Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







sábado, 29 de octubre de 2011

I+D


Espero en la vitrina de cristal,
conservado en formol en una probeta,
en una estantería de un laboratorio

Donde alguien,
con bata blanca
y guantes de latex
y unos zapatos que deben ser muy cómodos
pero son horribles

Alguien, digo,
me ha puesto ahí
a la espera del próximo experimento.

jueves, 27 de octubre de 2011

INFORME VI: Resolución del caso y problemón metafísico



Llegué a mi despacho y me senté a esperar.

Era cuestión de horas. Abrí el libro por donde lo llevaba marcado y a la segunda página me dormí.

El telefono comenzó a sonar. Pegué un respingo y me puse al aparato.


- Mande.

- ¿Jenaro Padorno?

- Si.

- ¿Qué busca?

- Lo que todo el mundo, me imagino.

- Sea más concreto.

- Justicia, amor, una señal.

- ¿Dinero?

- Eso forma parte del estanco Amor.

- Voy darle una señal. Siga su camino.

- ¿Y cúal es ese camino?

- Cualquiera en el que no se encuentre con nosotros.

- Para que ocurra eso nunca nos tendriamos que haber encontrado. Y fíjese, charlamos como dos buenos amigos.

- Hay una cosa que no entiendo. Busca un anillo. Una baratija sin ningún valor. ¿Por qué se juega la vida de esa manera? ¿Cuanto le va a salir la broma?

-Son datos confidenciales.

- Creo que aún no ha entendido.

- Parece que el que no entiende es usted. Se ha tomado la molestia de llamar a mi despacho para ofrecerme dinero y amenazarme si no lo acepto. Demasiados esfuerzos por una baratija.

- Simplemente no nos gusta que anden preguntando por personas equivocadas. Déjelo, no merece la pena.

- Hablemos claro. No estamos hablando de una baratija. Aquí entran en juego sentimientos. Hay algo en todo esto que no cuadra.

- Y según usted que es lo que no cuadra.

- El Lucho roba un anillo. Anillo que va a parar, misteriosamente, al dedo de su mujer. No creo que un anillo, y menos una baratija, sea algo que cualquier empleaducho del tres al cuarto vaya regalando por ahí a las señoras de los mayores traficantes de la ciudad. Es un encargo. Un encargo con visos de revancha. Por algún motivo su mujer lo quería. El resto tiene que contármelo usted...

- Tienes pelotas, amigo. No vas descaminado. Voy a desmontar tu misterio y te lo voy a poner en bandeja. No hay necesidad de secretos. Ese anillo era de la madre de mi mujer, su nombre está inscrito en él. La lotera es su tia. Ese anillo significaba mucho para ella y esa lisiada se lo robó del mismísimo dedo muerto al cadáver. Querías Justicia. Bien. Ya está todo solucionado. -Me había trincado por las pelotas. La verdad, no esperaba que lo vomitase todo así, sin baselina. Me había jodido el invento-.

-¿Sigue usted ahí?

-Si, si.

-Y bien.

-Pues mira tú, que sí, que quieres que te diga. Salude a su señora de mi parte, y que siento las molestias.

-Todo aclarado.

-Bueno, solo me gustaría que me hiciese un favor. Soy muy meticuloso en mis investigaciones. Me gustaría comprobar in situ si la pieza de la que estamos hablando es la sustraida. En fin, ya sabe donde vivo, mi telefono, mi nombre, nada le impide venir a por mi y cortarme a cachitos. Sería muy amable si pudiese prestarme el anillo.

-¿Qué dice? ¿Me habla en serio?

-Nadie va a perder nada y a mi me haría un gran favor. Mire, de esa manera me quitaré definitivamente de su camino. De lo contrario me convertiré en un doloroso grano en el culo, y no se lo tome a mal. Soy perseverante y no suelo dejar las cosas a medias. Con esto solo digo que no merece la pena complicarse la vida por una idiotez. Solo envíeme a alguien con el anillo, comprobar la inscripción de la que me habla y listo.

-Me cae bien usted, parece no enterarse mucho de lo serio que puede llegar a ser esto, pero sus cojones me han conmovido. Esta tarde le enviaré a alguien. Un placer y deje de meterse en lios.

-No sabe cuanto se lo agradezco.

El problema que tenía delante no era moco de pavo. ¿Quien era el malo de la película? El Kilo, con su expediente manchado de sangre, había hecho justicia. Y además me caía bien, coño. La lotera era una rata repugnante, pero pagaba a tocateja. Tenía que buscar la manera de ponerlo todo en claro antes de que me quedase sin un puto duro.

Me levanté y fui a la repisa en busca de las cosas de liar.


martes, 25 de octubre de 2011

INFORME V: Sarrión 5


Llegué silbando al 5 de la Calle Sarrión. Golpeé la puerta con el dorso de la mano y puse una gran sonrisa.

