Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







domingo, 12 de diciembre de 2010

Cuentos de otoño


Las horas pasaban lentas. El aire estaba viciado y era casi irrespirable. Las ventanas estaban cerradas y las cortinas echadas. Había restos de comida sobre la mesa. Botellas vacías. Y un cenicero repleto de colillas. Pensó que tenía que salir de allí. No podía seguir en aquella habitación, en aquella casa, en aquella atmósfera.

Bajó las escaleras y antes de abrir la puerta dudó un instante. No lo pensó demasiado y se echó a la calle. Se encontraba perdido. No sabía a donde dirigirse; así que empezó por andar sin un rumbo fijo. Caminó por la ciudad. Deambuló por sus aceras, errante, cruzando avenidas y plazoletas.

Cansado de caminar sin destino aparente, decidió seguir las señales. Se paró en medio de una calle, cerró los ojos y lo primero que vio al abrirlos fue una señal de tráfico redonda con fondo azul y una gran flecha blanca que apuntaba hacia delante.
Siguió recto.

Al llegar al cruce siguiente no sabía si seguir o detenerse; si cambiar de dirección o seguir adelante. Estaba parado frente a un paso de cebra y justo cuando se disponía a cruzarlo, un autobús le pasó por delante de sus narices. Tan abstraído en cual debía ser el siguiente paso, el siguiente paso casi le lleva de cabeza al hospital. Miró al autobús mientras imaginaba los improperios que le soltaría al conductor si lo tuviera delante.

Entonces vio la nueva señal. La parte trasera del urbano estaba decorada con una imagen de la Alhambra para animar a los turistas a visitarla. Subiría a la Alhambra, pero lo haría a pie.
No contribuiría con su dinero al sostenimiento de un servicio público que había estado a punto de costarle la vida.

Mientras subía la cuesta que lleva al castillo rojo, pensó que tendría que dejar de fumar, pero al ver al poco un rellano y un banco en mitad del camino, se paró a hacer un descanso y se encendió un cigarro. Cuando retomó el ascenso volvió a pensar que tenía que dejar de fumar.

Por fin llegó a las puertas del palacio y entró por ellas a un mundo nuevo y exótico que le hizo olvidar por un momento su angustia.
Paseó por sus jardines respirando profundamente casi con ansia aquel perfumado ambiente.
Se detenía ante cada columna, ante cada puerta y las contemplaba absorto dejando que su imaginación se perdiera por los recobecos de los arabescos.

Se acordaba de los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving, y creía ver princesas encerradas en cada torre y fantaseaba con la vida de palacio allá por mil cuatrocientos.

De haber tenido un caballo y haberlo sabido montar tal vez una de esas princesas habría escapado cabalgando con él, abrazándole por detrás, con las manos sobre su pecho y la cabeza apoyada en su espalda, mientras descendían la ladera que lleva hasta el río y burlaban la guardia real.

Desde lo alto de una de las torres trazaba el recorrido que habrían seguido hasta el barrio del albaizín, en el que se perderían para siempre por sus intrincadas callejuelas.

2 comentarios:

  1. Noe a.k.a. si no duermo fumo por hacer algo15 de diciembre de 2010, 1:52

    ¡¡Bravo!!
    Me viene ahora a la mente la escena de - como agua para chocolate -, la del caballo.

    Estoy suscrito a este maravilloso catalogo de composicion literaria en homenage al otoño.

    Lo siento por ti, veterano, ya se que a ti el otoño no te mola.

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  2. Noe a.k.a. -¡Coño, que frio hace!- no pasa de moda15 de diciembre de 2010, 3:44

    No se me quita la escena del caballo. Lo más que he conseguio ha sido traspolar la imagen a una jirafa, la madre que...

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