Cacagénesis:
William Saroyan:"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".
jueves, 26 de abril de 2012
EL CUARTO DE LAS RATAS
viernes, 13 de abril de 2012
El mundillo

martes, 10 de abril de 2012
CONVERSACIONES LITERARIAS CON FABYO

lunes, 9 de abril de 2012
Depáysé: Fragmentos de un hombre despaisado
Ver el mecanismo de este cacharro.
Tiene que haber alguna forma de arreglarlo.
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Escuchando la radio; una voz grave, solemne, espacial, de un colaborador de la enésima tertulia política. Es bella, esa voz. Ese jirón de alma puede envolver un cuerpo entero. Su cara es lo de menos. Sería capaz de convencernos de lo justificable de un espantoso genocidio, de la manera tan armónica y espiritual con la que ofrece datos estadísticos. La voz de un idiota a través de un tabique puede resultarnos agradable, si reverbera en nuestra psique su real imagen interior. Así la voz de algunas mujeres, físicamente no agraciadas, que si nos dejásemos llevar por el timbre de sus cuerdas vocales a través del teléfono dejaríamos familia, patria y corazón.
No es cierto eso de que la cara sea el espejo del alma. Cuerpo es espíritu, voluntad. El alma no tiene carne; fluye, se comunica a través del aire.
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A ver que camisa te pones hoy. Elígela bien. Las manchas de sangre no salen en ciertos tejidos.
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Uno solo tiene la razón cuando su estado de ánimo se la da.
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Cuando oigas a alguien afirmar con rotundidad que “lucha por sus principios” date el piro a toda castaña de allí donde estés. Para que sus principios se autorrealicen les es necesario que existan no solo otros que sostengan los contrarios, sino también aquellos que tienen la alarmante desvergüenza de no tener ninguno.
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Aún después de muchos años, no me lo explico. Eso de que me diese por escribir. Todavía recuerdo aquella noche en una de mis primeras semanas en Granada, en casa de aquella vieja con la que vivía a pensión, frente a un cuadro del Corazón de Jesús, en mi habitación, cagado de miedo.
Bajo la imagen, en la misma fotografía, una oración:
Porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden.
«¿¡Ah sí!?», me dije.
«Pues se van a enterar»
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Para alcanzar la verdad hay que cazarla. Lástima que cuando nos estamos acercando a recoger la pieza abatida esta ya está convulsionando, medio exangüe, sobre el terreno.
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No soy tolerante. La tolerancia subyuga a tragárselo todo. Una moral de cerdos, de carroñero. Tolerante es el drogadicto, cuyo organismo está predispuesto a recibir esa sustancia que lo aniquila en el puro goce de su destrucción. Tolerar es dejar pasar despreocupadamente. Por eso, cuando uno se siente incomodado, arremete violentamente contra aquel que ha tenido la desfachatez de aprovechar su permisividad para tomarse la libertad de hacer lo que le venga en gana. La nobleza (en términos aristocráticos) está en saber discriminar correctamente lo que potencialmente puede sernos dañino, dejándole claro al tal que su acceso a nuestra esfera personal o pública puede llevarles a un perjuicio que tal vez prefieran evitar. Discriminar es establecer parcelas vitales. Cada uno en su casa. Y Dios, si quiere, que pregunte.
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No hay mejor estrategia para sobrevivir hoy en día en democracia que autoproclamarse perseguido o, como marca la etimología de la corrección política, marginado.
El marginado, por lo común, aspira a su integración en el tejido social imperante. Su pena estriba en el hecho de no tener reservado un escaño en el parlamento público. Su esperanza es dejar de ser un oprimido para convertirse en lo que siempre ha ansiado ser con toda su alma, un déspota: sujeto con derecho a marginar.
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El pathos del distanciamiento es necesario para reconocernos en esa parcela personal que constituimos nosotros mismos. Pero distanciarse no significa recluirse, anquilosarse en el propio ser. Para que la distancia exista, es condición necesaria la existencia de dos puntos.
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La expresión “tener buenos modales”, aunque parezca increíble, no goza de buena reputación en los últimos tiempos. Por lo visto, la naturalidad mal entendida se ha impuesto como reacción histórica a etapas más oscuras en las que imperaba una incómoda doble moral. Esta se camuflaba tras una fachada de vacua cortesía, que permitía mantener las relaciones en el ámbito de la vida pública en una más que dudosa sana armonía.
Abandonado aquel vicio —que como todo lo viciado si sitúa en los extremos— hemos pasado a practicar sin ningún tipo de control una descarnada naturalidad que recuerda a aquellos animales que se olfatean el culo antes de ponerse a darle al tema. Cualquier patán con el que tengamos la desgracia de cruzarnos goza de la confianza suficiente para tomarnos la mano, el brazo, el hombro… o incluso para pasar directamente a aporrearnos la espalda a mano abierta como a un fláccido saco de avena. Además, se calculan mal las distancias; el sujeto se pone a escasos siete centímetros de nuestra jeta, rociándonos con sus lapos todo el espectro de enfermedades transmisibles vía oral. Por si fuera poco, se hace un uso deliberadamente excesivo del tú, del compadreo, del amigacho… a efectos de facilitar una mayor familiaridad que en ningún caso el interlocutor ha tenido la intención de solicitar. Y si el encuentro, por casualidad, se produce en el sur de España, la paliza está asegurada.
Por eso desde aquí llamo a la vuelta de los, sino buenos, justos modales, para permitir una meridiana paz entre la ya maltrecha convivencia humana. Aunque esta sea falsa, aunque tras esa máscara se escondan intenciones criminales, con tal de quitarme de encima estas ganas que, a veces, me dan de matar a alguien.
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No he leído a Montaigne, pero sí leí una frase suya, desperdigada por algún texto, en la que decía que las verdades (metafísicas) no eran propiedad exclusiva del filósofo de turno que la había descubierto, puesto que la verdad estaba ya ahí, en el mundo, y una vez sacada a luz, cualquiera que fuese capaz de comprenderla podía apropiársela. Pues bien, ya sabéis, lo dicho como si fuese mío.
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En la tele, en el típico serial médico, un viejo postrado en una camilla debatiendo con su hijo sobre una operación de pene.
—Puedes tener una hemorragia ¿Vas a morir por una erección?
—Hijo, ha habido guerras por una erección.
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Un borracho a altas horas de la madrugada: «¡Enhorabuena, me he enterado que usted se ha casado con una pegatina!».
miércoles, 4 de abril de 2012
El saber no ocupa lugar

