

William Saroyan:"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".
NO ES PAÍS PARA VIEJOS
Decía Ortega en su rebelión de las masas que se pueden observar en distintas sociedades de diferentes épocas diversas tendencias que llevan a los individuos a decantarse por principios o valores propios de la juventud o la madurez, lo viril o lo afeminado, y así en una época se respeta y se admira más al anciano, y se le escucha o hasta la moda le evoca, y en otro momento y otro lugar la gente tiende a lo juvenil y lo desenfadado.
Ortega decía que la nuestra era una sociedad dominada por los joviales ideales mozos y digo mozos y no mozas porque si mal no recuerdo, D. José reflexionando sobre el tema argumentaba que en la hegemonía de los valores imperantes se imponían los valores jóvenes y masculinos. Puede que eso así fuera cuando hace un siglo el ilustre pensador lo advirtiera y puede que lo siga siendo en lo que a la parte de la edad de los valores dominantes se refiere, pero en cuanto a su género, ciertamente discrepo, y considero que si bien siguen siendo chavales, casi diría adolescentes, los principios rectores de la vida en sentido sociológico, no acierta el filósofo al diagnosticar su género pues es obvio aquí quien lleva los pantalones, lo cual no quiere decir tanto que Ortega se equivocara como que es posible que el dominio decimonónico de lo masculino estaba dando sus últimos coletazos y posiblemente haya llegado a su fin.
Y todo esto a cuento del título de la última travesura de los hermanos Cohen que vi en el cine.
Se trataba de uno de esos cines pequeños, familiares, de los que ya no quedan. El tipo que me vendió la entrada y el que hacía las palomitas se daban un aire; un aire raro, por cierto. Pensé que aquel negocio lo llevaban unos hermanos tarados. Igual que la peli.
No había más de tres personas en aquel sitio incluyéndome a mí. Lo bueno es que puedes mascurrear palomitas sin molestar al de al lado. Lo malo es que si el malo es muy malo acojona el doble verlo en acción. Menudos son estos personajes.
Estos dos saben bien de qué va esto. Saben cómo hacerlo. No aburren, no decepcionan, no paran, no caen. No se callan.
Qué hermanos más traviesos! No saben estarse quietos! Y qué bien se les da hacer lo que hacen! Son unos cachondos los judíos. Perdón, he dicho judíos, quería decir jodíos, aunque creo que son judíos, no?, como Woody, que también es muy gracioso. Qué jodíos estos judíos!
Un amigo mío decía que los judíos son malos porque mataron al Señor. Yo creo que al Señor lo matamos entre todos y lo matamos pronto para que nos quedara un buen recuerdo, porque de haber llegado a viejo, quién le habría escuchado?
LAS MAÑANAS AL SOL
Cuando estoy en el pueblo paso las mañanas al sol, no porque esté parado como Barden y Cia. tras el cierre de los astilleros, sino porque trabajo en el campo. El campo es duro y agradecido como él solo. Las labores del campo son paradójicamente penosas y agradables, graciosas y amargas como la cerveza. Uno de los privilegios de trabajar en el campo es que el trabajo transcurre al aire libre, en contacto directo con la naturaleza; nada que ver con la tristeza opaca de la oficina. Uno de los inconvenientes es que el trabajo no suele ser tan liviano como el que se desarrolla en una oficina. Otro inconveniente es que hay que madrugar mucho, y no me gusta mucho madrugar. En verano los campesinos nos levantamos a las seis de la mañana. Eso los jóvenes agricultores, porque los viejos a las cuatro ya están en pie, y salen caminando hasta al campo, la herramienta al hombro, y al otro el capacho. La ventaja es ver amanecer. Cuando escasos minutos antes de que salga el sol, el frío agarrotándote no te deja pensar, y empieza a sentirse esa cálida sensación tras las montañas al este, los primeros rayos caen límpidamente sobre tus ojos aun entornados; entonces compensa el madrugón.
Por la tarde en el pueblo no hay mucho qué hacer. Después de una buena comida y una merecida siesta, uno se agarra a un libro, a una raqueta, al mando a distancia, para matar la tarde como sea y cuando se hace de noche lo mejor que se puede hacer (o lo único) es salir a dar una vuelta al parque.
