Mujer genovesa
y un olor de viento que ha corrido desde lejos
y llega grave de ardor;
había en tu cuerpo bronceado
-¡oh la divina sencillez de tus formas esbeltas!-
no amor, no espasmo: un fantasma,
una sombra de la necesidad que vaga
serena e ineluctable por el alma
y la disuelve en alegría, en encanto,
serena para que el viento sur por el infinito
se la pueda llevar.
¡Qué pequeño es el mundo y qué ligero en tus manos!
- Dino Campana -
Estival
Distendido verano,
estación de los densos climas,
de las grandes mañanas,
de los amaneceres sin ruido
-se despierta uno como en un acuario-,
de los días idénticos, astrales;
estación la menos dolorosa,
de oscurecimientos y de crisis,
felicidad de los espacios,
ninguna promesa terrenal
puede dar paz a mi corazón
como la certidumbre de sol
que rebosa de tu cielo;
estación extrema, que caes
postrada en reposos enormes,
das oro a los más vastos sueños;
estación que traes la luz
para distender el tiempo
más allá de los confines del día,
y pareces poner a veces
en el orden que procede
alguna cadencia de la demora eterna.
A los muros de mi pueblo
De mi pueblo ya no recuerdo
más que los muros cayéndose
donde se curvan más graciosos
junto a la gran basílica
arruinada y gloriosa.
Mis dulces, tiernos muros.
Tan semejantes a mí, que, como vosotros,
me desmorono de hora en hora,
sin que sirva piedad amistosa
para salvarme del tiempo corrosivo.
Siempre os he admirado.
Vuestra sola presencia
me sirvió de consuelo cuando el aire
fatal de la Maremma
cumplía su obra.
Pero más que el malsano clima
pudieron los odiosos actos
de gente ignorante y malvada.
Pronto caeré como vosotros,
y del barrio pagano
que vosotros, muros derrumbados,
bien protegisteis antiguamente,
y que yo canté y honré,
no tendremos una lágrima.
Vicenzo Cardarelli
El cristal roto
Todo se mueve contra ti. El mal tiempo,
las luces que se apagan, la vieja
casa sacudida en una ráfaga y para ti querida
por el mal sufrido, las esperanzas
decepcionadas, algún bien en ella gozado.
Te parece la supervivencia un rechazo
de la obediencia a las cosas.
Y en la rotura
del cristal en la ventana está la condena.
Umberto Saba
Lucca
En mi casa, en Egipto, después de cenar, rezado el rosario,
mi madre nos hablaba de estos lugares.
Mi infancia estuvo toda maravillada de ellos.
La ciudad tiene un tráfico temeroso y fanático.
En estos muros no se está sino de paso.
Aquí la meta es marcharse.
Me he sentado al fresco a la puerta de la taberna con gente que me
habla de California como de una finca suya.
Me descubro con terror en los rasgos de estas personas.
Ahora la siento correr caliente en mis venas, la sangre de mis
muertos.
He tomado también una azada.
En los muslos humeantes de la tierra me descubro riendo.
Adiós, deseos, nostalgias.
Sé de pasado y porvenir cuanto puede saber un hombre.
Conozco ya mi destino y mi origen.
No me queda nada que profanar, nada que soñar.
He gozado de todo, y he sufrido.
No me queda entonces más que resignarme a morir.
Criaré, pues, tranquilamente una prole.
Cuando un apetito maligno me empujaba a los amores mortales,
alababa yo la vida.
Ahora que considero, también yo, el amor como una garantía de la
especie, tengo a la vista la muerte.
No gritéis más
Dejad de matar a los muertos,
no gritéis más, no gritéis
si los queréis oír todavía,
si esperáis no perecer.
Tienen el imperceptible susurro,
no hacen más ruido
que el crecer de la hierba,
alegre donde no pasa el hombre.
Giuseppe Ungaretti
Corno inglés
El viento, que este atardecer hace sonar atento
-recuerda una fuerte sacudida de láminas-
los instrumentos de los apretados árboles, y barre
el horizonte de cobre
donde rendijas de luz se lanzan
como cometas al cielo que retumba
(¡nubes de viaje, claros
reinos de allá arriba!, ¡de altos Eldorados
mal cerradas puertas!),
y el mar, que, escama a escama,
lívido, cambia de color,
lanza a tierra una tromba
de espumas retorcidas;
el viento, que nace y muere
en la hora que lenta se ennegrece,
te hiciera sonar a ti también este atardecer,
desafinado instrumento,
corazón.
Eugenio Montale
Y en seguida anochece
Cada cual está solo sobre el corazón de la tierra,
traspasado por un rayo de sol;
y en seguida anochece.
Salvatore Quasimodo
joder¡¡ por qué nadie dice nada?
ResponderEliminarcuanto más los leo más me gustan, maldita sea¡
el mérito de la selección de poemas no es mío.
desde aquí agradezco a mi padre que comprara esa fantástica enciclopedia de la literatura universal, que es mi único consuelo estos áridos veranos, y el mejor regalo que se le puede hacer a un enamorado de las letras como yo.
Que buena elección,coño!!!.Sigo en la capital
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