Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







martes, 7 de febrero de 2012

RESEÑA: ÚLTIMA SALIDA PARA BROOKLYN; Hubert Selby Jr.


-Africano-

Tenía muchas ganas de leer algo de Hubert Selby Jr. Tras años escuchando su nombre aquí y allá (y nunca para mal) decidí agenciarme algo del genio neoyorkino. Y que mejor que empezar con su célebre “Última salida para Brooklyn”. Tenía más o menos una idea de lo que me iba a encontrar; relato desgarrador de los bajos fondos de la periferia neoyorkina, políptico de la crudeza urbana, glosario de los instintos primarios del ser humano. Y sin muchas variaciones es, al fin y al cabo, lo que me he encontrado. Pero he de reconocer que me ha sabido a poco. Esto me ha desconcertado. Tenía tantas expectativas puestas en su lectura que cuando he doblado la última página no terminaba de creerme que no hubiese nada más. He intentado buscarle varias explicaciones. Una de ellas es la pésima traducción. La forma de llevar al castellano el lenguaje hablado de la urbe americana es cuanto menos ridículo. Me recordaba viejas películas de los ochenta en las que se usaban términos tales como “dabuti, ganar una pasta gansa o colega”. Es como aquellos programas informáticos de traducción simultanea en el que la frase resultante se parece más a la perorata de un robot puesto de éter que a un mensaje mínimamente coherente. Como si el traductor se hubiese olvidado de situarse en el contexto (tanto espacial como temporal) adecuado que requiere un trabajo realmente riguroso. No sé cual es el criterio a seguir para asignar este tipo de proyectos a un profesional determinado. Si lo importante es que el susodicho sea experto en la obra del sujeto a traducir, si lo es que sea un ingeniero de la filología anglosajona o simplemente que sea el más barato del mercado. El caso es que ya me ocurrió algo parecido con “Bajo el volcán” de Malcom Lowry. Obviando que Lowry ya de por sí no debe ser demasiado digerible en su lengua materna, la traducción al castellano resulta cuanto menos un galimatías imposible de descifrar. Igualmente, la decepción fue enorme. Y más si la técnica que uno sigue para descubrir nuevas emociones es la de dejarse llevar por recomendaciones e influencias de escritores predilectos.
Quizás no sea justo valorando esta colección de relatos como se merece. En su conjunto, como estructura, configura una perfecta red nerviosa del dolor y la violencia humana, de la cual se desprende, gracias a las inquietantes introducciones bíblicas de cada capítulo, un desaliento apocalíptico que deja el espíritu chorreando de sudor. También, tal vez lo más característico, es el incontestable ejercicio de estilo practicado por el autor. En esto, más que en el fondo, es donde más se puede apreciar su maestría. Un ritmo endiablado donde los dialogos son prácticamente engullidos por la potencia de la narración que avanza como una avalancha llevándose por delante todo lo que permanece inerte.
Pero si tengo que decir algo sobre este libro con el corazón en la tapa, a pelo o a contrapelo, es que no ha llegado a atravesarme “de parte a parte” como se merece. Los capítulos de la putiférica Tralalá, de Harry el amargado sindicalista homosexual y de la trágica Georgette son realmente conmovedores, pero también distantes, incluso un tanto irreales. Les falta algo para llegar a tocar la piel. Algo que seguro el original tenía pero que muy pocos traductores consiguen con éxito: dejar en perfecto estado el alma de lo traducido.

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