Durante un par de semanas de agosto el cine de verano ofrece una alternativa válida, aunque la oferta tampoco es muy variada, las gradas son de piedra viva, la gente no se calla, la lata de cerveza vale un pavo, y entonces compensa. En una de esas me topé con Fernando León de Aranoa que me presentó a Santa y me quedé pillao. No era la primera vez que ese gachón me dejaba pillao. Sólo a este tipo se le podía ocurrir lo de atar una moto de agua a una farola. Tiene gracia el jodío. Se ve que éstos, al igual que mis colegas y yo por entonces, tienen una fijación extraña por las farolas, porque su colega Santa también la tomaba con ellas a la más mínima, como digo, muy al igual que nosotros, que haciendo uso de las naranjas de los árboles de la carretera, arremetíamos siempre que podíamos contra las farolas del vecindario.
Que se jodan!
Luego igual que a Santa nos pillaron y nos jodimos nosotros pero como bien dice el refrán:
El que da primero…
TERROR PSICOLÓGICO
La adolescencia es una edad terrible y decisiva en la vida de una persona, o al menos eso pienso yo.
La mía fue una adolescencia cojonuda. En realidad toda mi vida ha sido cojonuda hasta ahora, pero especialmente la adolescencia porque uno empieza a darse cuenta de las cosas, de que las cosas no son como las pintan, y algunas las pintas bonitas siendo feas y otras las pintan feas cuando son preciosas.
Algo así ocurrió con aquella película. Sorpresivamente se desató una oleada de críticas en las que la película se mostraba envuelta en un halo de misterio, alimentado por leyendas urbanas que decían cosas como que los jóvenes que la rodaron no vivieron para contarlo o que aquella cinta estaba maldita.
El caso es que esta gran estrategia de marketing dio resultado y allí nos tenéis a mis colegas y a mí, sentados en nuestras correspondientes butacas, esta vez cada uno en la suya, porque según la pintaban en el anuncio para la tele, esa producción iba a hacer que nos hiciéramos caca encima.
Comencé a ver la peli con una confusa mezcla entre inquieta expectación y cierta reticencia. Mis colegas parecían más entusiasmados. Son más valientes que yo y no parecían nada asustados, ni si quiera contemplaban la posibilidad de asustarse. Yo soy muy susceptible y estaba intimidado de antemano.
Cuando los chicos se adentraron en el bosque todos esperábamos ansiosos el momento en que el temible asesino se descubre y empiezan a rodar cabezas. Pero ahí no pasaba nada. Si acaso alguien desaparecía en extrañas circunstancias, pero sin embargo y aunque no pasara nada los chavales no dejaban de gritar y correr y de tropezarse con la cámara, y todo el rato veías hojas, hojas secas y ramas, y sentías pisadas, y voces, pero no se sabía de quién eran las voces, ni las pisadas ni porque no se hicieron con una buena cámara en lugar de gastar todo el presupuesto en publicidad.
Y en su deambular desesperado por el bosque encontraban signos de ancestrales rituales y aquelarres y despavoridos corrieron hacia la primera sospechosa casucha abandonada que encontraron para acabar contando de cara a la pared, jugando al escondite con el notas de la cámara, que había estado persiguiéndolos todo el rato para devolverles el aparato que se les había caído y no se habían dado cuenta y que era tan malo tan malo que el tipo que se la encontró no la quiso para sí, si no que decidió devolvérsela a los zagales y ya de paso gastarles la típica broma del “os habéis asustado, si sólo era yo tontos”, lo cual me lleva a recordar el día que vimos la niña del exorcista en casa de una de las chicas y cómo al terminar la peli yo me escondí en el oscuro pasillo saltando de improviso sobre ellas cuando salían, al tiempo que emitía un alarido estremecedor que hizo que una no haya vuelto a dirigirme la palabra desde entonces.