—¿Qué quiere? —Un bicho de metro noventa permanecía en el umbral de la puerta esperando una larga explicación—.
—Busco al Lucho, él sabe bien a lo que vengo.
—Pasa. —No esperaba la invitación pero accedí—.
—Lucho, te vienen a buscar. Tiene que ser el hombre de Eliades.
—¿Quién eres?
—Eso no importa, lo importante es que tienes la oportunidad de devolver lo que te llevaste.
—El pago está hecho, no entiendo.
—¿Pagar? Lucho, vas a pagar de verdad si no lo devuelves.
—¿Qué está diciendo este tipo, Lucho?
—No tengo ni puta idea. El intercambio se hizo y punto. No sé que problema tiene tu jefe.
—Aún no ha nacido la ingle que me domine, al menos hasta hoy.
—Pero qué dice este gilipollas.
—Será mejor que cuides tus modales, joven. Esto se puede solucionar sin que nadie resulte herido.
—Pero…te voy a partir las piernas, mamón.
—Espera. Déjalo, a lo mejor está confundido simplemente, dejemos que se explique.
—No hay confusión, Lucho. O devuelves el anillo o vas a tener problemas.
—Qué cojones… ¿de qué anillo habla este, Lucho? ¿Es el que le diste a la mujer de Cepero?
—¿Quién es Cepero?
—¿Cómo que quién es Cepero? Este tipo no sabe donde coño está. ¿Eres madero?
—Soy el tipo que te va a poner los huevos a trabajar en la garganta.
—Te voy a machacar. —Arrastró su pierna izquierda lateralmente, momento que aproveché para expandir a Picha de Toro. Salió por arte de magia desde mi manga. Parecía que acababa de ver una boa. En su confusión, mientras sus neuronas hacían chispas buscando en los archivos polvorientos de su chaveta, le endiñé en la entrepierna—.
—Te lo dije, amigo.
—Tío, estás muerto. No sé a que mierdas has venido aquí, pero te van a cortar la cabeza. —Clave los ojos en Lucho. Le asesté de abajo arriba en la barbilla con la punta del metal, cerró la boca de golpe y empezó a sangrar. Se había mordido la lengua.
—¡Cabrón, cabrón!
—Mira nene, solo quiero que me digas donde puedo encontrar el anillo, sin más. Si me lo dices te dejaré tranquilo.
—¿Para qué quieres ese anillo de mierda?
—¿Charo, la lotera, la conoces?
—¿Quién coño es esa zorra? —Volví a darle, esta vez con la mano abierta—.
—Mira tío, cogí esa baratija en una taquilla, no sabía de quién era. Estás loco si piensas que te lo van a devolver…
—Mira, aquí soy yo quien dice lo que importa y lo que no. Suéltalo ¿dónde lo puedo encontrar? —Le intimidé alzando a Picha levemente en el aire—.
—La mujer de Siso Cepero. ¿Es que no sabes quién es, idiota? —La verdad, no caía—.
—Pues mira, no. Dímelo tú.
—¿Ves las noticias? “El Kilo”.
—“El Kilo”. —Lo recordé de pronto. Archiconocido traficante de drogas entre otras lindeces. Lo llamaban así por su afición a colgarle de los huevos un kilo de plomo a todo aquel que le caía mal—.
—Muchas gracias, Lucho. Dile a tu amigo que no se ponga hielo directamente, que lo envuelva en un trapito. Puede quemarse la bolsa escrotal. No te preocupes, tu colaboración te exime de responsabilidades penales.
—Estás loco. ¿De verdad piensas ir a pedírselo?
—No voy a ir. Él lo va a traer a mi despacho. —Me giré y volví por donde había venido.


Había empezado a llover.

INFORME IV: Una llamada


Tenía a mi primer sospechoso. Volví al despacho para hacer un par de llamadas. Entré, cerré la puerta y solté la gabardina sobre la cama. Mientras andaba hacia la ventana, saqué el kit de liar. Picadura Mynheer y papel Zig-Zag. Cogí el zipo con la efigie de Lenin que reposaba sobre la repisa. Puse mis ojos sobre la mesa. Allí se encontraba un ejemplar de “El Largo Adiós” de Raymond Chandler abierto por la mitad, junto a una colección de folletos anunciando hamburgueserías y pizzerías. Chandler. Se ve que lo echaron del curro cuando trabajaba de ejecutivo en una compañía petrolera por meterle mano a su secretaria. Yo ni siquiera la tenía para atender las llamadas. Cogí el auricular y marqué.

—¿Sí?
—Ehh zorra, conmigo no juegues.
—Jenaro, qué puñetas quieres.
—Necesito que me busques algo. Un tal Javier Almazán. Se que tenéis a alguna de vuestras joyas en programas de reinserción social. Dame lo que quiero y dime donde tenéis a ese asustaviejas.
—Un segundo.
—Te espero.
—Javier Almazán Tell. Calle Sarrión número 5, BºA.
—Bingo.
—¿A hecho algo?
—Me acaba de regalar tres años de lotería. Felices Fiestas.
—¿Qué fiestas?

Caso cerrado. Para sobrevivir en esta vida solo hacía falta un par de cosas: Hambre y gente idiota. Al contrario de lo que se pudiera pensar, tener que tratar con la gente me era más insoportable que el hambre. Muchas veces pensaba que la riqueza solo servía para eso sencillamente, no tener que ver ni aguantar a esas personas que le hacían la vida a uno imposible. El dinero podía comprar la libertad, eso era un hecho irrefutable. Podía comprar la soledad, la elegida. La que daba el poder de poder, definitivamente, mandarlos a todos a tomar por culo.

sábado, 22 de octubre de 2011

Una extraña noche



Aquella estaba siendo una extraña noche. Sebastián tenía la conciencia muy agitada, recordándole el examen que tenía a la vuelta de la esquina, provocándole remordimientos constantes, porque sabía que debía estudiar si quería aprobar ese examen y sin embargo no podía despegarse de la video consola. Antonio había traído ultrakenke y fumarla con los colegas mientras echaban unas partidas era mucho más divertido que el tocho que había abierto sobre la mesa de su cuarto. Así que fumó y se distrajo con sus compañeros riendo mucho y hablando poco, metiendo goles y pasándose el canuto.

David le comentó que la noche se estaba poniendo muy fea, que tendiera la ropa en otro lugar porque había comenzado a llover y se iba a empapar de agua. Parecía que iba a haber tormenta. Seba dijo que no le importaba la ropa, que no pensaba salir a fuera con la noche que hacía. Un relámpago iluminó el cielo a través de la ventana. Una ventana por la que apenas entraba luz del día, luz por otra parte innecesaria puesto que los chicos se acostaban de madrugada y dormían hasta que el sol se ponía.

