Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







martes, 31 de mayo de 2011

Cartas desde la Rue Taiboit; William Saroyan




Rubén C.M



Yo no sé si será cosa mía, pero no es la primera vez que me encuentro con un libro así. Y, ciertamente, no es que el libro tenga realmente culpa, ni su autor, sino más bien se trata, diría yo, de un fallo de coordinación. Y es que debería existir un mensaje bien clarito en la portada advirtiendo ante su posible incomprensión. Resulta que hay libros que no siendo explícitamente autobiografías de sus autores son, de forma clamufada, un esbozo, trazo, pincelada de sus vidas. Más bien, una mezcolanza de datos biográficos e impresiones sobre dichos datos. Así, uno, sin haber tenido entre sus manos anteriormente un manuscrito del susodicho, acaba cerrando el libro con sabor agridulce, no más que por la imcomprensión de lo que allí se nos refiere debido al desconocimiento, entre otras cosas, de su obra. Y algo crucial, si bien lo más importante a mi parecer; que no terminamos de congeniar con el autor, no simpatizamos con él, al resultarnos en ciertos momentos estúpido por la exaltación tan poco pudorosa de sus sentimientos. Este tipo de escritos, me imagino, son pequeñas licencias que se toman ciertos escritores para abrirse el corazón en canal ante todo el público en visperas de su ejecución. Un género confesional, diría, y no memorias, pues la intención del autor no es otra que redimirse, justificar o lamentar el pasado, construir, en definitiva, un pequeño monumento a la derrota personal, cosa bastante unánime entre los habituales del género. Así, estas Cartas desde la Rue Taiboit. Esas cartas enviadas al vacío a gentes a las que jamás dirigimos la palabra, a aquellos familiares que murieron sin saber nuestros más profundos sentimientos, y otras, a ciertos personajes célebres, a los que todos nos hubiese gustado decir un par de palabras no del todo agradables antes de su desaparición (Hitler, Mussolini). El alma de Saroyan, armenio, el de sus familiares, armenios, y del pueblo armenio reflejado en algunos destinatarios atraviesa transversalmente el relato epistolario. Bonita historia sino fuese porque los armenios me la traen al pairo. No así este Saroyan que, pese a no haberme conmovido del todo, me invita a leerlo con mayor profundidad quien sabe si con mejor fortuna. He ahí la Comedia Humana, La risa o Las aventuras de Wesley Jackson.


Por la frase que corona este nuestro blog diría que tiene que haber, por fuerza, algo más detrás de este tipo. Asi que si os topáis con él no dudéis en darle una oportunidad.

sábado, 28 de mayo de 2011

RESEÑA: A Serbian Film


-Tejada F.-

No Apto

Hace unos días Rubén Casado dedicó unas líneas al gran Michael Haneke director que se caracteriza por despojar de valores morales a sus personajes y llevarlos en muchas ocasiones al extremo. Pues la otra noche indagando sobre los Balcanes (una zona que me interesa aunque no sabría decir motivos) encontré por casualidad una película que tenía fama de ser dura. Esto nunca me ha impedido enfrentarme a un film, no soy especialmente sensible, es cine al fin y al cabo. Confiado por tanto en un “va… no será para tanto” preparé el portátil y me coloqué los cascos.

Una hora y pico larga después mi sensación no podría describirla. He visto películas desagradables, otras con escenas fuertes, algunas de tipo Gore, pero nada, absolutamente nada parecido a esto.

Algunos hablan de que intenta provocar y estremecer gratuitamente, otros que trata de denunciar la doble moral y ven al director un visionario que ha llegado donde ni los más atrevidos se habían planteado, otros simplemente lo han denunciado ante el juzgado. Es la película de los extremos, ha ganado premios en algunos festivales y en otros se ha impedido su proyección.

Srdjan Spasojevic es el sujeto que ha dejado a Von Triers y Haneke en aprendices. Parecen Jose Luis Garci al lado del serbio. Para mí un tipo con necesidades urgentes de ser internado, de controlar su ego, porque solo alguien con mucho ego es capaz de presentar este proyecto, el tipo es cínico y con un mal gusto evidente.

No voy a entrar en detalles ni en aspectos filosóficos sobre A Serbian Film ni sobre lo que busca o deja de buscar, no merece la pena. Soy de la opinión de que para hacer reflexionar al espectador y activarlo en todos los sentidos no hace falta recurrir a lo más rastrero del ser humano implicando –además- narrativamente a niños. Esta película llega demasiado lejos, lo más lejos que se puede imaginar. Prefiero no entrar en profundidades. Pensé en no escribir nada sobre esto pero tenía necesidad de desahogarme aunque solo sea tímidamente. Lo que si aconsejo es que no la veáis… para mí es demasiado tarde.

