Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







jueves, 28 de octubre de 2010

AUNQUE SIEMPRE PENSASTE QUE NO Y AUNQUE
TU NO QUIERAS ES INEVITABLE

Mi sobrino. 5 meses.
Una monería.
Le hacemos muecas.
Le hace, mejor dicho.
Clara, mi novia.

Lo mira.
Me mira.

La miro

una mosca
contra la ventana

ella tampoco
puede escapar.


-Rubén C.M-

viernes, 22 de octubre de 2010

NADA GRANDE EN ESTO


-Africano-

Estaba jodido. Se pensará que con esta afirmación quisiera expresar un estado anímico bajo, de tristeza, de abatimiento. De ninguna manera. Estaba jodido. Si has leído “La náusea” de Jean Paul Sartre me entenderás. Ésta, la náusea, es algo indescriptible. Si bien, más que simplemente la sensación de ser absorbido por la realidad, esto se vio agravado por un cuadro psiquiátrico de ansiedad y depresión. Desde que despertaba por la mañana, la sensación de pesadez que iba desde las piernas hasta los párpados, la sequedad de boca que se mezclaba con el esputo producido por el tabaco, la falta de energía, la falta de apetito… todo esto, hacía que el día se presentase como un infierno, un infierno que había que superar con la seguridad de que al día siguiente volvería a comenzar. Algo así como el mito de Sísifo en miniatura. El café estaba totalmente prohibido. Medio vaso de este provocaba una hora de locura. Temblor de manos, hiperactividad, hormigueo, visión defectuosa… Por el contrario, las infusiones eran mis mejores aliadas. El simple proceso de preparación ya contribuía a calmar mis nervios, aunque la ingesta, luego, por el hábito, no tenía efectos satisfactorios. Los días de calor amenazaban con la bajada de tensión. Como aquel día, en la comunión de mi primo Miguel, después de una borrachera nocturna, después de haber dormido cuatro horas, allá fui, a la iglesia, con 38 grados a la sombra y un pitillo en los labios. Pitillo el cual me revolvió el estómago y convirtió mi boca en un barril de cieno. Luego, en el convite, la primera cerveza que debía contribuir a nivelar mi estado, me atacó el cerebro de tal manera que solo pude beber medio vaso. Luego, el primer plato y la primera pinchada de carne. Al masticar la pieza cortada, esta se convirtió en chicle dentro de mi boca y se deshizo como agua residual. Al llegar al estómago vino la crisis definitiva. Sensación de náuseas. Las personas que hablaban alrededor parecían inquisidores que con su conversación quisieran castigarme. La angustia comenzó a apoderarse de mí. Miraba a ambos lados de la mesa buscando la salida. Tenía que movilizar a unas diez personas para conseguir salir de aquel lugar, con el consiguiente escándalo, todo el mundo preguntando que qué pasaba y yo, yéndome por el desagüe de mi consciencia. Al fin alcancé a mi hermana y le expliqué con el poco aliento que me quedaba que disimuladamente me acompañara fuera. Mi cuñado nos siguió. Rogué que inmediatamente me llevasen a casa, estaba a punto de desfallecer. Una vez en el coche, todo me daba vueltas. La ventanilla cerrada me asfixiaba. La ventanilla abierta, con todo aquel aire caliente entrando a borbotones, taponaban mis orificios nasales impidiéndome respirar. Llegamos a casa. Mientras bajaba del coche miraba a mi alrededor. La luz solar del mediodía entraba por mis ojos de manera extraña. Parecía como si me hubiese tomado cinco gramos de cristal. La percepción totalmente alterada, los colores, el viento, el sonido, se confundían en una ensalada de sensaciones indescriptibles. Y todo ese mejunje me anunciaba algo aterrador. Estaba convencido de que aquel era el último día de mi vida. No podía imaginar que fuera a salir de aquella situación, simplemente. Era extraño. Me preocupaba, pero al mismo tiempo me producía curiosidad estar en ese estado. Lo absurdo de la situación. Ese día anodino, sin ningún interés para mí, iba a ser el final de mis días. Qué gilipollez. Entramos en casa y me tumbé en el sofá. No había postura alguna que se acomodase a mi situación. No sentía ninguna parte de mi cuerpo. Una insensibilidad aterradora. Parecía que el cuerpo me había abandonado o que yo lo había abandonado a él. Pensaba que al tragar saliva me ahogaría. No sabía por qué vericuetos iba a ir esa salivación. Si al estómago, a los pulmones, o a qué sé yo. La confusión era global. Tumbado me asfixiaba. Sentado, con la cabeza sobre mis rodillas, me mareaba. De repente, sentí la necesidad de orinar. Fui al baño arrastrándome como pude apoyado a la pared. Allí, tras bajarme los pantalones y sacármela, esperé a que el orín saliese por sus propios medios. No me sentía la polla. En lugar de eso, un líquido viscoso y nauseabundo empezó a salir. Esto me asustó. No sabía qué coño estaba pasando. Algo pasaba ahí abajo. Algo no funcionaba. Pensé que era mi fin. Pensé que si salía de está seguramente aquello estuviese estropeado para siempre. Empecé a sollozar. Incluso estas, las lágrimas, salían sin ton ni son de mis ojos, tomando direcciones que no lograba percibir. Al fin meé cuatro gotitas y me subí los pantalones. Volví al salón donde mi cuñado, con la cara descompuesta, esperaba buenas noticias. Propuso llevarme al hospital. Le dije que era imposible, no podía moverme de ninguna manera. Supliqué que viniese mi madre. Al cabo de una hora aparecieron mis padres por la puerta. Su simple presencia me animó y vi una posibilidad de salvación. Me dio un Lexatín. Hasta entonces no había tomado yo la decisión de tomarlo por un terrible temor a atragantarme con la misma pastilla. Además, pensaba que podría provocarme la muerte por lo débil que me encontraba. Claramente estaba delirando. Estaba grave, eso era evidente. Pero todo empezó a ir mejor. La pastilla me tranquilizó, comencé a recuperar la sensibilidad y a percibir la realidad con normalidad. El miedo fue desapareciendo poco a poco. Mientras, mi madre no me soltaba la mano y me miraba como se mira a un hijo que está resfriado. Empecé a comprender que no iba a morir. Pesaba sesenta y tres kilos, lejos de los setenta y cuatro que un día llegué a pesar. Esto era un toque de atención. Un kilo menos y me iría al garete, de eso estaba seguro. Había percibido el olor de la muerte aquel mediodía y no tenía nada de grandioso. No merecía la pena morirse, por nada del mundo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Informe Harrison