Cuando el partido terminó, una vez en su dormitorio, decidió que era hora de ponerse a leer y se lió un petardo y lo encendió y le dio un par de tiros mientras el catch a fire de los wailers sonaba de fondo. Aparcó el peta en el cenicero para intentar centrarse en lo que estaba haciendo, pero los desconcertantes falsetes de Tosh no le dejaban concentrarse y entonces salió a echar una meada y a tomar el aire. En el cuarto de baño el sonido de la orina cayendo al váter se confundía con el de la lluvia que caía en la calle. Sentía sórdidas gotas de agua cayendo por todas partes, golpeando contra los tejados las persianas y las paredes.

Fue hasta la puerta del patio y se asomó un momento. El frío calaba los huesos, una ráfaga de aire gélido le traspasó y se le erizó el bello por todo el cuerpo. Volvió a entrar en la cocina y cerró la puerta tras de sí. Abrió la nevera y sacó un cartón de leche. Volvió a cerrarla y se preparó un colacao caliente. Tomó la taza humeante por el asa para no quemarse y enfiló el pasillo que parecía más largo y ancho que de costumbre, más corto y más estrecho según avanzaba, como si el pasillo cambiara de dimensiones a cada paso que daba, y oscilara y serpenteara cuando siempre fue recto.

Entró en su cuarto y cerró la puerta por dentro. Normalmente no echaba el pestillo pero esta noche lo hizo. Una vez en su cuarto se sintió más tranquilo. Allí estaba la tenue luz de su lamparita de estudio y la hermosa llama de la vela de aromas a sándalo. Allí brillaba un brasero a los pies de su mesa y caldeaba la habitación. Fue un alivio encontrarse ahí dentro y retomó su tarea y prendió de nuevo el porro que había dejado a medias. Estas últimas caladas fueron más densas, le provocaron sueño, y casi se estaba quedando dormido sobre el libro abierto, cuando notó el roce de una fría mano espectral bajo la nuca.

Abrió los ojos de par en par y de un golpe se levantó de la silla, derecho, firme delante de su mesa de estudio como un soldado ante su sargento, sin atreverse a volver la cabeza, por miedo a ver lo que no quisiera, mira por la ventana y en el cristal la lámpara dibuja el reflejo de una habitación en la que se vislumbra una sombra, una sombra que al saberse descubierta se desvanece tras la puerta. Sebastián reúne el valor suficiente para volver la cabeza pero no hay nadie más en esa estancia.

Encendió de nuevo el canuto de hierba y miró la hora. Eran las cinco de la madrugada. Pensó en irse a la cama y sin tiempo para más, súbitamente la luz de la lámpara se apaga. Una violenta sacudida de viento y lluvia golpea en la ventana. La llama de la vela comienza a temblar y está a punto de apagarse cuando casi extinguida se aviva. Sebastián siente pasos fuera, en el pasillo, pasos desnudos, y juraría que ha oído el crujir de una puerta. La llama se agita nerviosa y crece y se bifurca mientras se escuchan fantasmales voces en el pasillo, voces susurrantes y amenazadoras que gritan cuando no se repara en ellas y parecen cesar cuando se las escucha.

Se hizo el silencio. De pronto la llama parece de nuevo cobrar vida y tener ojos que miran ferozmente desde el interior del fuego abrasador. Sebas estremecido en el suelo de su habitación cierra los ojos y junta las manos y reza las oraciones que de pequeño le enseñaron. Reza a Dios y a la Virgen, y promete a partir de mañana ser bueno y trabajar duro y no fumar más hierba, y no sabe si Dios o la Virgen o puede que ambos le han escuchado, pero alguien escuchó sus plegarias porque toda aquella pesadilla pasó.

Sebastián se metió en la cama con el miedo todavía en el cuerpo, y levantó la cabeza para soplar la vela que seguía encendida cuando vió lo que quedaba del porro y pensó que había prometido que no iba a fumar a partir de mañana y que si mañana no iba a fumar qué hacía ahí un canuto de hierba, así que sacó el brazo lo estiró y enganchó el petardo y se lo llevó a la boca y acercó la vela para encenderlo. Al fondo del pasillo se oyó un ruido. Sebastián dio una calada y tremendamente la puerta retiembla. Se estremeció, dejó caer el porro al suelo y se metió bajo las sábanas con los párpados bien apretados hasta quedarse dormido.

A la mañana siguiente cuando despertó, creyó que todo había sido un sueño, se sentó en la cama y al ponerse las zapatillas de andar por casa, en el suelo junto a la cama vio la chusta de un peta al que quedaban un par de caladas. La cogió y se quedó mirándola un momento.

INFORME III: El bedel y su tufo


Estaba en racha. Con las tres o cuatro chapuzas que me habían salido en las últimas semanas tenía asegurado el alquiler. El caso era fácil, además estaba lo de la lotería. Calculaba que en tres años debía tocarme el dinero de vuelta de cuatro a seis veces, lo que me reportaba unas ganancias futuras de unos ocho a doce euros extra. En época de estrecheces, un miserable euro podía marcar la diferencia entre la vida y la pobreza extrema. Con un euro podía uno comprarse un bocadillo, una soga, tabaco suelto o llamar a su mejor amigo antes de cometer una locura.
Me dirigí sin más remilgos a la sede de la Cruz Roja. Tenía allí un conocido, el bedel. El bedel debía tener un nombre, pero prefería no recordarlo. No hacía mucho, años atrás, había vivido en mi mismo edificio dos pisos abajo. Un hedor dulzón y enfermizo rezumaba día y noche por el ojo-de-patio. Por las mañanas, cuando me ponía un traje, tenía la sensación de haber sido violado por aquel chalado. Su olor corporal estaba perfectamente impreso en el tejido como si hubiésemos compartido cama. Un par de gestiones bastaron para mandarlo lejos de mi.