viernes, 27 de mayo de 2011

EL AFRICANO SEMANAL: 4º B




-Africano-



El castigo consistía en pasar la mañana en el aula de los tontos. Yo formaba parte del A, mientras que a los tontos les correspondía el B. Cuando recibí la noticia no cabía en mí de miedo. No sabía lo que me esperaba. Había oído cosas horribles de aquellos niños del B. Por supuesto jamás me acercaba, nos acercábamos a ellos en el recreo. Eran salvajes, podías verlo en sus ojos. Se decía que el más listo de aquel lugar era el que conseguía sacar un 5. Aquello era demencial, nadie podía ser tan tonto como para no aprobar. Era impensable, en el A, sacar un 3 o un 4. Y, ni que decir tiene, un 0. Pero allí todo era posible. Su idiotez era lo que les hacía sumamente peligrosos. Tragué saliva y allí fui solo, soledad que formaba parte del castigo, bajando los escalones que llevaban hasta aquel lugar.
La profesora se llamaba Dora. La señorita Dorita para los niños. Era la cuñada de mi profesora, Mª Angeles, señora recta, disciplinada y severa. No dejaba pasar por alto una falta. La mía fue no llevar aquel día los deberes de matemáticas. Odiaba las matemáticas. Cuando me preguntó, esa fue mi respuesta. Respuesta que merecía la bajada a los infiernos. Dorita me presentó ante el resto de la clase. –Este es Rubén, es del A, ha venido a pasar la mañana con nosotros. Portaros bien con él, es un niño muy listo, aprueba todo con dieces, a ver si aprendéis de él. La señorita Dorita debía tener alrededor de 60 años, pero ella parecía no enterarse. Era cierto, no se enteraba de nada, parecía nadar en un perpetuo limbo. Esto pude verlo más tarde con mis propios ojos. Busqué un lugar donde poder sentarme. Tuve que cruzar toda la clase ante la mirada escrutadora de todos aquellos salvajes que parecían querer arrancarme los ojos. Encontré sitio al fondo. Una niña me habló. –Por qué estás aquí? Tú eres listo, no?. –Levanté los hombros en señal de duda y abrí mi libreta. No pasó un segundo cuando Dorita se giro colocándose de cara a la pizarra y empezaron a lloverle bolas de papel, tizas, gomas de borrar como granizos. Para mi sorpresa, en ningún momento se giró a llamar la atención a sus agresores. Pude ver incluso como un compás le rozaba una oreja peligrosamente estampándose contra la pizarra. No me lo podía creer, aquello era de locos. Notaba en el ambiente algo que desconocía. Tiempo después supe que se trataba de algo parecido a la libertad. En el A siempre reinaba el silencio, el no estar correctamente sentado en el pupitre podía traer represalias, equivocarse en un cálculo mientras se corregía un ejercicio conlleva una humillación pública, gritar, estornudar, rascarse el culo era algo que estaba totalmente prohibido. Las niñas eran bonitas y los muchachos listos. En el B las chicas eran horrendas, pero muy divertidas. Los chicos parecían desnutridos y desquiciados, pero ingeniosos e inquietos. Una de las chicas, de las más feas, que estaba sentada junto a mi, me dio una bola de papel. –Vamos empollón, atrévete. Cogí la bola entre mis manos y me quedé mirando la cabezota llena de calvas de la señorita Dorita. –Vamos, decían, si no se entera de nada. Me armé de valor y con todas mis fuerzas la lancé a su cuerpo. Todos al unísono lanzaron un grito. Se alegraban de que yo, un bicho raro, no fuese tan diferente a ellos. Ya sí, arranqué una hoja de mi libreta y me serví de mi propia munición. Hice una enorme bola que dejó a todos sorprendidos. Casi podía verse en su caras el miedo, aquello eran palabras mayores, un proyectil que podía hacer bastante daño. Aunque lo intenté erré. Todos se partieron de risa aliviados por que no acertara. Daba igual que Dorita nos mirase directamente, ella vivía en otro mundo. Tal vez fuese consciente de que no podía hacer nada. El caso es que al cabo de los años habían logrado acabar con ella. Un chico le gritaba apenas a un metro. “Zorra, Dorita, Hija de Puta”. Una chica más atrás la llamaba guarra acompañada de salpicaduras de saliva que salían despedidas de su boca. “Chalada, loca de los huevos”. Aquello era un auténtico zoológico. Toda violencia iba acompañada de grandes carcajadas, el absurdo, la locura de la profesora, hacía que todo fuera cómico. No me podía creer que mi clase se considerará mejor que esta. Éramos una panda de capullos, de niños de mamá que aún se hacían caca en los calzoncillos. Los nenes olíamos a colonia e íbamos peinados perfectamente con la raya a un lado. Mis nuevos amigos olían mal, parecía que habían dormido la noche anterior en la calle. Eran todo energía. Un grupo con un objetivo común, unido, que solo buscaba el ingreso en un sanatorio de aquella pobre anciana. Todos querían hablar conmigo aquella mañana, se mostraban amigables, sinceros, abiertos, con muchas ganas de reír constantemente, de mostrar su alegría. Hubo algo que les hizo confiar en mí. Quizás se diesen cuenta de que yo era uno de ellos. Así, al menos, me sentía yo.

martes, 24 de mayo de 2011

NBAcacal: 2 de 17



-Tejada F.-


“Joder, si estás jugando el séptimo partido de una final y ves que tus tiros exteriores no entran, penetra a canasta. Joder, no es tan difícil”
(Lamar Odom sobre John Starks)


Mis queridos Knicks vivieron una gran época en los noventa. Convirtieron su estilo luchador e incansable en el orgullo de la ciudad. Cuentan que los ciudadanos de la Gran Manzana se sentían bien representados por sus muchachos y sus pelotas. El gran eje de todo era el grandullón Pat Ewing. Eran buenos tiempos para un equipo escaso de talento pero sobrado de agallas. Competían cada balón como su fuese el último de sus vidas, era su identidad. Esa tremenda escuadra solo tenía un problema: los jodidos Bulls de un tal Jordan.

Los hombres de la Big Apple exigían el máximo a los Toros. Cada año las eliminatorias entraban en el sendero de la épica, con enfrentamientos cargados de tensión y lucha. John Starks tenía el inmenso encargo de parar a Michael. Casi nunca lo conseguía pero se dejaba la piel en el intento. Su misión era la de malo de la película, intentar derrotar al héroe. Pero la gloria no se acercó a ese equipo de jornaleros hasta que una tarde ocurrió algo…

Jordan después de su tercer anillo consecutivo anunció su retirada para probar suerte en el mundo del béisbol.

Nueva York sabía que era su momento y no lo iba a desaprovechar. Después de una temporada perfecta llegaron al objetivo, jugar las finales. La batalla definitiva llegó al límite: séptimo partido frente a los Houston Rockets de Olajuwon. Dicen que el ambiente que se respira en el partido definitivo de unas finales de la NBA es tan especial que no se puede comparar con casi nada.
Algunos jugadores se ven superados. Starks no pudo con la presión y anotó 2 canastas de 17 intentos, se le hizo de noche en el partido más importante de la franquicia desde que Willis Reed salió drogado y cojo en los setenta. Ewing y Oakley no pudieron solos. Lo tuvieron cerca pero se les escapó cuando más duele. Starks acabó hundido. No había consuelo posible. Por si fuera poco en el encuentro anterior también falló el tiro que hubiera significado el anillo.

Tiempo después el 23 de los Bulls se calzó de nuevo las alpargatas y prosiguió coleccionando anillos. Nueva York se fue apagando mientras recordaba lo que pudo ser y no fue en esa desastrosa noche texana.

Cada vez que Starks aparece por el Madison y su imagen irrumpe en las pantallas gigantes el público se pone en pie y aplaude al hombre que no se arrugó a pesar de no meterla ni en una piscina, el tipo que falló hasta morir, el guerrero sin talento encargado de los grandes marrones, el incansable. Dicen que su mirada es profunda desde ese partido, más intensa, penetrante. Nunca podrá olvidarlo, nadie puede hacerlo.

viernes, 20 de mayo de 2011

EL AFRICANO SEMANAL: 7,65 y bajando


-Africano-

Hoy el Africano se ha levantado a las 8 de la mañana para hacer una descarga. Qué digo una, tres. Tres trailers hechos y derechos. Es irónico que el día que tenía que protestar en mi ciudad por la precariedad de la vida social española van y me dan trabajo. Eso sí, de 10 euros que se pagaba la hora hace apenas tres meses, en la misma ETT, hemos pasado a 7,65.

