Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







martes, 24 de mayo de 2011

NBAcacal: 2 de 17



-Tejada F.-


“Joder, si estás jugando el séptimo partido de una final y ves que tus tiros exteriores no entran, penetra a canasta. Joder, no es tan difícil”
(Lamar Odom sobre John Starks)


Mis queridos Knicks vivieron una gran época en los noventa. Convirtieron su estilo luchador e incansable en el orgullo de la ciudad. Cuentan que los ciudadanos de la Gran Manzana se sentían bien representados por sus muchachos y sus pelotas. El gran eje de todo era el grandullón Pat Ewing. Eran buenos tiempos para un equipo escaso de talento pero sobrado de agallas. Competían cada balón como su fuese el último de sus vidas, era su identidad. Esa tremenda escuadra solo tenía un problema: los jodidos Bulls de un tal Jordan.

Los hombres de la Big Apple exigían el máximo a los Toros. Cada año las eliminatorias entraban en el sendero de la épica, con enfrentamientos cargados de tensión y lucha. John Starks tenía el inmenso encargo de parar a Michael. Casi nunca lo conseguía pero se dejaba la piel en el intento. Su misión era la de malo de la película, intentar derrotar al héroe. Pero la gloria no se acercó a ese equipo de jornaleros hasta que una tarde ocurrió algo…

Jordan después de su tercer anillo consecutivo anunció su retirada para probar suerte en el mundo del béisbol.

Nueva York sabía que era su momento y no lo iba a desaprovechar. Después de una temporada perfecta llegaron al objetivo, jugar las finales. La batalla definitiva llegó al límite: séptimo partido frente a los Houston Rockets de Olajuwon. Dicen que el ambiente que se respira en el partido definitivo de unas finales de la NBA es tan especial que no se puede comparar con casi nada.
Algunos jugadores se ven superados. Starks no pudo con la presión y anotó 2 canastas de 17 intentos, se le hizo de noche en el partido más importante de la franquicia desde que Willis Reed salió drogado y cojo en los setenta. Ewing y Oakley no pudieron solos. Lo tuvieron cerca pero se les escapó cuando más duele. Starks acabó hundido. No había consuelo posible. Por si fuera poco en el encuentro anterior también falló el tiro que hubiera significado el anillo.

Tiempo después el 23 de los Bulls se calzó de nuevo las alpargatas y prosiguió coleccionando anillos. Nueva York se fue apagando mientras recordaba lo que pudo ser y no fue en esa desastrosa noche texana.

Cada vez que Starks aparece por el Madison y su imagen irrumpe en las pantallas gigantes el público se pone en pie y aplaude al hombre que no se arrugó a pesar de no meterla ni en una piscina, el tipo que falló hasta morir, el guerrero sin talento encargado de los grandes marrones, el incansable. Dicen que su mirada es profunda desde ese partido, más intensa, penetrante. Nunca podrá olvidarlo, nadie puede hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario