo, fijamente, como poco a poco iba perdiendo el sentido. El resto; mi hermana, mis padres, mis tíos… no le hacía ni puñetero caso. Tito Paco estaba ahí, como estaba la lámpara, el marco de las fotos o las cacas de las moscas en la pared. Jamás lo oí decir una frase coherente, qué más, jamás le oí decir una frase. Yo dudaba si algún día lo habría hecho. Era difícil imaginarlo niño, corriendo, jugando con otros niños. O trabajando, haciendo un pedido, pidiendo un préstamo al banco, sudando por las facturas. Para mí aquel hombre había nacido ya así, con traje gris y todo, viejo, alelado y trasparente. Yo lo miraba, esperando mi dádiva. Siempre lo mismo. Veinte duros. Me hacía un gesto con la mano, casi sin mirarme, señal que indicaba que podía acercarme a cobrar. Después me ponía la cara y yo le daba un beso. No era difícil. Buscaba por sus costados, tras los codos, bajo los sobacos, en las pantorrillas, buscando la obertura de la hucha. No había manera de imaginar de donde salía todo ese dinero. Siempre tenía veinte duros, el jodio. Ni una peseta más ni una peseta menos. Daban ganas de darle un martillazo y esperar a que se desparramasen por la salita miles de monedas doradas entre sus pedazos de carne inerte. Tito Paco no servía para nada. Eso me preocupaba. No entendía por qué había que seguir alimentando un bicho que no daba ni la hora. Aunque como un reloj, todas las semanas, en un ritual casi demencial, aparecía los sábados tocando a la puerta, sentándose en el mismo sitio, dándome el mismo metal del mismísimo valor.

Un día se cagó encima, pero a él parecía no importarle. Ni un ápice de bochorno en su rostro. Vivía inmerso en la más profunda entropía. El mundo transcurría ante sus ojos como una película mala que ya había visto más de tres veces. Si respiraba, a nadie parecía importarle demasiado.

Unos años más tarde mi madre comentó algo de que había muerto. No fue una sorpresa. Para mí que llevaba muerto desde el 36. Por lo visto, tito Paco perdió el juicio cuando su mujer murió, de lo que cabía entender aquella su condición fantasmal que yo presencié en la niñez. Sus hijos, porque los tenía, lo habían ingresado en un geriátrico. No duró ni dos meses. Decían que se dedicaba día y noche a llamar a su mujer, gimoteando como un niño en busca del calor de una madre: ¡Concha, Concha!; gritaba. ¡Concha, Conchita! Un día calló por unas escaleras y se partió un brazo. Dos más tarde, pudo recuperar la suficiente lucidez para asegurarse de no fallar. Se subió a una silla y se tiró de cabeza contra el suelo.

El cabrón, al final, contra todo pronóstico, había decidido morir como un hombre.

jueves, 23 de febrero de 2012

...publica esta mierda si quieres

-Juan Cano-

Cuando España vivía su época dorada en la que cualquiera podía ser funcionario ya por enchufe (aun todavía funciona el enchufismo) ya por derroche sin reparan en gastos, hubo un cuerpo de funcionarios que a mi me llama mucho la atención. Todos los que no querían estudiar ni trabajar en la obra (dinámica social en los años de la gallina de los huevos de oro) se presentaban al cuerpo de policía (mecanismo de orden social), con pocos requisitos, es decir, un policía puede ser un tío que no ha pasado del bachiller (y eso ya es un logro). Normalmente no tengo ningún respeto hacia esta institución (suelen ser personas agresivas y compulsivas siempre y ademas les pone llevar un arma) y mucho menos cuando veo estas cosas (Valencia). Cuando veo un policía siempre pienso en mi superior educación y luego miro mi arma (mi trabuco genital) y luego observo su premeditada actuación ante cualquier suceso (son seres humanos superiores creedores de controlar cualquier situación.... nadie mas que ellos saben como controlar una actuación social, son especialistas en psicología social y ademas lo creen) con su gran carácter, nadie tiene mas carácter que un policía o un guarda civil (son merecedores de ese carácter por llevar uniforme, ni yo me
**** mas que ellos... ni tu. Ellos son asi, son superiores ). Ni Loquillo es mas chulo que ellos... porque no lleva placa.