Es el día más feliz de mi vida, que a su vez va a estar secundado por uno de los tantos tristes que llevo sufriendo desde hace un tiempo. Pero qué coño! Soy un afortunado. Me he calado mis guantes de guerra y he cargado aglomerados sobre mis hombros como si no hubiese mañana. He visto la traspaleta y me he abrazado a ella como a una vieja y fiel amiga que conocí en tiempos de bonanza, de descargas de cajas de gambas argentinas y colombianas en Loja, de frio granadino y pitillo satisfecho en la comisura de los labios. De cuando aún existía la esperanza de tener un futuro mejor. Y lo tengo, dios mío si lo tengo. Cinco años después vuelvo a tener el mismo trabajo pero con una diplomatura bajo el brazo, por un día, cuando perfectamente podría haber estado en casa rascándome los sobacos. Alabado sea el Señor. Vuelvo a creer en el ser humano. Hemos vuelto a debatir en asambleas primitivas sobre como colocar las manos para no joderte los riñones y sobre la mística de colocar el material perfectamente orientado hacia la Meca. Me he sentido hombre entre los hombres. Hemos formado una perfecta cuadrilla de pringaos que se han dejado los lomos para descargar una exposición sobre las drogas. Exactamente contra las drogas, de la Fundación la Caixa. Hablando de Caixa, bancos, cajas y demás. Quién dice que nos están robando. Gracias a su estúpida exposición sobre los efectos nocivos de las drogas voy a recibir una retribución que no me va a llegar ni para comprarme la soga de la que va a colgar mi rabia. Drogas!!! La verdad que el jodio al que se le ocurrió debía ir de merca hasta las cejas mientras una putita de las Ramblas se la abrillantaba concienzudamente. Pero hay que reconocerselo. Son listos. Mentes brillantes. Lo mejor de nuestra raza. Han sido capaces de despertar a la bestia por la apetitosa cantidad de 7,65 la hora.

Por cierto, es la hora, me voy a la plaza pública...

jueves, 19 de mayo de 2011

RESEÑA: El Señor de las Moscas; William Golding



-Rubén C.M-

Estaba frente al televisor. Tenía siete u ocho años, daban una pelicula en CanalSur. Trataba de un grupo de niños sucios, desgreñados, con pintas de salvajes, que parecían vagar por una isla desierta. Una imagen se me grabó a fuego. Una enorme piedra rodando por una pendiente escarpada le daba de lleno a un niño gordo con gafas en todo el cráneo reventándolo como un mojamanilla.
Hace unos días terminé de leer el libro donde se encuentra esta escena, “El Señor de las Moscas” de William Golding. Esta Fábula moral, como reza su contraportada, es susceptible de varias lecturas “Para unos, se trata de una tesis de la agresividad criminal entre los instintos básicos del hombre, para otros, constituye una requisitoria moral contra una educación represiva que no hace sino preparar futuras explosiones de barbarie cuando los controles se relajan”. Bla Blablá bla blablá el caso es que aquella imagen que vi en la infancia me aterró y ha vuelto a aterrarme ahora leyendo el libro. Forma parte este relato de un particular género literario que no sé si alguien se ha molestado en señalar. Y es que no puedo evitar evocar “El Corazón de las Tinieblas” en el que la selva se alza como un personaje más, como el malo de la película, con más personalidad y más enjundia que el restante elenco de actores. Así también el “Resplandor”, donde la presencia del mastodóntico complejo hotelero se convierte por sí solo en dueño y señor de la acción. En mayor o menor medida, en el “Señor de las Moscas” es también la isla la que se erige en auténtica protagonista de la trama que, como la selva en “El Corazón de las Tinieblas”, amenaza constantemente al ser humano con su influjo hipnótico, desquiciante y aterrador. Es la verdadera esencia primitiva del hombre la que aflora en mitad de la hostilidad de lo natural, el informe y abstracto miedo que se expande como una enfermedad en la mente del ser civilizado.
En definitiva, dos formas de afrontar el mundo reflejado en la lucha por el liderazgo del grupo entre la racionalidad del joven carismático Ralph y el instinto salvaje del pequeño dictador Jack Merridew, de la que no saldrá títere con cabeza. Sobre todo la del pobre gordo y pesadillesco Piggy.

martes, 17 de mayo de 2011

NBAcacal: Give me the Money


“El 60% de los jugadores de la Liga está arruinado cinco años después de concluir su carrera profesional”

-Tejada F.-

La NBA como organización obliga a todos sus miembros a prestar su imagen para actos en beneficio de la comunidad en la que juegan. Además es conocida la filantropía de –por ejemplo- Pau Gasol o Lebron James que gastan multitud de dinero y tiempo en proyectos solidarios.
Pero no todo es ayuda y utilización racional de recursos. Son muchos los que llegada a la cima pierden la cabeza y no saben aprovechar la inmensa suerte que tienen…

Latrell Sprewell merece un capítulo exclusivo de esta serie cacal. Pero en esta entrega sólo haré referencia a un dato de su vida que me parece significativo. A lo largo de su carrera se estima que ganó unos 95 millones de dólares. Pues bien, este peculiar tipo malvendió su mansión de Milwaukee para hacer frente a una deuda de casi 2 millones de dólares. Casi nada. En 2005 realizó unas declaraciones –ya históricas- después de que los Minnesota TimberWolves le ofrecieran un contrato por tres temporadas y 21 millones. El tipo declaró: “he rechazado esa oferta, tengo que dar de comer a mis hijos”.

Jason Caffey era un jugador que pasó sin pena ni gloria por la liga, jugador de rotación, clase media acomodada se podría decir. Pues el bueno de Jason ganó cerca de 30 kilos a lo largo de su carrera pero en 2008 se declaró en bancarrota tras deber dinero a todo cristo. Padre de 9 o 10 hijos (puede que de más) de 6 o 7 mujeres (esto creo que tampoco lo tiene claro). Empeñó sus dos anillos de campeón para poder hacer frente a pensiones alimenticias y gastos corrientes.


