Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







lunes, 16 de agosto de 2010

Matanza en el Congreso

Pocas cosa habían cambiado en España allá por el 2050, cuando Gregorio Zafón, resignado por la situación política de su país, abandonó su escaño en el Congreso de los Diputados.
Fue durante una sesión en la que se debían discutir las inminentes medidas a aplicar por el Gobierno para solucionar la crisis económica, que duraba ya cincuenta años, y a la que sólo habían acudido tres personas: el Presidente del Congreso, que por su puesto estaba obligado, Joaquín Risueño y él.
El Presidente abrió la sesión con un mazazo sobre la mesa y agarró el periódico del día.
Risueño, que pertenecía al otro grupo político, tomó la palabra y propuso como salida a la inminente revuelta que se estaba cociendo en las calles, liquidar a todos los parados y a los pensionistas del país, y despedir a todos los funcionarios, con lo cual, tal vez el Estado podría recortar gastos como para poder hacer frente a la rebelión y sofocar la revuelta.
Zafón se echó las manos a la cabeza. Llevaba varios meses de trabajo preparando su intervención para ese día y cual fue su decepción al ver que el único compañero que se había dignado a presentarse lo hacía con una propuesta que desencadenaría la gran guerra que amenazaba con estallar de un momento a otro si alguien no ponía cartas en el asunto.
Resignado Gregorio, rompió su discurso se levantó de su asiento y se marchó sin decir adiós.
El Presidente levantó una ceja y miró por el rabillo del ojo al oír cerrarse la puerta sin apartar la vista del panfleto.
Joaquín siguió con su listado de soluciones anticrisis entre las que se incluían el secuestro y la extorsión de los guiris de Mallorca, la venta en subasta pública de Melilla y Ceuta, el saqueo de Portugal y otras.

Entretanto en el frente de batalla estaba punto de iniciarse la contienda cuando el comandante de uno de los bandos se acercó al comandante del bando contrario con un cigarro en la boca y le pidió fuego.
Un soldado entendió que estaba dando la orden de atacar y disparó su rifle con la mala fortuna de que hirió en la nalga a un rival.
- ¡Maldita sea Narváez, ¿alguien le ha ordenado que dispare?!
- Creí que decía usted fuego - replicó Narváez.
- ¡Haga el favor de estarse usted quieto hasta que se le ordene lo contrario. Estoy intentando evitar una desgracia! - vociferó el comandante que hizo un nuevo acercamiento hacia el otro superior ofreciéndole un pitillo - ¿Fuma usted comandante?
- Lo dejé hace años pero puede que sea el último así que... vamos a echarlo.
- ¿Tiene usted fuego?
De nuevo se oyó un disparo
- ¡Maldita sea Peláez, ¿es que no me ha oído usted hace un segundo?! - exclamó el comandante enfadado dirigiéndose al soldado que hizo el disparo - ¡¿Alguien tiene fu... un mechero?!
Uno de los soldados levantó la mano y a la señal de su comandante acercó los chisques.
Mientras se fumaban el cigarro los comandantes trataban de encontrar una salida a la guerra.
- ¿No hay otra manera de solucionar esto?
- ¿Que yo sepa no comandante?
- ¿Pero deber haber alguna?
- Seguramente haya varias.
- ¿Cree usted que alguno de estos sabrá alguna?
Los comandantes miraron a sus soldados y pensaron que no, pero por si acaso preguntaron:
- ¿alguien sabe la manera de arreglar esto por la vía pacífica?
Nadie dijo nada pero uno de los soldados, precisamente al que Narváez hirió en la pierna, levantó la mano.
Los comandantes se acercaron a él.
- ¿Cómo está esa pierna, soldado?
- No es nada mi comandante pero no vea si duele
- ¿Dices que sabes como arreglar esto sin que corra la sangre?
- Yo no mi comandante, pero he oído que hoy en el Congreso se discutían posibles salidas a esta situación. Tal vez hayan llegado a alguna conclusión y la guerra sea innecesaria.
- ¡Buena reflexión soldado! ¡El ejército necesita hombres como usted! ¡Haremos lo siguiente! - dijo el comandante que había tomado la voz cantante en el proceso de negociación, pensando un instante - ¡Nos vamos todos a la puerta del Congreso y allí ya veremos lo que hacemos¡