—¡Ehh!
—¡Jenaro!
—Si, ¿y tu perro?
—Murió.
—Creo que te lo dejaste en mi edificio.
—¿Qué?
—¿Sabes quienes entran aquí a partir de las 8?
—Si, si. Yo lo sé. Quien entra y quien sale. Lo sé.
—Además de los loteros habituales, ¿quien más tiene acceso?
—Los chicos en prácticas, vienen sobre esa hora a guardar el material.
—¿Tenéis una lista o algo así donde vengan sus nombres?
—Si, pero yo no sé si puedo…
—Paco…
—Enrique.
—Quique, si me das esa lista te proporcionaré el nombre del cabrón que te echó del edificio.
—Espera. –Mientras buscaba en el ordenador me di un paseo por el lugar. Una máquina de agua, varias sillas, una mesa llena de revistas y el mostrador. Me fijé en las revistas. Una de ellas permanecía abierta. Era la revista quincenal “Todo Motor”. Junto a ella se encontraba un variado surtido de literatura para marujas-.

—Aquí tienes.
—¿De quién es esta revista?
—Es del Lucho. Si.
—¿El Lucho está en la lista?
—Sí. Es Javier Almazán, este de aquí.
—Está bien, gracias. Me has sido de mucho ayuda. Chao…
—¡Ehh! No me has dicho quién me echó de mi piso…
—Por quién me has tomado, Paco. No soy un chivato.

jueves, 20 de octubre de 2011

INFORME II: La lotera


Salía del Café America cuando me abordó. Era Charo, la lotera. Vagaba por la acera sonámbula perdida, con los décimos colgándole de su teta buena. Tenía la cara desencajada, como si alguien le hubiese robado.

—¡Jenaro, hijo…!
—¿Qué le ocurre?
—¡Me han robado! –Sorprendentemente había dado en el clavo-.
—Dios santo, cuanto lo siento.
—Necesito que me ayudes. –Me quedé mirando fijamente su horripilante dentadura de la que colgaban dos o tres dientes-.
—Vaya a la policía.
—Tú sabes que en la policía no me harían caso.
—Qué te hace pensar que yo sí.
—Puedo pagarte.
—Al fin hablas mi idioma. De cuanto estamos hablando.
—30 euros.
—Por esa cantidad puedo prometerte rascarme un sobaco.
—Está bien, está bien. Un décimo al día durante un año.
—Tres.
—Jenaro, tú sabes que yo no tengo mucho dinero; y mis hijos…
—Charo, ¿tengo pinta de desayunar todos los días cojones de pato?
—Está bien, tres años. Es algo grave…
—Tranquilízate, dame los detalles.
—Todos los días voy a Cruz Roja, a última hora, ya sabes, a llevar la recaudación y a hacer mis cuentas. Tengo allí una taquilla donde guardo mis cositas y mi ropa. También tengo una cajita fuerte donde meto la calderilla sobrante y un anillo de oro. Me lo han robado, Jenaro. ¡Ay Dios mío, era de mi madre…!
—Lo siento, Charito guapa, en estos momentos ese anillo debe haberse transustanciado en heroína. Necesito algo más, vamos, tú sabes que puedes.
—El mes que viene te doy 30 euros más. –Volví a mirar con horror su sucio y amarillento trío de dientes-.
—Dame el 86, anda.

martes, 18 de octubre de 2011

INFORME I: Picha de Toro



-Rubén C.M-


Yo no soy de esos que se ponen piercings en la polla o en el culo. Soy más bien normal, tirando a bueno, aunque circunstancias de la vida me pongan en situaciones en las que tenga que arrear una galleta o robarle la cartera a un muerto. De pequeño leía bastante, sobre todo novelitas de aventuras y policiacas, fascículos por entregas y algún que otro relato de vaqueros de Marcial Lafuente Estefania. Yo no quería ser policía pero al mismo tiempo quería dedicarme a la investigación. No soportaba la idea de ir vestido como un macaco, silbato en ristre, Rayban y porra al cinto. Lo mío era más de gabardina y puro, de lupa y Browning. Cuando monté mi despacho, hará cosa de 10 años, puse en la cristalera de la puerta en caracteres sobrios mi nombre y apellidos y mi categoría oficial. Unos chavales que bajaban corriendo las escaleras del edificio hicieron una parada para descojonarse vivos ante mi puerta y mis narices. Los eché a patadas y a la puta de su madre. Pero me dolió, joder. Todo cuanto he emprendido en mi vida lo he hecho con toda la seriedad del mundo. No era una coña, lo de ser detective. Era un trabajo, como cualquier otro. El teatrillo era necesario. No concebía mi vida sin teatro.

Ahh, en mi puerta podía leerse lo siguiente:

J E N A R O P A D O R N O
Detective Privado

Y en consecuencia actuaba. No llevaba pipa. No me dejaban. Por lo visto había que ser un asesino a sueldo o un simple hombre de campo para que te dieran la licencia. Era de locos. Podías ver los fines de semana ordas de deficientes mentales cargados con sus chuchos y sus armas dirección a la sierra, sin que nadie se preocupase al pasar si semejantes sujetos tenían lo suficiente para hacerse cargo de una máquina de matar. Sin embargo a mí, empleado del misterio, se me denegó el permiso so-pretexto de padecer un cuadro crónico de depresión e indicios de personalidad bipolar. Alegué que ello se debía a que me preguntaba por el sentido de las cosas y por ello sufría. Había neanthertales vagando por el mundo que ni siquiera sabían que las aceitunas rellenas de pimiento morrón no crecían en el campo.
Aún así me las apañaba. Me estudié a conciencia el listado reglado de armas prohibidas habidas y por haber y di con mi Tizona: Picha de Toro. Se trataba de un artilugio metálico que se plegaba y extendía a placer, cuyo encadenado flexible permitía batirla con facilidad y eficacia. El impacto de una Picha de Toro picaba como medio millón de pellizcos chicos. He visto a hombres duros berrear como nenas ante el simple roce de su material mágico.
A parte de eso, corría al desnudo por la ciudad. No tenía especial intención de quedarme sobre la tierra por mucho tiempo, cosa que iba en detrimento de la suerte de mis enemigos.
Yo tenía unos principios bien asentados en esto de la vida. Vivía al momento, no dejaba que el siguiente minuto robase protagonismo e importancia a su precedente.
Como todos los días, lo primero, era ir a comprar el pan.