¡Qué final más desesperante, desconcertante y frustrante! Tan sólo comparable al de esa adaptación para el cine de la Niebla de Stephen King. Me pregunto qué tomará ese hombre antes de sentarse a escribir y sobre todo a qué hora del día lo hará. En unos consejos para escritores noveles decía que había que encerrarse en el cuarto para hacerlo y yo pensé que sus aposentos tendrían el mismo aspecto que el dormitorio del Conde Drácula.
Mis colegas saben de sobra que no me gusta para nada el terror, pero he estado con algunos de ellos en escalofriantes estrenos como los de los otros, el séptimo sentido, o el último escalón, y una vez llevé a una chica a ver lo que la verdad esconde pensando que en los sustos ella caería rendida en mis brazos buscando cobijo y lo que pasó fue que me pasé la tarde acojonado sin encontrar el momento de meter cuello.
Pero sinceramente la única peli de fantasmas que ha conseguido ponerme de verdad la piel de gallina, el vello de punta, fue al final de la escalera. ¡Carajo que miedo pasé¡ Si la llego a ver solo esa noche duermo en el sofá, máxime si mi cuarto hubiera estado en la planta de arriba. Cuando una peli me gusta tanto vuelvo a revisarla con el tiempo pero no sé cuando me atreveré de nuevo con ésta. La escena de la pelotita cayendo escaleras abajo es estremecedora, como el niño de el resplandor dando vueltas con el triciclo por los pasillos de aquel hotel.
Al amanecer
Veo pasar las horas
Sin nada que hacer
O sin querer
Hacer nada.
El tedio,
El agotamiento quieto
De la razón inmunda.
La pereza
Es sin duda
El peor de los vicios
De la prófuga lujuria.
Soy el dia sin provecho
De los que pierden la voluntad
Mientras
Se destrozan las uñas.
“Serán cosas de la edad.
Quizá.” Me digo.
Y así
me contento.
-Inmaculada Ruiz Ruiz-
UNA DE ENAMORADOS
La siguiente vez que fui al cine salía con una de las chicas del grupo.
¿He dicho una de ellas?
Quiero decir que salía con la chica más guapa del grupo. Era encantadora y dulce, y lo sigue siendo, y esa tarde descubrí que también era muy sensible. Fuimos con otros cuantos amigos y cuando llegamos las entradas casi se habían agotado. La película estaba siendo un éxito en taquilla. Sólo quedaban libres unos asientos en la primera fila. Tuvimos que atravesar toda la sala por aquel largo pasillo abarrotado de gente a ambos lados con la película ya rodando hasta colocarnos justo debajo de la inmensa pantalla.
Cada oveja se sentó con su pareja y cuando mi chica y yo fuimos a tomar asiento, sólo quedaba una butaca libre, como digo, en primera fila, y pegada a la pared. Posiblemente el peor sitio para ver la película, pero con la sala atascada y la película en marcha no era momento para ponerse a buscar otro sitio, así que yo me senté primero y mi chica se sentó encima.
Al principio resultó casi romántico incluso excitante. Era lo más cerca que había estado de ese culito en todo el tiempo que lleváramos saliendo. Pero a ella parecían ponerla más los primeros planos del protagonista que el bulto emergente en mi entrepierna, y se encargó de mantener mis manos a raya cada vez que aquéllas se pasaban de ésta. Nadie me había avisado de lo que duraba esa película.
Cuando el barco por fin se fue a pique y mis pelotas empezaban a vislumbrar la posibilidad de sobrevivir al hundimiento, mi novia estalló en un sollozo que resonó en las paredes de la apesadumbrada sala al ver a Leo hundiéndose en las profundidades del océano, y yo que ya estaba hasta el pijo de esa historia, simplemente me alegré de que la peli por fin terminara.
Insolentes luces que parpadean
jamás desvanecen su ardor
para dejar visibles las estrellas,
blancas doncellas de mi fiel esfera
testigo de mi dolor,
dulce, bella
como aquella historia de amor
que hoy se esconde tras ella
gritando que me olvidó
con palabras de indiferencia.
Y a cada paso
un recuerdo.
Y recordando
besé el suelo.
Jamás me devolvió el beso y
seguí caminando.
Lento.
Desesperado.
- Inmaculada Ruiz Ruiz-