-Fabyo Sorel-

Harrison es un detective que trabaja en la tercera avenida.
Nunca ha detenido a nadie.

Pero no porque no descubriera a los culpables.

Es que conforme eliminaba sospechosos de su lista

y ésta se iba reduciendo iba cogiendo un cariño enorme

a los nombres que quedaban por descartar

hasta que llegado el momento

y cuando todo estaba claro.

Ya no tenía ninguna duda y se había enamorado.

Indefectiblemente se enamoraba del delincuente.

Por ejemplo un día.

Llevaba varias semanas tras la pista de un atraco.

Sentía en su nariz que tenía la clave delante.

Había revisado la escena

y tras hablar con los testigos

consiguió una descripción

que le llevó a una dirección

que concluyó en esta situación.

Estando él hurgando en los cajones de la que todo indicaba debía ser la que guardaba el secreto,

en la creencia de que la investigada permanecería en sus ocupaciones toda la mañana,

cual fue su sorpresa al escuchar unos ruidos en la puerta que se abrió y por la que entraron la moza en cuestión y un tipo al que agarraba por la chaqueta, por la cobarta, por entonces Harrison ya estaba agazapado debajo de la cama.

Desde allí pudo ver cómo se abrió la puerta.

Ella llevaba unos tacones rojos.

él se quitaba los zapatos,

rápido los zapatos cayeron al suelo

y ellos sobre la cama

bajo la cual Harrison estuvo escuchando un traqueteo

junto a jadeos, guarradas moñadas y confidencias.

Cuando los muelles de la cama dejaron de sonar,

los gemidos y los alaridos pararon

Harrison contuvo la respiración

Entonces ella dijo:

- Te dije que todo saldría bien

Y el respondió:

- porque yo lo he hecho posible

-¿cómo qué tu lo has hecho posible? - preguntó enfadada ella

- Sabes que no habrías podido hacerlo sin mí

- De no haberlo hecho tú otro lo habría hecho

- pero tú querías que lo hiciera yo

- Digamos que te preferí a tí para esto, pero tenía más candidatos

- yo también tengo mis contactos

- ¿contactos? ¿qué contactos? tú sólo me tienes a mi

- ¿y tú a quién tienes? Ven aquí

la conversación cesó y durante un buen rato no se escucho nada más.

