Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







viernes, 25 de febrero de 2011

EL AFRICANO SEMANAL: La increible enormidad del ser



-Africano-

Hablaba uno en el ángulo opuesto de la barra:

- El Miku, sabes quién es? Sabes de quién te hablo? Ese. Estaba hablando con su médico. Le decía que era imposible que bebiese solo cerveza. Que era imposible, vaya. Que una cirrosis no se tiene de beber solo cerveza. Le preguntaron hasta a su mujer, escúchame lo que te digo. Y la mujer: “ Que sí, que mi marío solo bebe cerveza”. Y el médico que nó, que eso era imposible. Hasta que llegó la pregunta clave, la del millón. Usted cuantas cervezas se bebe al día?

(En la barra empezaron las apuestas.)

-Quince.
-Veinte.
-Cuarenta.
-Qué dices! Cuarenta es imposible!
- Cuántas, di?
- ¡La máquina entera!
-¿Cómo?
- Como te lo digo. El tío se va con su bolsa de basura y empieza a echar monedas, vale? Y hasta que no le da al botón y no caen más no para. Y ahí se va el gachón, luego, a romper los billetes de los coches que van subiendo al barco. Así toda la mañana, lata tras lata, y una y otra y otra…

Caras de asombro en el bar. De admiración algunas.

- Cuántas latas caben en una máquina?
- 70, 80, qué sé yo!

Mientras en el bar se cruzaban conversaciones de este tipo yo pensaba sobre que escribir esta semana en EL AFRICANO. Me acordé de mi abuelo. Ayer fui a visitarlo al hospital. Está ingresado. 84 años. Anemia. Angina de pecho. Insuficiencia respiratoria y cardiaca. Y otras cosas más que no vienen al caso. Permítaseme hablar de él. No quiero ni mucho menos conmover los corazones con el relato de mi anciano abuelo, aprovechar su convalecencia para crear un relato luminoso y conmovedor. En esto pensaba mientras chupaba de la Mahou. “Serás rastrero hijo de puta”. Aprovechar algo tan delicado y trágico para captar la atención del respetado público? En fin, el AFRICANO registra y luego plasma, este es mi oficio a falta de otros mejor remunerados. Me ciño a los hechos:

Llegué sobre las seis de la tarde. Odio los hospitales. Ustedes también, lo sé. Pero mi odio llega a provocar el efecto dominó. Odio-miedo-parálisis. Me veo incapaz de articular palabras, gesticular, respirar. Además, cosa curiosa, no puedo evitar al encontrarme con el enfermo tener la sensación de no conocerlo. Allí, lleno de tubos, en pijama, con la sonda colgando, ese aire enfermizo en el ambiente. Todo me traslada. Tengo la penosa sensación de estar visitando a alguien con un pie en el otro mundo. Allí estaba mi abuelo, el pobre, desta guisa, saliendo del baño:

- Hola, hijo. Qué haces?
- Cómo te encuentas?
- Aquí estoy, me has pillao en mal momento. Acabo de echar lo que en mi vida entera. Un caño enorme, un plato de lentejas…
- Te veo bien.
- Mejor que ese moro estoy. Míralo, cayéndose a trozos.
- Papá, no se está cayendo a trozos. El hombre tiene diabetes y le salen postillas en las piernas. Cállate, por Dios.
- Qué más da. No me entiende. Ayer me entraron ganas de tirarme un cuesco. Dije, qué coño? Total, no va a saber qué significa.
- Estás comiendo bien?
- Na más que agua, hijo. Hasta mañana no puedo. Me tienen que hacé una analítica. Ayer estaba durmiendo, sabes? Me desperté de pronto y vi una mujer enfrente mía. Dije, coño, que muchacha más guapa a venío a verme. No me lo podía creer. Poco a poco fui recuperando la visión. Era tu madre.
- Serás pillín.
- Y yo sin afeitar, con lo feo que estoy.
- Estás hecho un chaval.
- Eso me dijo la médica. Me vio la próstata y me dijo que la tenía como un hombre de cuarenta años. Ayer un enfermero, jovencito, no se creía que tenía ochenta y cuatro años. Me preguntó: ¡Ochenta y cuatro años! Ochenta y cuatro años, le dije. Cada vez que me ve me saluda, ¡qué pasa M...! Todos los enfermeros y enfermeras del hospital me quieren, todos me saludan. Una chiquilla de prácticas, feita la pobre, gorda, tampoco se lo creía… Mira, aquí está uno…
- Como estamos, M …?
- Bien, hijo. Pero deja de darme pastillas de esas que no vea el caño que he echao antes.
- Papá, por favor, que el muchacho luego tendrá que cenar. No puedes hablar así con todo el mundo, algunos te sonríen y otros ni te contestan y te dejan con la palabra en la boca. Tienes que saber a quién le hablas así…
- Yo soy simpático con todo el mundo. O no es así? Sería mejor que fuera un borde? No lo creo. Yo soy feliz, que les den a los que se molestan…
- Tú di que sí, abuelo.

Allí estaba yo, incapaz de articular una frase completa, totalmente rígido, cagado de miedo. Como siempre fuera de la función. Observando. El eterno observador. Abrumado por la gigantesca presencia de mi abuelo, llenándolo todo.

- Anteayer me desperté. No sabía dónde estaba. Parecía haberme despertado en una nave espacial. Todo blanco y lleno de repisas con medecinas. Eché pierna al suelo y un muchacho me habló. Dónde va usted M...? A mi casa, a donde voy a ir? Está usted en el hospital, no se acuerda? No me acordaba de nada, de toda la mierda que me están metiendo…

En ese momento entró la hija del señor que ocupaba la camilla vecina.

- Hola hija? Cómo estás?
- Muy bien, señor M… Como anda usted?
- Muy bien guapa, hoy mejor. Anda a ver a tu padre. El pobre lleva toda la tarde quejándose.

La mujer se acercó a mi madre. Le dió un beso en la mejilla y remató con otros dos en la opuesta, como mandan los cánones.

- Hola, todavía estás aquí?
- Aquí llevo todo el día, hija.
- Estos son tus niños?
- Si, este es mi mayor.
- Muy guapo, muy guapo. Igual que tú!

El vecino enfermo empezó a balbucear.

- Qué hace? –Le dijé a mi madre-.
- Está rezando. Es la hora de rezar.
- Con dos cojones.

En fin, que en esas estaba yo en el bar, pensando sobre qué escribir en el AFRICANO, cuando uno habló:

- Confirmado. He hecho una llamada. 60.

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