Scottie Pippen, el fiel escudero, el Sancho Panza con seis anillos, considerado entre los 50 mejores jugadores de la historia ha dilapidado más de 130 millones de dólares hasta el punto de tener que realizar pachangas previo pago para sacar algo de pasta. Entre otros desastres intentó crear unas aerolíneas privadas que debían llevar su nombre. Cagada al canto. Una de las características de Scottie era su inteligencia en la pista, parece que fuera de ella no era lo mismo.

Otro caso destacado es el de Manute Bol (recomiendo visionar Informe Robinson sobre la vida del gigante africano). Fulminó su fortuna a partes iguales entre desfases superficiales y ayudas a su gente en la guerra civil de Sudán en los 90. Completamente arruinado, puso su tremendo físico (delgadísimo con 2,31) al servicio de todo tipo de actos de dudoso gusto para sacar dinero.

Cedric Maxwell, jugador en los 80 de los Celtics de Boston declaró: "No sólo competíamos en la cancha, también lo hacíamos en el vestuario a la hora de tener el mejor coche, la mejor casa o el mejor traje”.

Charles Barkley fue una estrella. “El gordo” era un tipo aguerrido, extrovertido dentro y fuera de la cancha. En la actualidad es comentarista de la cadena Espn. Sus declaraciones nunca dejan indiferente a nadie. Barkley dijo: “"El día después de ser elegido en el draft me compré seis coches. Moses Malone y Julius Erving me cogieron en el vestuario y me dijeron que devolviera cinco. Devolví dos Mercedes, dos BMW y uno de los Porsches. Pese a todo, tras cuatro años en la Liga estaba arruinado por culpa de uno de mis asesores. Además, cuando alguien te pide ayuda es muy difícil decir que no, sobre todo cuando eres negro. He prestado millones de dólares a personas que no he vuelto a ver en mi vida. Si no lo haces te dicen tío, ya no eres de los nuestros. ¿Te crees mejor que nosotros? Cuando eres joven, esas cosas te llegan al corazón. Al final, dejé de ayudar a mis compañeros. Lo hice cuando uno de ellos me pidió dinero por cuarta vez para el funeral de su abuela. Le dije, ¿pero cuantas abuelas tienes?".

Según parece en una noche gloriosa el bueno de Barkley palmó 2 millones de dólares en la mesa de blackjack.

La liga garantiza una pensión tras la retirada a los jugadores que hayan disputado un mínimo de partidos. Es acojonante que más de uno (en algún momento indecentemente millonario) tenga en esa paga su único sustento y que llegado el momento diga lánguidamente lo que seguramente gritó hace tiempo en una juerga de Las Vegas: “give me the money”.

A Toni Tower Boabab
y a ese hotel decadente del sur de España.

sábado, 14 de mayo de 2011

EL AFRICANO SEMANAL: Radio




No soy un gran aficionado a la Radio. Soy, más bien, un completo ignorante, y seguramente todo o casi todo lo que diga aquí referente a ella a más de uno pueda darle la risa.
Ante el aterrador devenir de los tiempos, los cuales hacen que uno llegue a la cama totalmente derrotado y angustiado frente a la inminencia del siguiente día, parece casi un milagro que un pequeño transistor, ya obsoleto, sea capaz de reconciliarnos con el mundo. Escuchar la envolvente voz de José Mª Velázquez-Gaztelu, presentador de “Nuestro Flamenco” o al simpático y enciclopédico Juan Claudio Cifuentes, presentador de “Jazz porque sí”, es un auténtico placer. El timbre de sus voces saliendo despedido a través de la membrana templan los nervios y trasladan nuestra psique a otra estación del pensamiento. Hay algo en la radio que la hace más sensitiva que la televisión. Si a ello se le añade la oscuridad de la habitación, el silencio de la noche, su magia acaba apoderándose de todos nuestros sentidos. Algunas noches se dedican a monográficos de grandes artistas; como el de la semana pasada, dedicado a Billy Holliday. Comenzó con algunos temas de sus comienzos, cuando apenas contaba con 21 añitos, y en su voz, la vivacidad, la alegría, la esperanza, la potencia de la vida en plena actividad creadora. Y en contraste, aquellas otras canciones de sus últimos años en plena caída hacia los abismos, desgarrada, aniquilada, desvaneciéndose tristemente en el vacío. Sentir la fugacidad de un vida en apenas una hora, galopando a lomos del sonido, poniendole letra al sufrimiento, tan humano y común. Qué decir, también, de esas grabaciones añejas de cante jondo retumbando en el espacio como en una cueva, aquellos ruiditos de magnetófono, el aliento de los músicos, las arengas de los asistentes… Lo antiguo viajando a través del tiempo, fantasmas olvidados que resurgen en la noche con toda su majestad.
Y es que, como ya sabemos, la noche tiene algo diferente, algo hipnótico, que nos lanza directamente al trasmundo, a lo ilusorio, fantástico e imposible. Como Iker Jimenez en Milenio3, la madrugada de los sábados (aunque me quedo con Cuarto Milenio los domingos, no tienen desperdicio los discursos que cierran el programa) con sus historias que penetran en lo más profundo del alma humana, que tocan el fondo del miedo, lo acarician y lo sacan a la superficie para que nos enfrentemos a él sin intermediarios, directamente. Algunos días escucho antiguos programas a través de archivos grabados de Internet. La mayoría de los días me quedo dormido al minuto 5. Caigo rendido, a veces por aburrimiento, a veces por puro cansancio, pero en todas las ocasiones las historias acaban fusionándose con el sueño, haciendo confusas las fronteras de lo real y lo incierto. Otro nivel de conciencia, quizás, posible gracias a algunos comunicadores de nivel que aún, errantes, vagan por el espacio radiofónico. Me viene a la memoria como una tarde, hace unos años, unos amigos escuchaban unas grabaciones de antiguos programas del ya fallecido Juan Antonio Cebrián. Desconocía por completo quien era el tal y, distraído, escuchaba como quien oye el tráfico lo que relataba. De pronto, a los pocos minutos, me vi totalmente engullido por su voz, por su peculiar forma de narrar la batalla de no sé cual y, dejando lo que estaba haciendo en aquel momento, me traslade al lugar donde me estaban invitando. No sé cuantos programas seguidos acabamos escuchando aquella tarde.