Se habían quedado dormidos.

Harrison podía escuchar la respiración del tipo como si le resoplara en el oído.

Aprovechó el momento para intentar salir reptando de ahí

pero justo en ese instante el pie desnudo de ella se posó en el suelo

y salió andando descalza de la habitación.

Harrison la oyó andar por el pasillo e ir hasta la nevera.

Trató de alcanzar la cartera del bolsillo de la chaqueta del tipo que dormía sobre él

que había quedado tirada cerca en el suelo pegada a la cama y descubrió que el hombre se llamaba William Thomas y que era de Seatle y que no follaba mal.

Dejó la cartera en la chaqueta.

Al punto entró ella, se puso los zapatos y salió.

La puerta se oyó cerrarse.

Will seguía dumiendo.

Harrison reptó por la habitación, salió del cuarto y fue hasta la nevera.

Pegó un trago a un cartón de zumo de piña.

Y salió de la casa.

Fue tras ella pero la había perdido de vista.

Sin embargo creyó que sabía hacia donde se dirigía.

Efectivamente en el número dos de Fighter Street

ella llamaba a la puerta cuando él doblaba la esquina.

La puerta se abrió y ella entró.

El saltó la valla del jardín por la parte trasera de la casa.

La puerta de la cocina que daba al patio estaba abierta

y Harrison se coló en la casa.

La conocía. Era la casa de Mr. Marshall.

Había tres personas allí y una de ellas iba a salir con los pies por delante.

Harrison tuvo que declarar por la muerte de Mr. Marshall de la que la señorita Lunas

le acusaba directamente.

Ante el juez, el detective Harrison tuvo que desvelar su informe para intentar evitar ir a la cárcel. Se le acusaba del asesinato a mano armada de Mr. Marshall. El móvil era un Nokia 3310. Un clásico en estos casos.

El fiscal le lanzaba preguntas como bolas de beisbol y Harrison bateaba.

- ¿Qué hacía usted en la casa de Mr. Marshall el día que éste fue asesinado?

- Investigaba un caso

- ¿Y de qué se trataba?

- El señor Marshall me contrató para que investigara a la señorita Lunas

- ¿y con qué fin?

- sospechaba que la señorita Lunas le era infiel, como efectivamente sucedía.

Se oyó un murmullo en la sala y acto seguido un golpe de martillo.

- ¡Silencio! - exclamó el juez - Prosiga Letrado.

- ¿A ver si lo he entendido? ¿Usted sostiene que fue allí a avisar al señor Marshall de que había descubierto una infidelidad de su pareja, y ésta al oírlo le mató? ¿no debería en ese caso haberle matado a usted?

- Si me hubiera matado a mí habría sido como aceptar aquella acusación ante su marido. Además yo no le servía muerto. También podría habernos matado a los dos pero en ese caso ella estaría sentada aquí ahora.

- Ha dicho usted en su declaración que entró en la casa para concluir con un caso que llevaba tiempo investigando. Que había logrado encajar las piezas del puzzle y que pretendía entregar su informe al señor Marshall. ¿puede usted mostrarnos ese informe?

- No. No puedo.

- ¿Y puede usted decirnos porqué no puede?

- Soy un investigador privado que trabaja para los clientes que lo contratan. Ustedes tienen sus investigadores. Mándelos a investigar. Yo trabajaba en este asunto para el Señor Marshall que ahora está muerto y ya no necesita saber nada más.

- Señoría, solicito ver ese informe y que sea presentado como prueba.

- Protesto señoría - dijo el abogado de Harrison - ese informe está protegido por el secreto profesional que ampara a mi representado. Mi representado se niega a que ese informe sea expuesto.

- El secreto profesional es un derecho y a la vez una obligación de determinados trabajadores y todos tenemos el deber de respetarlo. No obstante, dada la gravedad del caso y las circunstancias que se dan admito como prueba el informe Harrison en lo que pueda ser determinante para la solución del caso.

Harrison no tuvo más remedio que hablar.

