Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







lunes, 7 de junio de 2010

MUERTE EN LA TARDE




-Ernest Hemingway-

Cuando un autor escribe una novela tiene que crear gentes que vivan, gentes, no personajes. Un personaje es una caricatura. Si el autor puede hacer que vivan las gentes, es posible que haya un gran personaje en su libro. Pero es posible que su libro quede, no por eso, sino por ser una obra completa, una entidad, una novela. Si las gentes que trae a cuento el escritor hablan en su vida diaria de los viejos maestros, de la música, de la pintura moderna, de la literatura o de la ciencia, tienen que hablar de esos temas en la novela. Pero si no hablan de todo eso y el escritor los hace hablar, es un impostor, y, si habla él por boca de esos personajes para revelar todo lo que sabe, es un vanidoso. Por perfecta que sea la frase o la comparación que haya encontrado, si la coloca donde no es absolutamente necesaria e irremplazable, estropea toda su obra por egoismo. Prosa es arquitectura, y no decoración interior, y la época del barroco está acabada. Para un escritor, poner sus propios ensueños intelectuales, que hubiera podido vender a bajo precio en forma de ensayos, en boca de personajes artificialmente construidos, que son más remunerados cuando se los presenta como gentes verdaderas en una novela, es económicamente hábil, pero no es literatura. Los personajes de una novela tienen que ser, no caracteres hábilmente construidos, sino criaturas tomadas de la experiencia asimilada por el escritor, tomadas de su experiencia, de su cabeza y de su corazón, y de todo lo que nace de él. Con un poco de suerte y trabajando seriamente, si el autor consigue sacarlos enteramente de sí mismo, tendrán más de una dimensión y durarán mucho tiempo. Un buen escritor debe conocer todas las cosas lo más de cerca posible. Naturalmente, no lo conseguirá. Un gran autor parece que ha nacido conociéndolas. Pero no es así: ha nacido solamente con la aptitud para aprender más de prisa en un plazo de tiempo igual que los demás, sin verse constreñido a un trabajo consciente y con una inteligencia que le permite aceptar o rechazar lo que se le presenta como saber adquirido. Hay ciertas cosas que no se pueden aprender rápidamente, y para aprenderlas tenemos que pagarlas muy caras con nuestro tiempo, que es todo lo que poseemos. Estas son las cosas más sencillas, y, como hace falta toda una vida humana para conocerlas, el pequeño conocimiento nuevo que cada hombre extrae de la vida le resulta muy costoso, y es la única herencia que puede dejar que está a disposición del escritor que le sigue; pero el escritor que le sigue tiene que pagar siempre cierto porcentaje de su propia experiencia para poder entender y asimilar lo que le llega por derecho de nacimiento y lo que es para él punto de partida. Si un escritor en prosa conoce lo suficiente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una impresión tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado. La dignidad de movimientos de un iceberg se debe a que solamente un octavo de su masa parece sobre el agua. Un escritor que omite ciertas cosas porque no las conoce, no hace más que dejar lagunas en lo que escribe. Un escritor que se da tan poca cuenta de la grave edad de su arte, que se inquieta por mostrar a las gentes que ha recibido una buena educación, que es culto o instruido, es, simplemente, un papagayo. Y acordaos también de esto: no hace falta confundir al escritor serio con el escritor solemne. Un escritor serio puede ser un halcón, un zopilote e incluso un papagayo; pero un escritor solemne no es nunca más que una condenada lechuza.

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