Algo tiene, la Radio. No sé lo que es. O si lo sé, pero no puedo expresarlo. O si puedo, y no quiero hacerlo. No sé. Es solo coger el aparato, gris, destartalado, feo. Estirar la antena hasta casi sacarla de su sitio. Darle a la rueda del volumen y escuchar el click de encendido para, seguidamente, escuchar resurgir el progresivo carraspeo. Graduar el canal preferido apuntando simultáneamente en diferentes direcciones la antena hasta que se produce el momento.

El sonido perfecto.

En fin, como dice Cifu: “Besos, abrazos, carantoñas y achuchones múltiples para todos. Hasta la próxima”.

jueves, 12 de mayo de 2011

RESEÑA: El Coloso de Marusi; Henry Miller

-Rubén C.M-

Henry fue uno de los pocos auténticos revolucionarios que nacen en la Literatura Universal de siglo en siglo. Sus archiconocidos Trópicos (de Cáncer y de Capricornio) levantaron gran polvareda entre el sector más puritano de la sociedad norteamericana de su época, tanto, que sus libros fueron censurados en los países anglosajones por ser calificados de pornográficos. En 1964, la Corte Suprema de los Estados Unidos anula el juicio contra Miller por obscenidad, lo que representa el nacimiento de lo que, más tarde, será conocido con el nombre de revolución sexual. Miller influirá de manera decisiva, entre otros, en los escritores que compondrán a finales de los 50 la generación beat. Llevó a cabo una incesante lucha por derribar los tabúes sexuales que aún persistían en la primera mitad del siglo XX, siendo en este sentido un adelantado a su época y a los escritores que le fueron contemporáneos. Entre su bibliografía, aparte de su famosa trilogía de “La crucifixión Rosa” (Sexus, Plexus, Nexus), nos encontramos con una obra no del todo conocida, “El Coloso de Marusi”, que se desmarca sustancialmente de los rasgos que caracterizan su estilo.



Versa sobre un viaje que Henry Miller realizara alrededor del año 40 a Grecia, iniciado éste pocos meses antes de que estallara la 2ª Guerra Mundial. Tras decidir tomarse un año sabático, desembarca en Atenas, donde le espera su buen amigo, también escritor, Lawrence Durrell, y donde conocerá a una serie de personajes que representan en diferentes medidas el griego por excelencia, como Katsimbalis, a quien dedicará la redacción del libro. Este se va a caracterizar por tener un tono más lírico y embelesado por el paisaje que contempla, a diferencia de la sordidez y deshumanización que reflejan sus libros anteriores, marcados por la omnipresencia de la terrible urbe. Durante su viaje, irá descubriendo maravillado ciudades míticas del pasado como Micenas, Cnossos o Epidauro, dedicándole a cada una de ellas párrafos de gran altura donde, profundamente inspirado, desata sus características cascadas verbales y surrealistas que alcanzan por momentos el éxtasis espiritual. En ellas encuentra aquel pueblo que en un determinado momento de la historia alcanzó la cumbre de la perfección, cuando los hombres eran dioses en la tierra. Frente a la aparente desaparición de tal espíritu que refleja la decadencia del país, Miller, por el contrario, encuentra con que este aún no ha muerto. Lo encuentra en sus gentes, en sus paisajes, en la potente luz mediterránea que se proyecta sobre sus llanuras y montañas, lo encuentra incluso allá donde la muerte y la desolación hace tiempo que acamparon, sus ruinas. Miller reflexiona sobre la condición humana, sobre su destino y sobre la remota posibilidad de que algún día el hombre abandone su ansia asesina y de destrucción. El fantasma de los EEUU sobrevuela la novela, encarnado en aquellos griegos americanizados con los que se va encontrando, que añoran la tierra del Tío Sam y menosprecian la suya propia, creyendo estúpidamente en el american dream como el único salvoconducto de sus miserias. Es esta gran mentira la que Henry se esfuerza en destapar, la de que los EEUU -o más ampliamente, el occidente- sea el salvador del mundo y no, como realmente es, su más grande destructor.



El viaje como iniciación, como camino hacia la perfección espiritual, del hombre consciente, inteligente, que descubre lo absurdo de la envidia, del orgullo, del éxito, de la guerra, de la prostituida libertad y de la paz engañosa. Siendo la única paz verdadera la que alcanza el hombre por su propio esfuerzo y sufrimiento, una paz que no depende del estado exterior de las cosas sino que germina y fructifica en el interior más profundo del ser humano.

Dejo un fragmento aquí que sin duda a más de uno animará a interesarse por este libro o por cualquiera de los otros que escribió este coloso de las letras:

“Era una de las pocas veces en mi vida que tenía plena conciencia de encontrarme ante una gran experiencia. Y no solamente tenía plena conciencia de ello, sino que sentía una enorme gratitud, gratitud por estar vivo, gratitud por tener ojos, por tener en perfecto estado mis pulmones y miembros, por haber vivido en el arroyo, por haber pasado hambre, por haber sido humillado, por haber hecho todo lo que hice, por llegar al fin a este momento culminante de felicidad”.

lunes, 9 de mayo de 2011

NBAcacal: Un viernes noche



-Tejada F.-

Willis Reed era una estrella esforzada. Un pívot de esos que convierte su cuerpo en una máquina perfecta, un portento musculoso y estoico. Se pegaba en busca del rebote con todas sus ganas, puro corazón. Ese tipo de guerrero es el favorito para el aficionado de Nueva York. Sin esfuerzo no hay aplauso en el Madison.

Reed era el único capaz de parar a la estrella absoluta de la época, Chamberlain, otro pívot excelso, quizá el mejor interior de la historia.

Corría el año 70 y las finales enfrentaban a los Lakers de Chamberlain frente a los Knicks. Reed estaba físicamente hecho trizas, pero él permanecía impasible. Nunca le molestaba nada, nunca reconoció el dolor. La espalda era todo un martirio y las rodillas por llamarlas de alguna manera simplemente no le funcionaban. Se rompió definitivamente en el partido en casa, antes de que la expedición de la gran manzana volara hasta California. Perdieron el partido, Reed no pudo jugar, la angustia se instaló en NY.