domingo, 16 de octubre de 2011

Pat Garret and Billy the Kid


-Julio Basurco-

Pat Garrett y Billy El Niño cabalgaron juntos tiempo atrás. Fueron grandes amigos, los mejores con el revólver y no obedecían a nadie ni seguían ninguna ley salvo la suya propia. Pero los tiempos cambian y el salvaje Oeste se extingue. El primero ha decidido adaptarse e intentar envejecer "honradamente". El segundo, no. Pat Garrett se ha vendido a terratenientes y políticos mientras que su amigo Billy se ha mantenido fiel a su filosofía de "morir con las botas puestas". Ahora Pat debe enfrentarse a la misión más dura de su vida:matar a Billy El Niño.
Uno debe intentar cumplir la ley mientras el otro va a seguir haciendo lo que siempre ha hecho: lo que le apetece. Pero aunque Pat Garrett encarne a la ley y Billy El Niño se nos muestre como lo que era, un delincuente, no podemos evitar estar de parte de este último porque tiene algo que el primero parece haber olvidado en casa: principios. Unos principios que probablemente le lleven a la cárcel o a la tumba pero que jamás traicionará ni venderá, a diferencia de su viejo amigo, convertido ahora en verdugo por encargo. Uno vivirá siempre aunque muera; el otro ha muerto mucho antes de morir.

Con una maravillosa banda sonora de Bob Dylan, este atípico western constituye, en mi opinión, una de las cimas del género, y junto a la crespuscular "Grupo salvaje", la película más hermosa y sentimental de su incomprendido director. Partiendo de la historia de esos dos pobres diablos del salvaje Oeste, Sam Peckinpah crea un violento, amargo, melancólico y triste poema sobre uno de sus temas preferidos: la amistad. En este caso la amistad traicionada por el dinero y la conveniencia. "Pat Garrett y Billy The Kid" logra tocar la fibra sensible del espectador, huyendo de cursiladas y sentimentalismos, y apostando por el contrario, por un ritmo sobrio que impregna cada plano de la melancolía necesaria que Peckinpah tan bien sabía mostrar. La violencia, bien tratada, puede convertirse en poesía, y este hombre lo sabía.

jueves, 13 de octubre de 2011

RESEÑA: Rayuela; Julio Cortázar


-Rubén C.M-

Simplemente una genialidad. Sin lugar a dudas una de las obras más importantes del Boom latinoamericano. Se ha dicho de todo sobre este libro y sobre su autor, es por ello por lo que probablemente este lejos de aportar algo a lo ya escrito sobre eltema. En cualquier caso, estoy seguro de no aportar nada tampoco a la crítica del resto de libros reseñados en este blog así que intentemos al menos decir algo.
Si hay un libro que me haya hecho perder el miedo (o más bien el asco) a lo fantasioso, mágico o como se le quiera llamar ha sido este. Pienso que la clave está en que aquí el autor tiene la decencia de no tomar a sus lectores por tontos. Les exige un esfuerzo y un reto a través de sus páginas. La tarea, a pesar de ser dura, tiene sus recompensas. Una de ellas es la de acceder a un mundo personal que pertenece por derecho propio a otra realidad. A pesar de ello, tiene la suficiente lucidez para permanecer con un pie sobre esta, dando lugar a lo real-maravilloso. Y su forma de acceder a ello es el juego. El juego en todas sus variantes posibles. El argumento se convierte en algo superfluo para dejar campar a sus anchas a los personajes. Estos, en su negación de lo cotidiano, se lanzan a la búsqueda de otras realidades que por lo común rayan en lo absurdo. Rayuela irradia vida y sentido del humor, al mismo tiempo que deja un halo de tragedia y desolación. Todo o nada, parece repetirse Horacio, protagonista de esta antinovela, en su afán de alcanzar el cielo de la Rayuela. El Jazz está presente a lo largo de toda la obra, como metáfora del tiempo que fluye sin fin y en el que la espontaneidad y la improvisación dan ese toque de alegría que aporta sentido a la gris realidad. El léxico que maneja Cortázar es tan rico que por momentos el significado deja de tener relevancia, dejando paso al lenguaje universal de los significantes que, como la música, transmite mensajes solo comprensibles por la sensibilidad del inconsciente.
La novela se ofrece a ser leída de forma lineal o a modo de collage, alternando capítulos siguiendo un esquema facilitado al comienzo del texto. Destacar también el torrente referencial que desarrolla Cortázar aludiendo a diferentes artistas, las más de las veces en aquellas deliciosas conversaciones intelectuales que se producen entre los diferentes personajes del libro.
Un experiencia en toda regla esta obra, que a los pocos capítulos consigue atraparnos en esa red maravillosa de calles que forma el sistema nervioso de Paris: la Rue de la Huchette, la Place de la Concorde, Montparnasse, Saint Germain Des-pres, Sévres-Baby-lone, Rue Des-Lombards, Boulevard de Sebastopol, Montmartre, Rue de Seine, Reu de Cherche-Midi, Rue de Verneuil, Marais, Pont Des Arts… dejandonos con la esperanza remota o posible de encontrar, a la vuelta de una de sus esquinas, el inolvidable rostro de La Maga.

