
-Africano-
Siempre esperando la gran fiesta. El mediodía, que llamaba Nietzche. Ese momento en el que todos nos reunamos, sin que nadie tenga que hacer un mandado; ir al banco, llevar a la abuela a la policlinica, echar la siesta o recoger unos pantalones de la lavandería... ese momento en el que todos estemos libres de compromisos, obligaciones, responsabilidades. Y entonces descorchar el vino, probar la cosecha, y disfrutar del elixir virgen de la existencia. Un momento así me es casi imposible de imaginar. Siempre que he querido reunir a mis amigos en un intento de llevar a la práctica esta celebración se ha ido al
traste por uno u otros motivos. Algunos llegaban con cara de circunstancias, forzados por la situación y casi obligados por haberse comprometido tiempo atrás. Otros se han enzarzado en la vertiginosa actividad de mirar el reloj cada cinco minutos, por otros planes urgentes que debían atender. Otros, a pesar de su juventud, se han retirado apenas comenzado el evento, por cansancio, so pretexto de ir a echar la siesta. Otros, casi forzados por sus novias y en contra de sus deseos han abandonado cuando empezaban a sentir el efecto del veneno en su cuerpo. Otros, estóicos, a pesar de sus nulas ganas del plan, por amor al anfitrión, han aguantado hasta que ya no había más que aguantar y se han marchado libres de pecado. Y al fin me he quedado yo, pasado el mediodía, la tarde y parte de la noche, solo, en un bar, con la rabia rumiándome las entrañas y odiándolos a todos por su incapacidad para ser conscientes de que momentos tal vez no se vuelvan a repetir. De que aunque se repitan estaremos más desgastados, con el alma en carne viva, y sin ganas de fiestas ni que ocho cuartos. Que para entonces nuestro mediodía será un ocaso inexorable hacía la deseseración.
Pero no se puede culpar a nadie de estar absorbido por la vorágine cotidiana. Yo también lo estoy y, a veces, como todos, también pierdo la noción del tiempo. Pero es que es cuando estoy con los amigos cuando todo se me hace presente y taxativo. Que todo es perecede
ro, que una cara se borra y no vuelve a aparecer jamás, que las risas mutan en rictus, y que para cuando el fin nos esté apretando, el mediodía será casi imposible de alcanzar.
ro, que una cara se borra y no vuelve a aparecer jamás, que las risas mutan en rictus, y que para cuando el fin nos esté apretando, el mediodía será casi imposible de alcanzar.Tanto, que al final solo nos quedará la posibilidad de decir la "frase hecha" de costumbre y que caracteriza al hombre mediocre que jamás quisimos ser:
"Cuando muera me gustaría que todos mis amigos me recibiesen con una fiesta"
Y si tienes suerte y ninguno tiene que apuntalar una nube o llevar a sus hijos al infierno, puede hasta que la tengas.
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