Quedaba solo un partido, el definitivo, la última batalla, viernes noche, y la ciudad del baloncesto contenía la respiración pensando que el día más importante de sus vidas dependía de la espalda de un fortachón de Louisiana, y de la camilla de un médico. Ese médico no pensaba en que pudiera jugar, sino en que no quedara postrado en una silla de ruedas de por vida. Reed sin poder casi ni andar repetía una y otra vez a voces que estaba perfecto, ¡no me pasa nada, joder! Bramaba el tremendo Willis. Cuentan los que estuvieron esa tarde en las entrañas del templo de la Calle 33 con la Séptima que era esperpéntico ver a ese tipo grande casi sin poder moverse. Pero era el capitán y referente de sus compañeros que lo idolatraban y respetaban hasta puntos enfermizos. No tenía la más mínima intención de dejarlos en la estacada, si algo le tenía que pasar, sería en la pista.

Lo que ocurrió en las siguientes horas está en los libros de leyenda del deporte. El entrenador de los Knicks dio la charla y anunció que Reed no podía jugar, las cabezas se agacharon y el vestuario local parecía un funeral, Willis en la habitación de al lado permanecía desnudo y abatido. Los compañeros pasaron a despedirse de él, lo tocaban a modo de amuleto mientras enfrentaban la batalla de sus vidas sin el líder.

El fortachón quedó a solas con el médico pero todavía no había terminado todo. El matasanos abrió un maletín alargado y sacó una jeringuilla tremenda. Willis la miró y le dijo adelante. Era un cóctel de corticosteroides, dosis de caballo. El médico lo miró como pidiendo una última confirmación, era demasiado para una persona ese leñazo, pero Willis lo volvió a mirar y espetó: ¡no hay mañana, pínchame ya!

Cuando el partido estaba a punto de comenzar, de repente la cámara que retransmitía la gran final se giró a la boca del vestuario y el Madison rugió como nunca antes y nunca después lo haría. Reed cojeaba pero salía con el chándal puesto, ni sus compañeros sabían lo que ocurría, pero el ambiente se encendió, los Lakers estaban en una encerrona y era viernes noche en Manhattan.

Reed salió de titular casi sin poder andar, drogado hasta las cejas para evitar el insoportable dolor, arrastraba la pierna pero en el primer ataque le pasaron la bola, se clavó a 5 metros y lanzó a canasta, entró limpia, el Garden se venía abajo y sus compañeros con los ojos inyectados en sangre llevaron en brazos a los Knicks a su primer anillo. Reed se sentó en el banquillo (al que llegó auxiliado por sus compañeros) y solo apareció unos minutos en la segunda parte, ya daba igual. Hoy todavía los seguidores miran orgullosos al techo del pabellón observando el número 19, la camiseta de un héroe, fue un viernes noche.

domingo, 8 de mayo de 2011

BUTACA






EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS


-Fabyo Sorel-

Alicia es una niña curiosa y muy atrevida que corría tras un conejo que llevaba un reloj y cayó por un agujero hasta un mundo maravilloso en el que había un tipo con un sombrero (tal vez un día os cuente lo que ocurrió cuando el tipo se quitó el sombrero), además del primer hit de Enrique en solitario.

Un buen día estaba hablando con un colega de la nueva carrera que emprendía el artista maño tras la separación de los héroes. Antes mi hermano, que era heroinómano – a finales de los ochenta había uno en cada familia-, se había grabado el nuevo disco de Enrique en solitario en una tdk de noventa. Siempre rellenaba el hueco al final de la cara b con los mejores temas del disco, pero el hueco que dejaban los héroes en nuestros corazones no había manera de llenarlo. Mi hermano le dio dos escuchas y pasó del rollo. Yo lo escuché muy por encima y me pareció raro, y por qué no decirlo, malo. Sin embargo ahora el disco me parece cojonudo.

También me pasan cosas así con las películas. Puedo intuir si una película me va a gustar o no sólo con escuchar el título; si veo el cartel ya sé de qué va, y en la primera escena puedo calificar del uno al diez una peli (con decimales incluso) en una nota que posiblemente no variará más de tres décimas en una recalificación final a posteriori, salvo que se trate de un film de David Lynch. No sé qué me pasa con las películas. Sobre todo con las de este tío. Han visto ustedes una historia verdadera?. Se la recomiendo a cualquiera. Es una de las mejores pelis que he visto en los últimos quince años.

Conocí a un tío estupendo no hace mucho. Se llamaba Holden y me gustaba mucho su manera de pensar, de ver la vida. Era muy gracioso y nos entendíamos bien, salvo por una cosa, y es que Holden destestaba las pelis. Decía que las malditas películas son capaces de destrozarte la vida. Y puede que así sea. Puede que una cinta sea capaz de cambiar una vida y puede ser a mejor. Al menos durante un par de horas si la peli es buena.

Por ejemplo ayer después de comer viendo por cuarta o quinta vez esa perla cinematográfica que es Alta Fidelidad. Me río, aprendo, disfruto, me emociono con esta peli. La primera vez que vi ese final se me pusieron los pelos de punta pero estaba acompañado, y no hay que dar muestras de debilidad en estos casos, mucho menos de sensiblería. Ayer veía de nuevo la cinta, esta vez con mi pequeña que se fue a clase a mitad de la película, justo cuando ellos estaban a punto de reconciliarse, en el funeral del padre de ella, en el coche, cuando… ya sabéis cuando; entonces en la soledad de la sobremesa, al final del metraje, cuando el friki agarró el micrófono en la fiesta colofón me arrancó una sonrisa enorme y lloré como una Magdalena.

Desde aquí quiero felicitar a los papás de Natalie Portman por haber concebido en un coito afortunado una preciosidad tan fotogénica. Quiero dar las gracias a Francis Ford Coppola por los buenos ratos, y de paso felicitar también a Robert de Niro por esos mohines que pone. Mención especial para Jeff Bridges. Grandes¡¡

Por hacernos soñar frente a una enorme pantalla que ilumina nuestros escasos pensamientos.

Al final Bunbury levantó la cabeza cantándole a Alicia, cuyas aventuras narrara Lewis Carroll, del que pillé un volumen en inglés que alguien no me ha devuelto, lo cual tampoco importa mucho porque no entendía un carajo, y no sé cómo yo me vi junto a los coleguis en parejitas con unas enormes gafas, unas gafas feas y enormes, muy pesadas e incómodas, unas gafas terribles, con las que pude ver a un surrealista Johny Depp bailando la deliranza en el día gloricioso, saliéndose literalmente de la pantalla.










viernes, 6 de mayo de 2011

EL AFRICANO SEMANAL: Vivir en la Morgue


-Africano-

Mirando la foto de un cuadro de Egon Schiele, un autorretrato de los cincuenta y tantos que pintó, con aquella mirada hipnótica, retorciendo todas sus articulaciones hasta el límite de su tensión, aquellas formas ultramodernas cuya estética traen a la memoria canciones de Lou Reed o de los Sex Pistols, impresiona pensar que fuera realizado en los primeros años del s.XX.