domingo, 9 de octubre de 2011

falsos politicos

-Julio Basurco-

Hace mucho tiempo que la política, la de primera línea al menos, se ve desprovista de su propio significado, ese de guiar la acción del Estado en beneficio de la sociedad, para no ser más que una feroz lucha de partidos políticos sedientos de poder. Lo importante ya no es que te voten por lo que defiendes sino que te voten simplemente, y no importa que para ello haya que mentir, manipular o jugar sucio. Lo que hay que hacer es no decir nada diciendo el máximo de palabras posibles, desprestigiar al contrario, dártelas de persona concienciada con los problemas del vulgo y así conseguir que el día de las elecciones sea tu nombre el que aparezca marcado en más papeletas. Si consigues eso has triunfado, has ganado la batalla a pesar de no haber explicado a la gente nada de lo que pretendes hacer durante tu mandato, de no haber presentado un verdadero programa político y en definitiva, de haberte reído de muchos de los ilusos que en ti han depositado su confianza.
Tanto Rajoy como Rubalcaba, tras años al pie del cañón, tienen bien aprendida la lección, al igual que Zapatero o que el esperpéntico Aznar. Todos ellos son profesionales de la política, lo que hoy en día equivale a decir profesionales de la falacia, del timo y de la apariencia. Oírles hablar es asistir a un interminable desfile de palabras vacías y de intentos de encandilar al pueblo. Con sus discursos llenos de frases hechas como “caminar todos juntos” o “luchar por los derechos de todos” y de palabras como “tolerancia”, “trabajo” o “derechos” lo único que pretenden es ganar los votos de todos, lo que para mí representa un claro signo de hipocresía, pues no se puede estar a buenas con todo el mundo. No puedes pedir el voto de un mileurista y el de un millonario. O estás con uno o con el otro. Por mucho que algunos se empeñen en negarlo, las clases sociales siguen existiendo, siguen habiendo ricos y pobres, obreros y empresarios, explotados y explotadores. Cada uno de ellos defiende sus intereses y esconderse tras un discurso vacío y decorado con palabras bien escogidas para no molestar a nadie con el único propósito de recaudar votos no responde más que a actos de cobardía e inmoralidad política.
Por suerte no todos son así y aún hay gente que dice las cosas claras, como es el caso del coordinador general de Izquierda Unida, Cayo Lara. Se puede estar o no de acuerdo con él pero es de agradecer que un político diga lo que piensa. En su discurso hay gente con la que no pretende quedar bien, gente de la que no quiere ni espera votos. Esa gente son los grandes poderes financieros, los bancos, la Conferencia Episcopal y el ultracatolicismo español, las grandes fortunas, etc. Él dice claramente que su programa político se basa en recortar los privilegios de todos ellos, aunque ello, obviamente, le cueste que ninguno de ellos le vote. Decir “si gano, a por quién voy a ir es a por ti” es algo que no hacen ni Rubalcaba ni Rajoy. De hecho, aunque sea sabido de sobra que la intención de ambos es seguir apretando a pensionistas y trabajadores y no molestar a los mercados, en sus discursos se las seguirán dando de defensores de sus víctimas. Profesionales de la falacia, repito.
Ojalá la cosa cambie algún día y podamos ver al frente del Gobierno a un grupo de personas como Cayo Lara o el mítico Julio Anguita, personas que aunque como todo hijo de vecino puedan equivocarse, no jueguen al despiste, hablen claro a la gente y estén ahí porque el pueblo haya respaldado unas ideas y no a un estudiado y falsario programa de marketing.

martes, 4 de octubre de 2011

LA PIEL QUE HABITO: Soy Vicente

-Tejada F.-



Una ridiculez con sabor a cine de antaño, contenida, seria, austera en las formas y del todo inquietante. Pero vacía, incompleta, absurda. Pedro no explota los factores psicológicos que subyacen de la trama que sin lugar a dudas hubiese sido la única posibilidad de dar un poco de interés a esta cinta. Se salvan algunos planos geniales en los que la colocación de la cámara se convierte en protagonista y unos decorados fríos y modernistas al servicio de un Banderas que demuestra una vez más que está mejor de Zorro o simplemente haciendo paellas en su mansión de LA.

Algunos hablan de los planos y frases finales como sensacionales, niego la mayor, yo los veo como una farsa más propia del Diario de Patricia que del talento propio del manchego. Es imposible –al menos para mí lo fue- ver la película sin sonreír con determinados personajes o momentos aparentemente cruciales, incluso cuando la tensión debería ser asfixiante.

Pedro es un tipo demasiado preocupado por las críticas y la taquilla. Debería estar por encima de esas vulgaridades puntuales. También debe ser consciente de sus limitaciones aunque su ego lo dificulte. Tiene un talento natural para el histrionismo y la superficialidad colorista, para provocar desde lo mundano, en eso no tiene rival pero no llega a agitador de conciencias de primera, al menos no en esta piel que habita. Que tome ejemplo de Haneke que aparte de llegar al cerebro también pega golpes secos en el hígado.

