Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







miércoles, 28 de julio de 2010

De un mareo, un pueblo entregado y un helicóptero.



-Tejada F.-

Basado en hechos reales


La señora Ana vive sola en una gran casa, en lo bajo de un conocido pueblo con Castillo. Todo trascurre con la habitual desolación de la siesta veraniega. En un momento dado, a la amable lugareña le da un bajonazo de tensión, eso tan normal con estos calores, y que puede ser de rápida solución si estás sentado y tomas algo de líquido y dulce, o de lo contrario se puede convertir en una leche de circo, bombero torero, mujer barbuda, ambulancia de Cruz Roja y sirena a toda hostia por el centro, atado en una camilla demasiado pequeña, ya sabéis, o mejor, ya lo sé yo.

Prosigo con la aparentemente habitual historia de bajada de azúcar sin consecuencias. El caso es que –este extremo aún no está confirmado- la señora tiró de teléfono como pudo, estaba mareada, parece ser que no desmayada, y se puso en contacto con una vecina, pero no habló, o al menos no habló nada inteligible, por lo que rápidamente la señora, preocupada, se enfundó las chancletas, y al estar Sálvame en publicidad, no se lo pensó, avanzó los 2 metros que la separaban de la puerta de la protagonista y llamó:

Ding dong, ding dong, ding dong
-Ana! Ana!
- eee, eee, respondíó con un fino hilito de voz
-¿estás bien? ¿Que te pasa? ¿Me has llamado? - las voces se escuchaban en toda la calle y la aplatanada gente salía.-

Ana con su pelotazo no podía responder con claridad, no gozaba de suficiente soltura para calmar a los cada vez más inquietos paisanos que ya empezaban a apostarse en la puerta y golpeaban la ventana con insistencia. En ese instante, la hija de la mareada ya venía de camino a toda prisa con el corazón en la mano. En la bonita casa de fachada blanca y puerta de hierro, la tensión se masticaba. Uno de los testigos fue a su casa a buscar una copia de la llave, es costumbre que en los pueblos, a parte de la familia cercana, alguien más cuente con un juego de llaves para imprevistos de esta índole.

El caso es que Ana aunque consciente, no respondía, estaba viviendo su momento de gloria. Pero en la calle los nervios no cesaban. Al tener cerrado por dentro con la llave a medio poner en la cerradura, el vecino no podía abrir, y al seguir sin responder, alguien hipèrventilando y a gritos pronunció las palabras que todo lo complicaron; “hay que llamar a la ambulancia, a los bomberos, a lo que sea”.

Determinada persona con un sentido de la realidad dudoso y en un estado de nervios sin parangón realizó la llamada, que visto como acabó todo, yo pagaría por escuchar.

A partir de ese momento los acontecimientos se precipitan, aunque siempre regados de una tensión fuera de lo común. No ayudó la llegada de la hija, que al intentar también abrir con su llave sin éxito, y lejos de mantener la sangre fría, echó gasolina al fuego, con fuertes y desgarradoras frases del tipo “ ¡¡¡¡madre, madre, no te mueras, madre, que tienes que ver crecer a tus nietos, madre!!!!!”

El espectáculo como se va viendo roza lo esperpéntico, sabiendo como sabemos claro, que todo era un rutinario mareo veraniego. Bueno el caso es que después de mucho insistir, y prácticamente forzar la puerta, consiguen entrar. Parecía el Corte Inglés de Preciados el primer día de rebajas. Todos en avalancha al galope, el primero el vecino de la llave, que para eso había abierto paso, y buscaba descaradamente la gloria, después la hija descompuesta y detrás medio pueblo, a partir de la sexta persona que entró, puro morbo.

Bueno pues ahí estaba Ana, cagada y meada, blanca como la cera, echada en su sofá, con las bragas por las rodillas, el teléfono en la mano y la telenovela de Canal Sur de fondo. Esbozaba una media sonrisa melancólica, y acertó a decir: “¿que pasa?”.
Todo dios se quedó petrificado, la señora no tenía nada, y encima se pegaba el vacile. La hija mucho más tranquila, ya que se temió lo peor, fue invitando a los curiosos a abandonar la casa, esperando que llegase la furgona de Urgencias para confirmar lo que parecía. Una miaja de mareo, con algo de azúcar y una ducha solucionado.
Los lugareños fueron saliendo, mientras a lo lejos comenzaba a escucharse un fino ruido que se acercaba cada segundo. Hasta que se convirtió en estruendo.

Sí amigos, el helicóptero del 061, como si de Apocalipsis Now se tratase, surcaba el cielo del pueblo llegando a toda leche, aterrizando en la pista multiusos, justo en frente de la casa de los hechos. Por si faltaba algo, los entregados facultativos tiraron de megáfono, el despiporre fue monumental. Nunca tomar la tensión y recomendar beber más líquido había merecido tan espectacular despliegue.

Nota: estas circunstancias han ocurrido cerca del lugar donde unos atracadores se pusieron el pasamontañas y montaron el rifle justo antes de llamar al timbre del banco

2 comentarios:

  1. muy gracioso, aunque no habría entendido nada de no haber sido por la nota final. eso lo aclara todo.

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  2. Monikaaaaaaaahhhhh1 de agosto de 2010, 20:05

    ¿quien lavo a la señora?

    jajaja.

    España profunda, ya se sabe

    Gracias again Señor Tejada

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