Egon Schiele fue discípulo de Gustav Klimt, que junto a Oskar Kokoschka integraron lo que se conoció como expresionismo austriaco. Murío a los 28 años de edad, tres días después de que lo hiciera su mujer,embarazada, de tuberculosis ambos. Al observar sus cuadros, uno diría que fueron pintados antes de ayer, pero dista nada más y nada menos que un siglo entre la fecha de hoy y la de aquel. Uno se pregunta dónde, en que territorios se encuentran hoy aquellos que tienen la misión de ser los genios del mañana. Porque debe haberlos. Este fantasma me lleva a otro, más reciente, que ya en uno de sus libros hablaba de esta nostalgia por los genios muertos. Bukowski -creo que en "El Capital salíó a comer y los marineros tomaron el barco"- comentaba el hecho de que los hombres más grandes que había conocido y que más compañía le habían hecho estaban todos muertos. Esos "cadáveres geniales" del pasado que, al contemplar un cuadro, escuchar una canción o leer un libro suyo, se nos presentan con toda vivacidad como si aún estuviesen respirando. Y el consecuente dolor, normal por otro lado, que nos produce el saberlos cubiertos de gusanos desde hace cientos de años. La poderosa juventud y lucidez de Miguel Hernández, la triste locura de Van Gogh, el poder visionario de un Rimbaud o un Conde de Lautreamont, la caida a los infiernos de Billy Holliday o de Kurt Cobain, el desgarramiento atroz de la locura de Schubert hiriendo el aire con sus notas... y así un sin número de seres excepcionales que en menor o mayor medida consuelan nuestra frágil existencia. Y algo misterioso, cómo unos más que otros nos son más sensibles, agradables al corazón. A veces algunos apuntes biográficos son más poderosos por su ternura que cualquier medida artística. El Jim Morrison de sus úlitmos años, destruido y agotado, sin apenas fuezas para actuar en sus conciertos o aquellos momentos en sus viajes cuando, mientras el resto comía en un restaurante, iba al telefono más cercano a llamar a Pamela Courson para leerle el último poema que había escrito; el cálido Henry Miller, fascinado ante el grandioso espectáculo del paisaje de Epidauro; Cendrars riéndose a carcajadas en el epicentro de la primera Guerra Mundial; Aquel otro gigante consumiéndose en una clínica de Paris sifilítico, afásico y hemipléjico hasta dejarle marchitas sus queridísimas flores del mal; o ese otro no menos gigante, Oscar Wilde, tristísimo y crepuscular, abandonado en un pueblo perdido de Francia ya lejos del jolgorio de las grandes fiestas de la alta sociedad... O más allá, siglos antes, y por lejanía más entrañable, aquel Fray Luis encarcelado, escribiendo versos como catedrales, preguntándole a Dios el por qué de su gran dolor... Todos hombres como nunca los ha habido, como tal vez nunca se vayan a dar.
Como Bukowski, siento también la desolación de no haber conocido nunca a hombres así, en carne y hueso, y tener que conformarme con mantener con ellos difíciles conversaciones a través del tiempo. Quizás se trate del típico verso manriqueño del "cualquier pasado fue mejor" y haya ya conocido a algunos de ellos. La muerte, claro está, galvaniza los cadáveres cubriéndolos de metales preciosos. Si no me equivoco, y aquellos hombres fueron tan sensibles como traslucen sus obras, en su vida cotidiana no debieron de ser tan diferentes (salvando las distancias) a algunos de nosotros. Pero es inevitable esta idealización. El mismo Bukowski idealizaba a sus dioses, como John Fante, al tiempo que repudiaba la veneración que existía hacia él. Y es que algo tienen todos en común. Desde músicos como Bob Dilan o Jim Morrison a escritores como Henry Miller o William Burroughs que profesaban admiración por Rimbaud y Nietzche, y Nietzche a su vez por Stendhal, Shopenhauer y Dostoievski, y Dostioievski por Pushkin y Cervantes y así unos y otros, grandes hombres, soñaban con aquellos otros a los que les hubiese gustado haber tenido cerca alguna vez. Tal vez sea mejor así, no haberse conocido nunca y hacerlo en otro nivel donde nadie pueda hacerse daño. Todos sabemos, por ejemplo, que a partir de la segunda copa nadie quería tener cerca a Morrison, así como le ocurriese al fantástico Alan Poe, del cual se alababa su brillante alocución cuando tomaba una cerveza e inversamente se la detestaba cuando a la segunda se transformaba en un monstruo patético. Hay algunas excepciones, como en la película "Coping Beethoven", cuando a su anciana vecina se le pregunta si no le es molesto el ruido que hace su vecino a todas horas. La ancianita respondía tajantemente: "Qué dice usted, soy vecina de Ludwing Van". Sean lo que sean, son eternos, y la prueba es que siguen ahí dispuestos a deleitarnos con su mágica conversación, tan agradable, tan diferente a la que día a día estamos obligados a sufrir.

Es por ello que, para algunos, vivir en la Morgue es vivir entre amigos.

martes, 3 de mayo de 2011

NBAcacal: La Meca


-Tejada F.-

Los norteamericanos suelen enviar a sus hijos acabada la universidad a recorrer la vieja Europa. Conocer nuevas culturas y admirar el incomparable repertorio artístico de esta parte del mundo es para ellos casi necesario. Más si cabe teniendo en cuenta su déficit de historia.

En cambio los lugares de peregrinaje de los visitantes cuando aterrizan en la joven USA son de carácter pop, relacionados con el show o con la guerra. Sumado a obras de ingeniería que el cine se encarga de promocionar convenientemente. Pero también tienen sus templos (paganos pero templos) que han visto la vida pasar.

Para mí uno está por encima de todos. Se encuentra en la Séptima Avenida, en la jungla de asfalto que canta Alicia Keys. En esa catedral pop se han celebrado convenciones de los dos grandes partidos donde han elegido a sus candidatos a la presidencia, Ali y Frazier cruzaron sus puños en combates históricos, el Papa Juan Pablo II se reunió con los católicos de toda la nación, donde Elvis o Hendrix lo daban todo cada vez que aparecían o un joven Dylan se presentaba al mundo renegando de sus padres. Todo lo que ocurre en esa catedral no pasa desapercibido. Una noche de festival latino popularizó el reggeton para todo el planeta, en los templos no solo pasan cosas buenas.