El cuerpo de Policía debería de regularse un poco... creo yo. A mi parecer parecen adolescentes tontos.
Pero... que podíamos esperar de España... este país no ha hecho nada bien, me da vergüenza de mi país, lo odio, odio a los políticos, odio a mi comunidad, odio a Rajoy, odio a Zapatero, odio a los españoles, odio vivir en un país de catetos y de envidiosos orgullos que no tienen huevos a salir a la calle a mearse en las puertas del congreso. Y odio los smartphone que son el opio de la juventud. PAN Y CIRCO, A LA MIERDA!!!!

lunes, 20 de febrero de 2012

AS: Brasserie de L´Île St-Louis - Sena

-Africano-

Llegamos a la Brasserie de L´Île St-Louis, situada su estructura angulosa frente al pont l´Archevéché. Efectivamente, en la entrada del puente, un grupo de músicos veteranos tocaban jazz para una numerosa audiencia de turistas y jóvenes estudiantes. Nos arremolinamos en una de las pocas mesas libres que quedaban en la balconada de la brasserie. Pedimos cerveza y algunos platos al azar. La noche era templada y limpia, como una herida de espada. Miré a Clara. Estaba cansada y por su gesto parecía estar preocupada. Sabía lo que estaba pensado.
—¿Es duro?
—¿Qué?
—Que no volvamos nunca más.
—¿Por qué no? ¿Claro que volveremos?
—Ya sabes a lo que me refiero.
—Sí, ya.
—No quiero volver a casa, ¿por qué no nos quedamos?
—Porque moriríamos de hambre.
—Es difícil de aceptar. No vamos a vivir más vidas. Nunca viviremos en Paris. Moriremos como ratas de alcantarilla y nunca sabremos lo que es.
—Como en todos lados, me imagino. Con el tiempo todos los sitios se vuelven insoportables.
—Sí, ya lo dijo el bujarra de Kavafis. Lo que me gustaría saber es donde estaba cuando escribió aquello: "Habiendo desperdiciado tu vida aquí la has jodido para cualquier lugar del mundo…" ¿no era así? Y luego esta esa otra gente, dándonos sus consejos de mierda. Que Ceuta es más cómodo, que lo tienes todo a mano, que es un buen sitio para criar a tus hijos, que se cobra más, que no pagamos IVA… ¡malditos esclavos de pacotilla! Me amuerma el discursito del caballita bien alimentado. ¿Sabes que te digo? que los jodan a todos… “No, si yo también he estado en Paris”. Y un zupo. No habéis estado en Paris en vuestra biliosa vida. Ir a Eurodisney y pasearse en barco por el Sena no es haber estado en Paris. No digo que lo que nosotros hallamos hecho lo sea, pero se acerca. Estamos cerca, si no fuese porque no tenemos tiempo... Recuerda, Florencia nos la bebimos. Me entró por los oídos, por los ojos, por las uñas, por el lagrimal, por el ojo universal del culo… Solo necesitamos tiempo…ya sé que no hemos hecho nada para merecerlo, ¿quién coño somos nosotros para que los dioses nos brinden la oportunidad de vivir en un lugar respirable? Nadie, ya te lo digo yo. Pero ¿quiénes son ellos…dime qué cojones han hecho ellos para pasearse por Europa tan campantes creyéndose jodidos exploradores por haber respirado el aire viciado de Auschwitz o haberse paseado en góndola por Venecia? Nada. Y luego se relamen los morros con sus copas de meados con tónica contándote las aventuritas, la de mundo que han visto y lo mortalmente a gusto que se sienten posando sus empachados culos sobre la orográfica balsa de mierda en la que viven.
—¿De quienes estás hablando? ¿Quién te ha dicho a ti nada?
—Nadie, simplemente me cago en el mundo.
—Yo solo quiero pasearme en bicicleta por la ciudad y tumbarme al Sol de la Primavera en las Tulleries… no pido más. Soy idiota, podría haber ido de Erasmus a Paris y al final tire para Florencia…en fin.
—No te quejes, bonita. Hay quien no ha pasado del polígono industrial de su pueblo.
—¿Por qué no me voy a quejar? ¿Qué estás haciendo tú ahora?
—Estoy a punto de llorar.
—Y yo.
Nos quedamos así, agarrados a nuestros vasos, mirando el tinglado de jazz-geriátrico que se estaba desarrollando.
—De todas formas esta ciudad ya está muerta, fíjate en ellos. ¿Has visto un puñetero grupo de jóvenes por todo Paris haciendo algo interesante? Parece que solo los viejos mueven el culo. Es como los últimos coletazos de un cachalote en la orilla de una playa. No hay nada que hacer, no hay ninguna tierra prometida. El Paris del XIX y los treinta, el Nueva York de los locos años veinte, Los Ángeles y San Francisco en los sesenta, el Manchester de final de los setenta, el Madrid de los ochenta… todos ciudades en llamas, basura intergaláctica… Todo desaparece como un mal sueño que recordamos a medias. El mito se diluye y se contrae como el flujo de un chocho de ochenta años. No hay ningún lugar ahora mismo, en ningún rincón del planeta, que pueda hacer feliz a una persona. Decían ahora que Berlín; nada, más basura. Todos cementerios andantes. Las ciudades en lugar de vivirlas se las visita, como si fuesen un gigantesco museo antropomórfico. Estoy harto. ¿Qué vamos a hacer? ¿Jodernos vivos, como el resto del mundo?
—Si todo sigue igual, seguramente.
Volvimos a hincar los ojos en el grupo de espectadores que, ya sí, se dispersaba. Los músicos recogían sus instrumentos mientras hablaban con algunas estudiantes que pululaban por su alrededor.
—Míralos, con más años que un Banco Central y rodeados de colegialas. Nunca sabré cual es el secreto de los músicos.
—Que no hablan, tocan. Eso es lo que nos atrae.
—Ya...jodidas perras. Creo que hace falta música. Una música nueva. Algo que nos haga mover el esqueleto como hace milenios alrededor del fuego. Necesitamos que los koreanos, los iraníes, los sumatros o quien cojones sea pegue un petardazo y descargue toda su munición sobre la faz de la tierra. Alguien se pondrá a cantar, ¡digo yo!
—Deja de decir tonterías.
—Hablo en serio, la música es la única que puede levantar esta casa en ruinas. Siempre lo ha hecho. ¿No los ves? Pura vida. A sus tropecientos años, seguro que esta noche cada uno se carga a una Lolita.
—Seguro.
—Ya se van.
—...con la música a otra parte.