Verá señoría, yo llevaba meses investigando a la señorita Lunas, con motivo de un asunto diferente. El señor Marshall sospechaba que alguien estaba metiendo la mano en las arcas de su empresa. Yo supe que era la señorita Lunas desde el momento en que él me dijo que ella era la única que tenía acceso junto a él a sus cuentas. Sin embargo no pude decirle esto entonces porque el señor Marshall la quería y tenía plena confianza en ella así que me puse a investigar en busca de pruebas que aclararan el asunto.

Todo me hacía pensar que la señorita Lunas era la persona que buscaba pero no lograba entender porque ella iba a robarle a él cuando él compartía todo lo que tenía con ella. Tenía a su disposición todas sus propiedades, así que no tenía sentido que le robara a no ser que tuviera pensado abandonarle.

Cuando el Señor Marshall me pidió que la siguiera, para ver a dónde iba, yo ya sabía a donde iba; iba a la casita que el señor Marshall tenía a las afueras de la ciudad a tirarse a William Thomas, gerente de la empresa Marshall y cía y cómplice de la señorita Lunas en su retorcida estratagema.

- ¿y se puede saber porqué no dijo nada de esto a la Policía?

- mire letrado, mi cliente había muerto el mismo día que los agentes me tomaron declaración y no quería echar sobre su memoria la acusación de ser víctima de un robo, infidelidades y de un asesinato el mismo día. Con el asesinato ya era suficiente.

- ¿Y por qué no habló más tarde? Esto podría costarle la cárcel.

- No era necesario. El caso estaba resuelto.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Compañeros compatriotas contemporáneos

Enseñanzas de la edad


Compañeros, poetas del futuro:



sed buenos con nosotros;



intentad comprender cómo pudo ser tan duro



este inútil vivir en vaguedad,



este fracaso, al fin debilidad.



Ahorcados nos veis, en vuestros días,



hacia el olvido, ya en bibliografías,



sólo borroso haber tradicional,



huesos al viento en las antologías,



seco polvo de tesis doctoral.







Hermanos, los poetas del mañana:



si queda entonces imaginación,



pensad qué mal negocio es esta vana conciencia



nunca en paz de los que son



poetas de una >.



Diréis:


hechos a lo sublime, de repente



quisieron ser reales, y era tarde.>



Y no sabréis que hoy damos por valiente



al que no es peor cosa que cobarde.







Vosotros no andaréis tan divididos,



queriendo al mismo tiempo estar atentos



al yo en sus más recónditos latidos



y al dolor de los prójimos hambrientos



pisados por los ricos y violentos.



Nacidos en justicia y en cultura,



tal vez seréis voz lúcida y madura



del mundo, y, en hermosa perspectiva,



ya ni recordaréis, desde esa altura,



nuestro torpe tanteo, a la deriva.







Pero si sois benévolos, hermanos,



y encontramos merced en vuestras manos,



por ese corazón os querrán bien



poetas de otros siglos más lejanos:



¡y buena falta os puede hacer también!.







- José María Valverde -





Sé tú mi límite




Tu cuerpo puede



llenar mi vida,



como puede tu risa



volar el muro opaco de la tristeza.







Una sola palabra tuya quiebra



la ciega soledad en mil pedazos.



Si tú acercas tu boca inagotable



hasta la mía, bebo



sin cesar la raíz de mi propia existencia.







Pero tú ignoras cuánto



la cercanía de tu cuerpo



me hace vivir, o cuánto



su distancia me aleja de mí mismo,



me reduce a la sombra.







Tú estás, ligera y encendida,



como una antorcha ardiente



en la mitad del mundo.







No te alejes jamás:



Los hondos movimientos



de tu naturaleza son



mi sola ley.







Reténme.



Sé tú mi límite.



Y yo la imagen



de mí, feliz que tú me has dado.







- José Ángel Valente -





Me basta así



Si yo fuese Dios



y tuviese el secreto,



haría un ser exacto a ti;



lo probaría



(a la manera de los panaderos



cuando prueban el pan, es decir,



con la boca)



y si ese sabor fuese igual al tuyo,



o sea



tu mismo olor,



y tu manera de sonreír,



y de guardar silencio,



y de estrechar mi mano estrictamente,



y de besarnos sin hacernos daño



- de esto si estoy seguro:



¡pongo tanta atención cuando te beso!...-



entonces,







si yo fuese Dios,



podría repetirte y repetirte,



siempre la misma y siempre diferente,



sin cansarme jamás del juego idéntico,



sin desdeñar tampoco la que fuiste



por la que ibas a ser dentro de nada.