Cuando los soldados comenzaban a llegar al Congreso, Gregorio, que había estado llorando un rato en su automóvil, salía del aparcamiento.
Al ver tanta agitación, volvió a aparcar su coche, y salió a preguntar qué pasaba.
- ¿qué está pasando comandante?
- ¿es usted diputado?
- Si, lo soy. Bueno... lo era hasta hace un momento.
- ¿Cómo que lo era?
- Acabo de dejar mi puesto comandante.
- ¿y a qué se debe tal acto de cobardía?
- Pues verá...
- Bueno eso no importa ahora. Ya me lo contará usted algún día si todo esto acaba bien.
Ahora dígame: ¿han llegado a alguna solución a la crisis?
- Ni si quiera se han presentado comandante. Uno de los diputados del otro partido está ahí haciendo propuestas absurdas mientras el Presidente lee el periódico.
Yo tenía una buena propuesta pero me he cabreado tanto que la he roto.
- ¡¿Cómo que la ha roto?!
- Que la he roto comandante
- ¿Y bien, de qué se trataba?
- Pues verá... tengo mala memoria, y la mía era una propuesta compleja... lo cierto es que ahora mismo no me acuerdo.
- ¡¿Cómo que no se acuerda?!
- Que no me acuerdo comandante
- ¡Maldita sea señor diputado!
- Exdiputado comandante
- ¡¿Cómo se llama usted?!
- Gregorio, Gregorio Zafón
- ¡Pues haga usted memoria Zafón, maldita sea!
- De todas formas mi discurso debe de seguir ahí donde lo dejé.
- ¡Pues vamos a verlo, ¿a qué estamos esperando?!
¡Ustedes quédense aquí soldados hasta nueva orden!
¡Comandante venga usted con nosotros a ver si entre todos deshacemos este lío!

Cuando los comandantes y el exdiputado entraron en el Congreso, el Presidente alzó la vista por encima del periódico, y como no entendía lo que estaba pasando siguió leyendo.
Risueño seguía haciendo propuestas estúpidas.
- ¡Habría que alquitranar los campos y el litoral para aumentar la productividad, y habría que implantar un microchip a cada alumno de la E.S.O. con la formación de la E.G.B. Habría que legalizar la marihuana para poder gravar su consumo puesto que la mayor parte de la nación la fuma y habría que incluir la cocaína en las dietas de los diputados pues ayuda al desempeño de nuestra labor y por tanto a la mejor marcha del país entero!
En cuanto al ejército...
-¡Cállese y siéntese maldita sea o le meto un balazo en la boca!
El señor Zafón va a hacer su propuesta.

A Gregorio que había partido el folio con su discurso en dos, no le costó mucho reconstruirlo.
Se colocó la corbata y se puso de pie.
- Con su permiso Señoría - dijo dirigiéndose al Presidente.
- Adelante, adelante - contestó el Presidente y siguió leyendo.
- En mi modesta opinión la solución a todos nuestros problemas es bien sencilla.
Trataré aquí de exponerla.
España era un país bien, de gentes honradas y trabajadoras, unos más otros menos, que por lo general se dedicaban a tareas muy dignas, como los campesinos, los obreros, profesores, médicos mecánicos y demás... hasta que llegamos nosotros.
Nosotros, y los que nos han precedido en esta honorable labor que hoy desempeño trajimos a este país todos los problemas que hoy les impiden avanzar desde la crisis económica a la política y moral.
El ciudadano de a pie, el paisano de toda la vida, desconocía los términos de crisis, corrupción, plusvalía, impuestos, sufragio, reglamento, autoridad, decreto, función pública, formulario, interés general, tipicidad, legalidad, juridicidad, acción policial, subvención, mercado, cŕedito, Administración, en definitiva, Estado.
Los ciudadanos, las personas que era como se llamaban antes, vivían sus vidas afanados en sus tareas tranquilamente o como buenamente podían y nosotros, para justificar nuestra existencia y sobre todo para justificar el sueldo que nos pagan nos inventamos todos estos conceptos inútiles y superfluos.
Termino ya Señoría. (El Presidente había dejado de leer el periódico.)
En fin, creo que la única salida posible a todo este follón que se ha montado es acabar con los políticos.
- ¡Maldita sea, ¿cómo no se nos había ocurrido antes?! - exclamó el comandante.
Sin dudarlo y agarrando su pistola apuntó hacia el escaño de Risueño que ya se había marchado. Entonces puso el punto de mira sobre el Presidente que tomó la palabra para decir que realmente el no era más que un moderador del debate y que no se le podía considerar político en sentido estricto.
El comandante medio convencido bajó su arma y se dirigió a Zafón.
- Entonces... sólo nos queda usted.
A lo que Zafón respondió:
- Haga lo que tenga que hacer

3 comentarios:

  1. Frank, eres escritor, ésta es una excelente fábula. Me ha gustado muchísimo la verdad.

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  2. me recuerda al estilo de historia de las intermitencias de la muerte. Convirtiendo la realidad en algo inverosimil

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  3. El texto es buenísimo, lástima que en el verano todos estemos más paradillos. Estará seguramente en el top ten del caca. Señores editores sigan por aquí, yo quiero más crónicas de Ceuta y más ficciones de Frank.

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