*


Compramos unos helados en la Maisón Berthillon, justo enfrente de donde habíamos comido. Bajamos por unas escaleras que conducían a la orilla del Sena. Allí, un grupo de estudiantes soplaban unas cervezas y fumaban cigarrillos; unos metros más allá, sentados con los pies colgando sobre el bordillo, un par de chiquillos se hacían arrumacos inocentes en la oscuridad.
Mientras lamía mi helado me sentía algo incómodo. Era esto, lo de estar a la orilla del Sena, una de esas mierdas románticas que se decía en las películas. Por más que miraba a mi alrededor no encontraba nada que me pusiera tierno. Ríete tú del Arno. Allí podías ver a Eros emerger en pelotas sobre el Ponte Vecchio. Recuerdo una mañana de recogida, bordeando el río, borrachos, abrazados, presenciando como cada porción de tierra iba poco a poco siendo bañada por el Sol, con una luz que podía despertar de su sueño eterno a los mismísimos santos de la basílica de San Miniato al Monte. Recuerdo atravesar el largo pasillo que va desde el río a la Piazza Della Signoria, bajo la Galería Uffizi, observados por la mirada hierática de las estatuas de Giotto, Leonardo, Miguel Ángel, Maquiavelo, Galileo Galilei, Benvenuto Cellini, Dante, Nicola Pisano, Petrarca… y al fondo, el Palazzo Vecchio marcando la hora del amor y la destrucción, besándonos sobre las dominicas cenizas de Girolamo Savoranola.
Pero al borde del Sena solo veía aguas fecales, zodiacs de la policía cruzando a toda pastilla como piedras planas y grandes catamaranes con cientos de turistas cenando a 119 euros el menú.
Aún así era agradable. Y el helado estaba bien.
Además, Clara sonreía.
Y yo también.
Tiramos nuestros envoltorios de Berthillon en una papelera y volvimos a tierra firme. Cogimos el metro en Pont Marie, de regreso a Montmartre.