Ya no sé si me explico, pero quiero



aclarar que si yo fuese



Dios, haría



lo posible por ser Ángel González,



para quererte tal como te quiero,



para guardar con calma



a que te crees tú misma cada día,



a que sorprendas todas la mañanas



la luz recién nacida con tu propia luz,



y corras



la cortina impalpable que separa



el sueño de la vida,



resucitándome con tu palabra,



Lázaro alegre,



yo,



mojado todavía



de sombras y pereza,



sorprendido y absorto



en la contemplación de todo aquello



que, en unión de mí mismo,



recuperas y salvas, mueves, dejas



abandonado cuando - luego - callas...



(Escucho tu silencio.



Oigo



constelaciones: existes.



Creo en ti.



Eres.



Me basta.)







- Ángel González -




viernes, 8 de octubre de 2010

ESCRITURA TOTAL



-Rubén C.M-


(En homenaje a Roger)


Si hay algo realmente novedoso, al menos para mi, si hay un descubrimiento o un concepto que hace que mi pensamiento recomponga sus fragmentos y vea con claridad ese concepto es, sin ningún tipo de duda, el de “Escritura total”. Acuñado por el poeta Roger Wolfe por el que este último año me desvivo, se ha convertido (siempre hablando de lo que significa para mí) en la definición de literatura más lucida que he podido escuchar. La definición exacta la podemos encontrar en propias palabras de este escritor o en algunos de sus estudiosos. No la voy a reproducir por dos motivos, porque no me acuerdo y porque, la verdad sea dicha, no hay ganas de buscarla. Pero creo que ese par de palabras tienen suficiente fuerza expresiva para hablar por si mismas. Por lo pronto, viene a utilizar la palabra “escritura” y no “literatura”, “arte”, o cualquier otra que sugiera una obra determinada con un fin concreto. La escritura se refiere ni más ni menos al acto de escribir, a todo lo que incluye el proceso y nada más allá. Se deja de métodos y cuestiones organizativas que textos más rocosos e intelectualizados necesitan. No quiere decir con esto que la escritura de este tipo desemboque en un simplismo vulgar y poco cuidado. La dificultad de este tipo de escritura es el riesgo que se corre, es el elevado porcentaje de fracaso en el que se mueve. De ahí que el éxito de un escrito de este tipo supere a aquellos que se ven limitados por su excesivo cuidado. La dosis de realidad que se le añade esta asegurada por los errores que se producen. Estos errores juegan un papel estilístico de suma importancia. No hablamos aquí de la escritura automática, aquí el texto se revisa más allá de la ortografía o la puntuación. Un error puede ser corregido sin que pierda su esencia errática, su dosis de realidad. La finalidad reside en hacer que la literatura se vea superada por la realidad, el texto debe cobrar vida, y esta vida no tiene más remedio que representarse en su ser completo, con todos sus defectos. La respiración juega un papel crucial, determina el grado de cercanía que puede provocar el texto, el reconocer al otro lado a una persona de carne y hueso. Se trata de que el lector se reconozca a través de temas, personajes, ambientes totalmente conocidos para él, a pie de calle. La famosa “cotidianeidad” promulgada por Raymond Carver es otra de las claves, las cosas pequeñas que pueden revestir significados universales. Las verdades de siempre escondidas no en batallas, ni en héroes ni en villanos, ni en mundos imaginarios, sino agazapadas detrás de la cortina o en un cenicero. Sobre esto pasaré muy de largo pues se ha escrito ya mucho sobre ello, solo reseñarlo para contextualizar la situación. Si bien, el concepto de “escritura total” va más allá de ser una mera definición de literatura para situarse más acá, tomar esta como un medio de vida, de subsistencia. A través de esta concepción de la literatura nos vamos a servir de ella para vivir mejor o, al menos, para ayudarnos a llevar la vida mejor. Esta necesidad imperiosa del escritor por escribir, no ya del escritor sino de cualquier persona que necesite expresarse y elija este medio, esta necesidad imperiosa digo, se canaliza a través de las diferentes modalidades que presenta la literatura en