Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







sábado, 8 de mayo de 2010

DE LA DISPUTA QUE TUVE CON UN PAR DE AVISPAS. Ceuta -Verano 2008-



-Rubén Casado-


Si ya costaba de por si escribir, en estos momentos se me presenta casi imposible. La voz se me ha quebrado, no hay nada peor que esto para el arte de las letras. He vuelto al pesimismo, al derrotismo fácil, al ser compasivo. No puedo hablar desde la posición de un hombre sabio que todo lo sabe. No puedo hablar con gravedad, como si supiese lo que hago en cada momento, como un ser reflexivo que se toma su tiempo antes de actuar. ¡Qué lejos estoy de eso! ¡Qué lejos han estado muchos y sin embargo lo han hecho! Pero esto no es lo importante. Lo importante es que he perdido la pequeña seguridad con la que escribía hace un tiempo, que me permitía decir algunas veces cosas coherentes, casi maduras. Al final de algunas líneas podía imaginar un grupo de gente mirándose los unos a los otros, diciéndose “sí” con movimientos aprobatorios de cabeza y con gestos de: “Este chaval sabe lo que dice”. Ahora ese mismo público se me ha vuelto rebelde. Cada vez que levanto la vista detrás de cada línea los veo abucheándome, riéndose, lanzándome cosas como a un vulgar Ramoncín. ¿Cómo puede uno dedicarse a esto si ni siquiera uno mismo sabe realmente lo que dice? ¿Qué puñetas está diciendo? Cuando tenía la mirada elevada, al infinito, me permitía dictar sentencias, hacer bonitas parábolas y demás malabarismos gramaticales, cerraba con pequeñas ironías en forma de guiños cómicos, casi traviesos, y la boca me ardía de risa, de poder. ¡Que ser tan estúpido! Al final, claro está, triunfa la sencillez. Hay que ser modestos y saber donde esta el sitio de cada uno. Aprovecho para contar una pequeña anécdota, estúpida, siguiendo la línea, la verdad, nunca fui un gran contador de historias. Curiosamente las historias que más me interesan y las que más me llaman la atención parece ser que al resto le importa algo menos que un comino. Después dicen que no hay razones para volverse loco. Yo tengo una lista entera que aún no está cerrada. El caso es que, acompañado de mi habitual derrotismo de la última semana, decidí sentarme en una terraza a tomar un té verde, quería pensar, o dejar de pensar, esconderme un poco, en definitiva. Me sirvieron el té hirviendo. Rezumaba una dulce fragancia a hierbabuena que hizo que se me hinchara el espíritu. Esto me ayudó a respirar, por unos instantes, un poco de paz. De pronto, de no sé dónde ni a qué vino, una avispa apareció por encima de mi hombro, dio dos, tres, tal vez cuatro vueltas de reconocimiento y allá fue a parar al filo del vaso haciendo equilibrios. Finalmente, tras un momento de duda, introdujo su fea cabeza dentro del receptáculo. A esto, mientras alzaba la mano crispada para lanzar una defensa antiaérea, otra, digo, otra grandísima hija de puta de su misma especie, apareció como surgida de la selva vietnamita para hacerle la cobertura y escoltar su avanzadilla. Ya por entonces me dedicaba yo a dar manotazos en el aire, echando el torso hacia atrás cada vez que recibía un ataque, hasta que me encontré de pie a siete palmos de la mesa y con toda la clientela mirándome por encima de sus copas. Volví como pude a mi sitio. Por el momento se habían retirado. Di un par de sorbos al té que atravesó mi garganta como una bendición. Mientras bajaba el vaso para ponerlo sobre el piso, de nuevo, ese par de garrapatas voladoras hicieron acto de presencia. No me iban a joder más. Encendí un cigarrillo, di un par de caladas profundas y, conforme apoyaba sus adorables patitas en el filo del vaso, le di una ración de napal en el costado. Allá fue a parar, la condenada, al interior del mismo. Cogí una servilleta y después de un par de maniobras conseguí reflotarla. La mandé al lugar donde parecía estar pidiendo a gritos que la mandara: con sus muertos. Cogí el vaso y me levanté. Un chico, sentado a un par de metros, me estaba mirándo totalmente perplejo. Parecía que necesitaba una explicación. Mientras me dirigía a guarecerme al interior del local pasé por su lado. Me seguía con los ojos. No tuve mas remedio que pasarle el parte: “Las avispas me están comiendo”. Con un ligero movimiento de hombros me hizo saber que estaba enterado de todo el asunto. Tomé sitio al fondo, detrás de un ventilador que cubría con su movimiento un perímetro que aseguraba por unos momentos mi integridad. Me senté jadeante y di un sorbo al té. Aún ardía. Me queme un poco la punta de la lengua. Apoyé ambos codos sobre la mesa y me cubrí la cara. Voy a contar un secreto, creo que estuve a punto de romper a llorar. Rápidamente me repuse. Dios, no me sentía tan desgraciado desde… no sé quién fue, hablando sobre la muerte de Mariano José de Larra, creo que fue Ortega y Gasset, realmente no lo sé. Decía este que no era necesario un gran acontecimiento para que una persona decidiera quitarse la vida. Cualquier nimiedad, cualquier paso en falso de cualquier persona, una simple palabra, podía desbordar la angustia de un sujeto herido. Que curioso, parece una tontería, pero tuve una sensación mortal parecida con el tema de las avispas. Estaba hundido en estas cavilaciones, totalmente ido, fuera de sitio, incómodo, a punto de perder la cordura, cuando ¡bendito! incrédulo de mí, se estaba fraguando una venganza. La segunda en discordia, aquel proyecto de avispa, que bien le podría haber dado por oler mierda como inteligentemente hacían las moscas, venía para darme pomada. Venía, ella, decidida como un fanático amarillo en la segunda Guerra Mundial a estampar su chasis contra mi rostro. Con un movimiento hábil y saliendo del letargo, me quité la gorra y le asesté una de derechas a la base del cráneo, desapareciendo por el efecto del espacio aéreo. Pude oír sus entrañas crujir contra el suelo. Un amago de sonrisa comenzó a asomarme por la comisura de los labios. La vi alzar de nuevo el vuelo visiblemente mermada. Asesté otro golpe con furia que no la alcanzó pero suficiente para que se marchara a tomar viento y no volver jamás a molestarme. Encendí un cigarrillo y terminé gustosamente el té que, todo hay que decirlo, estaba delicioso. Fin de la historia.
Está bien, a esto me refiero cuando no sé lo que hago cuando escribo. Echando la vista atrás, creo que de lo último que estaba hablando era de la sencillez. Sinceramente no logró relacionar la historia con el propósito que tenía cuando empecé estas páginas. Al fin y al cabo no tiene importancia. Lo único importante es que nada importa. Ni lo que escriba, ni lo que pase, ni lo que nos pase a mí y a las avispas. Unos días les toca recibir a ellas. Otros días… -en fin- otro día te lo cuento.