jueves, 9 de febrero de 2012

RESTAURANTE DEL POMPIDOU-GIN.DEMIERDA-TE QUIERO, AMOR

-Africano-

Una chica espigada y huesuda, de pelo corto, con un vestidito rayando el código penal, nos detuvo en la entrada. Clara se entendió con ella. Me sentía como un bebé intentando descifrar una conversación de mayores. Quería saber si íbamos a cenar o simplemente tomar algo. Drink, dijo Clara. Un nene limpio y bien peinado nos condujo al fondo de la terraza, al otro extremo de la barandilla; lugar desde el cual podía divisarse la impresionante panorámica de Paris. Clara intentó que nos diesen mejor mesa. El guaperas se negó, solo cena. El resto de camareros preparaba las mesas contiguas con manteles, platos, cubiertos y velitas para la noche. Junto a nosotros, se levantaba una especie de fuente ultramoderna con una enorme estructura esférica en su centro. Había visto plazas de pueblo con más gracia. El chico nos preguntó qué íbamos a tomar. Gin-tonic, dos. Giró su lindo culito ciento ochenta grados y desapareció dentro del local. Mientras esperábamos, me dediqué a observar la clientela. Después de unos minutos, la terraza comenzó a dividirse en dos colores claramente diferenciables. Junto a la barandilla, un grupo de señoras sacadas de la revista Vanity Fair cacareaba frente a sus inguinales copas de Martini, mientras tres jóvenes vestidos de rigurosa etiqueta bebían sus combinados con elegantes ademanes. Junto a la esfera cilíndrica, una amable familia de turistas y una pareja de alemanes informalmente vestidos bebían Coca-colas y cervezas salpicadas por el agua estancada de la fuente. Los muy hijosdemalamadre nos habían divido en clases sociales como en el jodido siglo XVIII. Empecé a mirar nerviosamente por encima de mi hombro y a ambos extremos.
—¿Qué haces? ¿Qué buscas?
—Al puñetero Tercer Estado.
—¿No te das cuenta?
—¿Qué hablas?
—¿Qué?
—Nos han arrinconado aquí como si fuésemos leprosos. Mira a tu alrededor. —Clara hizo una batida—.
—No me lo puedo creer, cuanta razón tenía Sieyès.
—Como te lo digo.
—Se lo voy a decir.
—Ahórratelo, vámonos de este cagadero.
—Ahí viene con las bebidas.
Clara se lanzó con una larga perorata en esperanto.
—¿Y qué?
—Dice que los de la baranda han reservado para cenar.
—Déjame que le dé una patada en los cojones, verás como confiesa.
—Yo quería junto a la baranda, tiene unas vistas preciosas.
— Nos tendremos que conformar mirando esta ladilla gigante.
Eché mano de mi gin.tonic.
—¿Pero qué…dónde coño están los hielos? —Tres uñas de hielo flotaban a la deriva en la superficie de la copa en avanzado estado de descongelación—Estaríamos mejor en un bar de carretera.
—Me ha encantado el Munch, hemos elegido bien la visita.
—Y a mí, ha sido una pasada.
—¿Quieres que cenemos en la Île de la Cité?
—Por mí bien, ¿qué se ofrece?
—Hay un par de braseries, aquí hablan bastante bien de ellas, tienen buenas críticas. Está junto a una de los puentes del Sena. Además, dice que por las noches hay músicos callejeros tocando jazz frente a las terrazas.
—Te amo, no sé que sería de mí sin ti.
—Estarías flotando en el Sena.
— Qué forma más bella de palmarla.
— Aunque creo que sin mí ni siquiera hubieses podido sacar el billete de avión.
— Me conoces demasiado bien. Hace tres años no pensaba ni viajar a Algeciras y ahora estoy aquí en Paris, contigo. Para mí viajar nunca tuvo demasiada importancia. Cuando fui a Florencia y me contabas todas aquellas historias de pintores, cuadros, museos, catedrales; me sentí como el vecino tullido de Paco Martínez Soria. Has hecho un buen trabajo.
—No me hagas más la pelota, has sido un borde de mierda todo el viaje.
—Lo siento, el ansía me ha podido. Antes, mientras te hacían el masaje, estaba pensando como estaría si hubiese venido solo a Paris.
— ¿Y?
— Que Paris habría acabado conmigo.
— Eres tonto.
— No sabes tú cuanto.




martes, 7 de febrero de 2012

RESEÑA: ÚLTIMA SALIDA PARA BROOKLYN; Hubert Selby Jr.