lunes, 3 de octubre de 2011

Visita al Museo del Louvre

-Africano-


La dejé durmiendo en el Hotel Aviator de Montmartre. Ya había estado en el Louvre y prefería descansar después de dos días pateándonos Paris. Me desperté a las ocho y media y de un resorte me metí en la ducha de medio metro cuadrado. Bajé al vestíbulo y saludé con un efímero "Bonjour" al recepcionista. Cogí el Metro en la parada de Brochant para posteriormente hacer trasbordo en la Place du Clichy.
El viaje en metro en solitario tenía otro cariz diferente a los que había realizado hasta el momento. No se era parisino sino se viajaba solo, codo con codo con el jornalero cotidiano, entre la mezcolanza de rostros agotados antes de comenzar el día.
Me bajé en la parada de la Place du Palais Royal. Eran las 9 de la mañana y para mi sorpresa los alrededores de la pirámide de cristal apenas contaba con una veintena de turistas. Después de recorrer la enorme plaza en busca de la entrada, auscultando recovecos y saliendo por pasadizos que me hacían volver al punto de partida, tomé consciencia de que la entrada al museo se encontraba en la propia pirámide. Había que tomar una escalera mecánica subterránea para penetrar en la mayor pinacoteca del mundo.
No había desayunado. Traía el espíritu dispuesto y el estómago vacío para el deléite estético. Había tres direcciones a tomar para visitar el Museo. El ala Richelieu (dedicada en su mayor parte al arte francés) el ala Denon y el ala Sully. Tiré para la Denon. Mientras subía una pesada serie de escalones me encontré al levantar la mirada con la Victoria de Samotracia. Ordas de japos disparaban los flashes de sus futuristas cámaras fotográficas contra el cuerpo marmóreo de la diosa. No tuve especial dificultad para conseguir mi primera instantánea. Coloqué mi Nokia C6 sobre las cabezas de un grupo de caníbales y me marché a la siguiente sala.
Tenía la cosa bastante clara. Había que ir a lo recordable. Mi ansiedad por no parecer el típico paleto que solo aprecia lo cognoscible me hacía cometer el error permanente de pararme más tiempo de la cuenta delante de cuadros cuyos autores habían tenido la desgracia de ser solo apreciados por teóricos de las artes plásticas.
Me dirigí a la pintura italiana y española. Me paré medio minuto ante un Fray Angélico y un retrato de perfil de la marca Piero de la Francesca. Sus nombres grabados sobre las placas me emocionaron más que sus pinturas. Cuando estuve en Florencia consiguieron acabar con mi paciencia, así que me despedí y seguí adelante. Unos metros más allá se encontraba el San Juan Bautista de Da Vinci. Acojonaba de verdad. Un retortijón atravesó mis vísceras. Lo miré una vez más y continué.
Después de pasar ante mí un desfile de italianos intrascendentes me encontré casi sin querer con unos de mis venerados. Caravaggio. La echadora de buenaventura, La muerte de la Virgen, El reposo de la Santa Familia... Podía olerse en cada uno de ellos lo cabroncete que había llegado a ser en vida. Luz, color, encuadre, personajes del bajo mundo entre escenas sagradas... Todo atrevimiento. Un auténtico genio. Ante mi escaso bagaje cultural en lo que a la pintura se refiere, encomendé mi percepción al puro instinto. No lograba encontrar las razones de la indiferencia que me provocaban un Rafael o un Da Vinci. Sabía, sin embargo, que debió ser durante aquella época cuando el ser humano empezó a enfermar de verdad. La dispersión medieval dejaba paso a la obsesión por la composición de las figuras, aquello era sintomático. Más allá de eso no lograba descifrar nada más. En cualquier caso, el gusto era algo personal e intransferible. Un sexto sentido me inclinaba a pensar que era más divertido irse de cervezas con Caravaggio. Todo mi análisis museístico se reducía normalmente a conclusiones gilipollas como esta. Para mí la verdad era aforismo. Me resistía a aceptar la máxima del experto. Para mí Rafael y Leonardo representaban eso. Había algo en el genio del claroscuro que me daba esa verdad y media de la que hablaba Nietzche.
Llegó el momento culmen. La sala parecía una noche de tormenta. Flashes y un murmullo atroz tapaban la visión de la joya de la corona. Allí estaba la Gioconda, salpicada por el semen amarillento de aquellos hombrecillos que colgaban de sus cámaras. Acorazada tras un cristal antibalas con un grosor similar al del muro de las Lamentaciones, se encontraba aquel símbolo de la humanidad. Estaba echando cuentas imaginarias sobre el valor que debía tener el cuadro cuando un nuevo retortijón me revolvió las vísceras. Algo no marchaba bien, así que salí de la sala y continué mi camino.
Regresé a casa. Una vez allí me invadió un estúpido sentimiento patrio. Era palpable el poco éxito de la pintura española frente a la italiana. Los turistas parecían pasar de largo, mirando los Zurbarán y los De Ribera con cara de alelados. De pronto lo encontré. Era “El Joven Mendigo” de Murillo. Por segunda vez en mi vida sentía, contemplando un cuadro, eso que algunos llaman “emoción estética”. La primera vez que lo experimenté fue en la Galería de los Uffizi, de nuevo con Murillo. Miraba a un lado y a otro sorprendido por la indiferencia de los que pasaban por su lado. Tenía ganas de ponerme a berrear a voz en grito: “¡Pero donde coño se supone que vais, es Murillo!”. Poco a poco conseguí zafarme de mi españolismo y empecé a disfrutar en soledad.
Vi mi primer Goya y gocé con dos cuadros del Greco. Para mí la visita había terminado. Aún quedaba una última sala del ala Zenon. Dos agitados y apabullantes paisajes de Constable y Turner me trasladaron a los últimos años de instituto, y a aquel libro de Historia del Arte cuya portada era un cuadro de Velázquez, “El Aguador”, si no recuerdo mal. Y junto a ellos, un cuadro de un tal Raeburn, Petit fille tenant des fleurs, donde aparecía retratada una hermosa niña sujetando unas flores que me embebió de belleza durante varios minutos.
Aún eran las 11 de la mañana. Fui a visitar la Venus de Milo y una escultura de Miguel Ángel. Pasé de largo Egipto y Grecia, y me fui de cabeza a la pintura holandesa. Allí, definitivamente, me perdí. Rubens invadía la primera Sala. Veinticuatro telas de gran formato inundaban la estancia, encargo de una reina madre forrada, que consiguieron marearme de lo lindo ante tal cantidad de figuras en movimiento. Mientras miraba unos Van Dyeck, empecé a cagarme en serio. Aún me quedaba ver a Rembrant y no sabía qué hacer. Decidí buscar la salida. La lógica debía haberme hecho regresar el camino andado. Por el contrario, me dediqué a ir de sala en sala como un familiar buscando a un enfermo en un hospital. Casualmente, aquel problema me llevó a encontrar al genio holandés. Varios retratos del artista y un ternero abierto en canal colgado de un garrote. Suficiente para convencerme de que no me interesaba demasiado. Seguí cruzando estancias totalmente perdido, solamente guiado por un extraño instinto de supervivencia. Al fin me di de bruces con la salida, bajé las escaleras y busqué los servicios. Aún me quedaba por ver a Delacroix y su Libertad guiando al pueblo, pero a esas alturas no existía cuadro en este mundo que me hiciese desviar el rumbo. Existían otras libertades que alcanzar. Cagar y salir de allí. E hice las dos. Volví a la superficie.
Ahora sí, miles de turistas abarrotaban las puertas. Me fui en busca de algún sitio donde desayunar. Por el camino una rumana quiso hacerme firmar una especie de cuestionario. Recordé un cuadro de Frans Hals que había visto en la zona holandesa. Se trataba de una prostituta a la que habían disfrado de gitana y que sonreía maliciosamente. Crucé la carretera y tras esquivar una serie de braseries, encontré un aséptico salón de the, estéticamente similar a un Starkbucks. Pedí una Coca-cola. Pasé serias dificultades para explicarle al gabacho que quería un bocadillo de jamón. Un inglés, enterado él, se adelantó para decir sándwich. Evidentemente no tenía ni idea de lo que era un bocadillo. Yo, visto lo visto aquella mañana, tampoco parecía tener mucha idea de lo que era el arte.