7 comentarios:

  1. hermano africano, hiciste bien dándoles a esos bichos su merecido. una vez una picó a mi hermano en el careto, en el campo, mientras trabajábamos, y a la hora de comer no sabía si aquel tipo era mi hermano o era Reiziger.
    ahora, te contradices tu solito cuando dices que nunca se te dió lo de contar historias al tiempo que nos deleitas con este increible parte de guerra.
    a veces la vida parece una jodida trinchera.

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  2. Cuando la genialidad se pone a tu servicio sabes como tirar del hilo y llevarnos a donde quieras. Puedo leer este pasaje en 2050 y reírme como me he reído hoy. Es magnífico de principio a fin. Y por supuesto adolece de sentimentalismo o moraleja, muy típico tuyo en algunos textos. Me gustaría dedicarte algo ingenioso, pero no me sale. Si algún día te decides a escribir lo de la pipa en el coche te lo agradecería profundamente. En serio que me encantó. Quiero más.
    PD: Quiero más textos, a todas horas, jajajajajajaja. De ultimas estais todos (yo no me incluyo) que os salís con los relatos coño.

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  3. precisamente lo de meter mas textos lo he estao hablando con el Teji...iba a meter un 3º aviso a los miembros del CACA xo mejor lo clavo aquí. La idea es meter texto (relato, articulo,...) junto con una poesia si la hubiera o en su defecto 2 poesias juntas al día. Incluso si se tratase de textos cortos también podrían juntarse el mismo día. Cada vez somos más gente y hemos pensao k esto es lo mejor. A parte, tus ansias Tower de material nos ha ablandado el corazón. Por eso si no hay impedimentos este va a ser el nuevo sistema. Eso sí, poneros las pilas xk una vez más me he kedao sin piezas... ala

    P.D: Que puñetas es lo de la pipa en el coche Tower? refrescame la memoria ya me conoces...

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  4. Al ser el cronista oficial de tu vida te diré sin ánimo de ponerte en un brete:
    -Todo iba bien, no tenías remordimientos, ni pensabas en las consecuencias de tus actos. Eras un infante. Entonces un día comiendo pipas con mamá en el coche lanzaste una cáscara por la ventanilla. Y así empezo la angustia.

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  5. coño Tower, ok jjajaj, cierto, hablas del comienzo de la locura jejeje, en su momento haré algo sobre ello, no lo dudes.

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  6. Eunelio Contentez9 de mayo de 2010, 17:09

    Coño Socio acabo de escribir un comentario y ha desaparecido. Así que la literatura universal se pierde otra gran reflexión mía. Cervantes, Umbral y Miguel sonríen aliviados donde quiera que estén.
    ¡Ay, la pipa! Te lo explicaré en mi próximo correo.

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  7. genial,simplemente genial

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