-Africano-

Tenía muchas ganas de leer algo de Hubert Selby Jr. Tras años escuchando su nombre aquí y allá (y nunca para mal) decidí agenciarme algo del genio neoyorkino. Y que mejor que empezar con su célebre “Última salida para Brooklyn”. Tenía más o menos una idea de lo que me iba a encontrar; relato desgarrador de los bajos fondos de la periferia neoyorkina, políptico de la crudeza urbana, glosario de los instintos primarios del ser humano. Y sin muchas variaciones es, al fin y al cabo, lo que me he encontrado. Pero he de reconocer que me ha sabido a poco. Esto me ha desconcertado. Tenía tantas expectativas puestas en su lectura que cuando he doblado la última página no terminaba de creerme que no hubiese nada más. He intentado buscarle varias explicaciones. Una de ellas es la pésima traducción. La forma de llevar al castellano el lenguaje hablado de la urbe americana es cuanto menos ridículo. Me recordaba viejas películas de los ochenta en las que se usaban términos tales como “dabuti, ganar una pasta gansa o colega”. Es como aquellos programas informáticos de traducción simultanea en el que la frase resultante se parece más a la perorata de un robot puesto de éter que a un mensaje mínimamente coherente. Como si el traductor se hubiese olvidado de situarse en el contexto (tanto espacial como temporal) adecuado que requiere un trabajo realmente riguroso. No sé cual es el criterio a seguir para asignar este tipo de proyectos a un profesional determinado. Si lo importante es que el susodicho sea experto en la obra del sujeto a traducir, si lo es que sea un ingeniero de la filología anglosajona o simplemente que sea el más barato del mercado. El caso es que ya me ocurrió algo parecido con “Bajo el volcán” de Malcom Lowry. Obviando que Lowry ya de por sí no debe ser demasiado digerible en su lengua materna, la traducción al castellano resulta cuanto menos un galimatías imposible de descifrar. Igualmente, la decepción fue enorme. Y más si la técnica que uno sigue para descubrir nuevas emociones es la de dejarse llevar por recomendaciones e influencias de escritores predilectos.
Quizás no sea justo valorando esta colección de relatos como se merece. En su conjunto, como estructura, configura una perfecta red nerviosa del dolor y la violencia humana, de la cual se desprende, gracias a las inquietantes introducciones bíblicas de cada capítulo, un desaliento apocalíptico que deja el espíritu chorreando de sudor. También, tal vez lo más característico, es el incontestable ejercicio de estilo practicado por el autor. En esto, más que en el fondo, es donde más se puede apreciar su maestría. Un ritmo endiablado donde los dialogos son prácticamente engullidos por la potencia de la narración que avanza como una avalancha llevándose por delante todo lo que permanece inerte.
Pero si tengo que decir algo sobre este libro con el corazón en la tapa, a pelo o a contrapelo, es que no ha llegado a atravesarme “de parte a parte” como se merece. Los capítulos de la putiférica Tralalá, de Harry el amargado sindicalista homosexual y de la trágica Georgette son realmente conmovedores, pero también distantes, incluso un tanto irreales. Les falta algo para llegar a tocar la piel. Algo que seguro el original tenía pero que muy pocos traductores consiguen con éxito: dejar en perfecto estado el alma de lo traducido.

miércoles, 1 de febrero de 2012

CONVERSACIONES LITERARIAS CON FABYO



- Un tipo llamado Dorian -

Lo recuerdo muy bien. Esas formas suyas de vestir, de hablar y de moverse no se olvidan fácilmente. Le conocí una tarde adolescente. Me lo presentó una amiga en su casa y al instante me pareció que aquel muchacho sabía de qué iba eso del Arte.

Era encantador al principio, después un farsante, luego un ilustrado un calavera un dandy; realmente desconcertante. Me provocaba sentimientos encontrados, casi contradictorios. Podíamos pasar horas conversando apasionadamente sobre los temas importantes para acto seguido aborrecer - o al menos desconfiar de - sus opiniones, despreciaba las palabras nacidas en su boca, los sutiles movimientos de su figura, cada gesto de su cara, ese gesto de satisfacción que en principio me agradaba finalmente parecía soberbia. Pensaba por momentos que estaba chalado, colgado, loco, o que era simplemente tonto. Pero nada de eso; lo cierto es que resultaba tan sospechosamente atractivo ese enfrentamiento de la mitad racional del ser contra toda lógica investido por otro más o/y/re-primido yo que provocaba que me vi forzado a abrirme a él para no negarme a mí mismo.

Nunca supe qué pensar de aquel tío. Me sobrepasaba, lo reconozco. Supongo que me dejé embaucar, que me sedujo. Habría tenido que alejarme de él; Era doloroso - y perjudicial - el choque dis-cordial que me producía su sola presencia. Ante él, todo mi ser estaba en guerra, la lucha fratricida del hemisferio izquierdo del cerebro contra el derecho dejaba todo el territorio de mi inocente mente al descubierto expuesta a ideas invasoras que acechan (las invasiones bárbaras).

El debió de darse cuenta pues dudo mucho que dicha batalla interna no se notara por fuera y debío de resultarle incómoda. Digamos que nos distanciamos o simplemente que desapareció. Pero no de repente, se fue alejando lentamente y fue dejando poco a poco de verse.

No supe qué había sido de él en todo este tiempo. Un día un amigo me dijo que lo había visto y que tenía buen aspecto (no les quepa duda de eso) pero que le perdió la pista.

Hace poco le vi. Me resultó de nuevo muy extraño, parece mentira que hayan pasado tantos años, pero me dio la impresión de que el tipo conserva todo el sex-appeal que lucía en los noventa.