conjunto. Nos podemos servir del poema, del relato, del microrelato, del cuento, de una carta, de un ensayo, de un ensayo-ficción o podemos, si nuestra pulsión interna lo pide, echarle mano a la novela. En la escritura total es indiferente el soporte que se utilice siempre que se adapte o más bien, siempre que se ofrezca amablemente para transmitir un pensamiento o un sentir. Esta libertad a la hora de elegir y a la hora de expresarse se convierte en algo ciertamente peligroso, pues nunca estamos seguros de que nos pide el cuerpo. Me sorprendía el otro día mi chica, cuando viéndome escribir un poema, quería leerlo antes de que este estuviese terminado. Sobre un fragmento que no entendía, preguntó por su significado; le dije que aún no lo sabía, podría ser cualquier cosa, incluso nada en absoluto. Se río de mi, diciendo que era tonto, que como no iba a saber el fin de lo que estaba escribiendo. Mi respuesta fue sencillamente que tal vez Victor Hugo o Cervantes fueran capaces de visualizar el propósito o la forma que pretendían darle a un texto, pero que un mindundi como yo solo podía dejarse llevar y esperar a ver lo que salía. Se quedó pensando un par de segundos y seguidamente prosiguió con lo que estaba haciendo, importándole un truño lo que acaba de decir. Para mí, este episodio fue revelador. A veces se me ocurre algo y rápidamente lo llevo al papel. Pero ese algo, mientras escribo, va tomando cuerpo de una manera natural, transformándose a veces en algo maravilloso y en otras en un pestiño que nada tenía que ver con lo que se gestó en mi cabeza. Lo que si tengo claro es que la sensación de dejarse llevar por el tecleo, de deslizarse sin importar si pongo una coma aquí o si pongo un punto acullá, me produce una sensación de libertad y de dominio de esa libertad inigualable. Cuando en mis comienzos escribía algún poema, me veía en la obligación de rimar y de ajustarme a los cánones. Quería sonar a Lorca o a Miguel Hernández, más a este último, y la frustración que me provocaban los resultados hacía sentirme así de pequeñito. Lógicamente no era capaz de hacer malabarismo gramaticales por mi falta palpable de genio. Años más tarde fui comprendiendo y soltándome, como quien deja de fumar poco a poco, y empecé a cogerle el gustillo a eso de escribir lo que me viniera en gana. Ahora escribo, simplemente, sin preocuparme de lo que estoy diciendo o de si es un relato, un poema o un algo. Lo que es seguro es que he avanzado en algo. Siento como la página respira, sin grilletes ni mordazas, y siento como en mí la página cobra un sentido casi místico. La blancura que quiere ser manchada. Mancha, sin más, de lo que sea. Claro que no a la manera de pintor post-moderno dando brochazos al aire y cagándose en mitad del lienzo. Por supuesto, esto no consiste en llegar, tocar e irse. En el jazz funcionaba. Aquí solo funciona tocar, tocar y nunca irse. Recuerdo las palabras del maestro, Buk: “Tu eres tu único rival y tu único juez.” O algo así, no recuerdo las palabras exactas. La satisfacción de ver la mejora a través de los meses, de los años, darse cuenta de que somos mejores que al principio, amigo, no tiene precio. Ir rompiendo cadenas, despojarse de vergüenzas, de complejos inútiles, y deslizarse una vez más, como el viejo Buk decía. La escritura total, bien utilizada, sin abusos, es el mejor método terapéutico, no sin sus efectos secundarios. Pero a quien le importa esos efectos, cuando ya nada nos sirve, cuando todos los médicos habidos y por haber hace ya que nos dieron por perdidos.

martes, 5 de octubre de 2010

A unas iniciales grabadas en un árbol



-Luis Lopez Anglada-

(Poeta caballa)

Iniciales de amor en la madera
vino a grabar la mano bordadora.
Fue lino el tronco, bastidor la aurora
y testigo la blanca primavera.

Bordado amor quedó y eterno fuera
sin la mano del tiempo, leñadora,
que en seca savia y a cercén ahora,
con filo poderoso lo partiera.

¡Oh, frágil tiempo, tronco, blanca mano!
¿Por qué grabar amor en ramas tiernas,
muerto despojo ya de vendavales?

Aquí tenéis mi corazón humano.
Venídmelo a grabar y tendrá eternas,
con heridas de amor, las iniciales.