sábado, 1 de octubre de 2011

Otro café


Tejada F.-

Una tarde de primavera encontré un artículo de varias páginas sobre la convención demócrata que proclamaba a Kerry como candidato a las elecciones. Los americanos son muy aficionados a realizar un show de casi cualquier cosa, en eso como en otras tantas son los mejores. Ese acto se desarrolló durante varias jornadas en las que diferentes pesos pesados del partido y simpatizantes aportaban discursos o conciertos o simplemente su presencia. En esa ocasión Robert de Niro o Bruce Springsteen aparecieron para dar su apoyo al pusilánime candidato. Todo valía para intentar que el texano W Bush no repitiera legislatura. Pero en esas tribunas no se iniciaba un cambio real, Kerry era una mala opción solo aupado por su fuerte apoyo económico y ser capaz de juntar sujeto y predicado sin trabarse (mucho más de lo que podía hacer el propio Bush). El caso es que en las gradas vips del estadio de Boston se encontraba Hilary Clinton, la calculadora política que había aguantado más de lo que la razón aconseja esperando su oportunidad, la que soñaba con llegar al poder desde que entró en la Casa Blanca junto a su simpático esposo soportando la humillación de manera estoica, ganándose el respeto de mucha gente tras el escándalo Lewinsky.
También estaba Al Gore dedicado a predicar la llegada del fin del mundo, con la eterna mirada del que le han robado la cartera a lo bestia y encima debe sonreír. Cerca de ellos y abriendo el acto un joven negro, elegante y sobrado subió a la tribuna de oradores para en poco menos de media hora paralizar la convención y enamorar a todo el que lo escuchaba. No fue espontáneo, nada lo era en ese brillante orador. Era el discurso de su vida y lo sabía. El tal Obama apeló a la unidad con una musicalidad al hablar que convertía sus oraciones en hachazos al alma. Al acabarlo, con todo el estadio en pie, muchos de los presentes entendieron que era el futuro del partido y que sería presidente. Pero para eso todavía quedaba mucho.
Bush ganó la reelección apelando a los resortes del gran motor del siglo XXI: el miedo. Los siguientes cuatro años se centraron casi desde el principio en ver quiénes serían los nuevos candidatos, el show debía continuar.

Barack Obama y sus colaboradores planificaron al milímetro una hoja de ruta que los llevaría a la gloria. Mientras tanto Hilary hacía lo propio y preparaba por fin su asalto a la Casa Blanca, pero esta vez su intención era trabajar en el despacho oval y no tomando el té con las esposas de los mandatarios invitados.

A miles de kilómetros de distancia entre olor a gambas, guantes pestosos y cafés de polígono y retrete, Casado y yo devorábamos lo que llegaba de esos movimientos, Obama se convirtió en un referente interesante. Encima el tipo tenía una historia de vida dura, de ancestros africanos y un halo de misterio que nos la ponía pina cada dia. “Otro café señor durani, por favor”.

Las primarias llegaron y el duelo entre el mago de los discursos y la firme y solvente Hilary nos llenó de emoción -o al menos de entretenimiento- aprendí como funcionan los Caucus y donde estaba Ohaio.
Cuando hasta mi mastín sabía quién era Obama reconozco que perdí ese cosquilleo de seguir algo con la sensación de que es especial, que todavía no está contaminado, que la pan-mierda no ha llegado. Pero llegó, hasta Ana Rosa Quintana hacía referencia al Yes We Can y entonces todo se acabó. Fue como ir despertando poco a poco de una anestesia. Obama ganó y cada paso dado era una palangana de realidad áspera comentada por Jorge Javier Vázquez y rematada por los tertulianos de todo a cien que pululan por las teles. Me fui bajando de ese tren poco a poco, cuando ya no cabía más gente supe que era el momento de apearse.

Me sentí como ese pescador que va en su barquita y consigue atrapar la pieza de su vida y después al tenerla entre sus manos se da cuenta que pescar la trucha se la suda profundamente, lo que quiere es buscarla, imaginando como será y sobre todo lo increíblemente hermosa que podría llegar a ser. Si la encuentro de nuevo lo primero que haré será llamar a Casado mientras preparo café.