Allí también tiene su sede un equipo de baloncesto. Y es que el baloncesto es la única religión global de esa jungla. En cada pista de cemento y aro de cadenas del Bronx o Brooklyn sueñan despiertos para que cada mate o reverso los lleve –aunque solo sea por una noche- a jugar como local en el Madison Square Garden.

lunes, 2 de mayo de 2011

BUTACA




MAR ADENTRO



-Fabyo Sorel-

La peli no estaba mal. El problema fue toda la polvareda que levantó su estreno. Que si eutanasia sí, eutanasia no. Qué le importa a nadie lo que otro haga con su vida? digo yo. Ay¡ si fuera tan sencillo.

Unos días antes de ir a ver a Bardem en su papel con menos sex-appeal, me tragué un documental muy bien hecho sobre la vida de Ramón Sampedro. Se ve que Amenábar también lo vio porque había partes de la peli que eran clavaitas, aunque la realidad siempre supere a la ficción y ver morir al poeta en vivo fuera mucho más impactante que Javi simulando el suicidio.

Debo decir que lo primero que pensé al escuchar el título por primera vez fue en los héroes del silencio. Así que esa película ya sólo podía decepcionarme.

Si a eso le añades otra llorona, el resultado es un pastelón de cojones. Menos mal que nos fuimos con tiempo al centro y entramos entonaos a la sala. Recuerdo que era una sala muy pequeña. La sala de cine más pequeña en la que nunca he estado, con cierto aire elegante y decadente. Todo el mundo podía oír los sollozos de mi chica como si estuviera llorándoles en el hombro. A mí no me dio ninguna pena. No es que sea un insensible. Como digo, la fibra me la tocó el documental y en la confrontación con éste la peli salió perdiendo.

Años después con mi actual pareja iría al cine a ver otra de Amenábar. Ágora. La peli no me gustó, cuando las luces se encendieron y nos levantamos dispuestos a marcharnos el de delante le decía a su colega “lenta… lenta… soporífera!” pero por lo menos Carmen no lloró, aunque esa noche se enfadó conmigo porque soy tonto y pretendía echar a andar cuando ella tenía los pies lastimados por los tacones. Porque me ciego cuando se pone esos tacones. Cómo los lleva. Con qué bendita elegancia! Nadie sabe andar como ella.

Aparte de eso, firmar una obra maestra con tu ópera prima, como hiciera Alejandro con Tesis (la noche que la vi, tuve que dar la luz del pasillo antes de apagar la del salón), tiene un riesgo, y es que alcanzada la cumbre en el primer movimiento ya sólo puedes rodar y rodar ladera abajo hasta despeñarte.

Esto creo que lo dijo Macauly Culkin y yo lo digo desde el cariño y la admiración que le profeso. Era muy gracioso en el papel de Kevin Mcallister. Leí el libro. Luego mi hermano se hizo con las pelis de solo en casa y las puso como un millón de veces hasta repetir enteros los diálogos de principio a fin. Polka Twist, la polka de los lagos, bésame Polka. Quédate con el cambio sabandija asquerosa.

Tres películas de MICHAEL HANEKE

-Africano-


He de reconocer que no he visto más que tres películas de Michael Haneke. Si bien, pienso que son bastante representativas como para tener una opinión más o menos acertada de su cine. La primera que vi fue “La Cinta Blanca”, archigalardonada en el año 2009 con premios como la Palma de Oro a la mejor película en el Festival de Cannes o el premio FRIPESI 2009. Ya un año después, desde el pasado mes aproximadamente a esta parte, he visionado “Funny Games” y “La pianista”, a cual más desconcertante. Y es que la violencia y la ausencia de sentimiento de culpa son la piedra angular sobre la que gravitan las películas mencionadas. En “La Cinta Blanca”, ambientada en un pequeño pueblo de Brandeburgo en vísperas de la primera guerra mundial, nos encontramos con una serie de personajes asfixiados por una excesiva rigidez moral y una religiosidad extrema. En la aparente calma del pueblo subyace el germen del horror. La imposición de la pureza moral a los más pequeños crea unos seres deshumanizados y sin escrúpulos que vaticinan, tras la humillación sufrida por los alemanes finalizada la primera guerra mundial, el estado nacionalsocialista. Idéntico ambiente opresivo, salvando las distancias, sufre la protagonista de “La pianista”, interpretada magistralmente por la actriz Isabelle Huppert, galardonada como mejor actriz merecidamente en el Festival de Cannes, en el que también fue galardonado el actor protagonista de cuyo nombre no me quiero acordar, única muesca del film que raya la genialidad. Aquí, con el fantasma de Franz Schubert sobrevolando el largometraje, vemos el desmoronamiento mental de una pianista víctima de la tiranía de su madre y de su educación. Fruto de la aparición de un joven pianista, que queda perdidamente enamorado de su genio, surge una relación de amor-enfermizo que acaba dejándolo a uno buscando en los cajones de la mesita de noche la caja de Lexatin 3. Ninguna de las escenas tienen desperdicio, siéndome imposible compararla con ninguna otra película que antes hubiese visionado. Al igual que en “La Cinta Blanca”, la aparente pulcritud de la moralidad acaba por explotar, germinando la verdadera monstruosidad del ser humano con violencia. Y por último, “Funny Games”, donde una vez más los valores de la modernidad se desmoronan, esta vez representado por dos jóvenes aparentemente normales que siembran el horror en la casa de campo de una familia de bien. Aquí la violencia es más explícita. Lo demencial de la situación hace que el espectador sufra en propias carnes la angustia de la familia como si fuese uno más de los protagonistas, y esto se acentúa en los momentos en los que Michael Pitt (algunos lo recordarán encarnado en Kurt Cobain en la película del celebérrimo Gus Van Sant, Last Days) se dirige directamente al espectador en actitud irónica y chulesca. Si algo no tiene Haneke a mi entender son ganas de complacer al espectador. Los quiere tensos, alerta, constantemente haciéndose preguntas sin respuesta, descolocados y por momentos narcotizados, en definitiva, haciéndoles sufrir en sus carnes con toda crudeza la brutal violencia y el dolor del ser humano. Y eso es de agradecer, pues pocos hay que tengan el arrojo de hacer films arriesgados, de calidad y que además no sufran demasiado las consecuencias en taquilla. Sin lugar a duda, Haneke es uno de ellos.