-Africano-
El saber no ocupa lugar; Certera afirmación, efectivamente, no lo ocupa por pura ineficacia. Lo tengo comprobado como algo irrebatible, por ser algo que he experimentado en propia carne y tal vez por ser yo un caso bastante especial de ignorante que se esfuerza por conocer cosas para no perderse (en el inconsciente colectivo). Siempre, cuando llego a la última página de un libro y lo cierro, tengo la sensación de no haber aprendido absolutamente nada. Las palabras conforme entran por la oreja del cerebro salen por la otra del culo. Intento, en lo posible, anotar a través de blocs o de pequeños ensayos lo que de los libros me parece más práctico para salvar mi alma. Y por mucho empeño que le ponga, aún recordando en ciertas situaciones problemáticas lo que los más grandes sabios me enseñaron, hago una de dos: o los desoigo o los malaplico. No se trata de utilizar erróneamente las pautas de conducta que observo en mis tan admirados maestros sino que, más bien, el error nace de la distancia que media entre mi realidad y la de ellos; tanto, que sus actitudes ante la vida son irreutilizables. Lo son. Así, sin más. Y esto no me lo rebate nadie. Esta tarde, leyendo a Cioran, casi llegando a un estado de iluminación, profundamente postergado sobre cada página, llenándome de lucidez y superioridad sobre los demás seres que a mi alrededor se afanaban en la biblioteca estudiando sus infumables lecciones valederas para oposiciones del Estado, he sufrido lo que aquí vengo relatando. No más me ha bastado levantar el bulla del asiento y darme de bruces con la realidad para salir súbitamente de la burbuja mística en la que me había sumergido. Ésta, como tal burbuja, ha pegado un explotio imperceptible para mis acompañantes, pero mortífero para mis oídos y mi alma. Imposible de aplicar, sencillamente. Éste, hablaba de LA MUERTE, así, con mayúsculas. Y qué manera de hablar de ella. Qué conocimiento. Qué valentía y qué lúcido. ¡Qué jodidamente seguro de sí mismo! Hablaba de Diógenes, digno de admiración, gran filósofo que filosofaba con su actitud ante la vida:
Un día un hombre le hizo entrar en una casa ricamente amueblada y le dijo: “Sobre todo no escupas en el suelo”. Diógenes, que tenía ganas de escupir, le lanzó el lapo a la cara, gritándole que era el único sitio sucio que había encontrado para hacerlo.
Toma ahí, o:
Diógenes fue hecho prisionero y vendido. El heraldo le preguntó qué sabía hacer: “Mandar”. Y gritó al heraldo: “Pregunta quien quiere comprar un amo”.
O esto otro que decía:
“Plugiere al cielo que bastase también frotarse el vientre para no tener ya hambre”. (Diógenes masturbándose en la plaza pública”).
Sencillamente genial.
Por último lo que sigue, quedándose el tío tan pancho:
En los juegos olímpicos, habiendo proclamada el heraldo: “Dioxiopo ha vencido a los hombres”. Diógenes respondió: “Solo ha vencido a esclavos, los hombres son asunto mío”.
Una naturaleza nietzcheniana en toda regla del prototipo de superhombre. Y yo me pregunto: Amigo mío, ¿de verdad piensas que si hago eso o ese tipo de cosas, lo que en mi pueblo se llama hacer lo que te salga de los cojones y marcarte por ende la chulería; si hago eso, digo, seré libre, un hombre superior, y no un borrego? ¿Seré realmente digno de ser admirado por los dioses, amado? ¿Será mi muerte más digna si vivo con ese aura de hombre que se ha realizado en todo su ser, que ha hecho lo que pensaba en cada momento, sin atender al aprendizaje, a sus dogmas y reglas, a las normas de la buena educación, del autolimitarse por no llamar la atención… de veras lo piensas, gran hombre, que me has hecho disfrutar de una gran tarde, asintiendo con cada disertación que me ofrecías¿ ¿sería así?
Es verdad eso que dices de que el ser es mudo y el espíritu charlatán, que es a lo que llamamos conocer. Cierto es, somos todos unos charlatanes, nos gusta hablar hasta por los codos. Hasta la extenuación.
Me quedo con una de tus frases: «El Universo no se discute, se expresa». Con esto me has convencido. Voy a dejar de escuchar, de leer a tanto maestro, a tanto sesudo, y voy a quedarme a contemplar el espectáculo de la existencia. Las palabras, para qué. Mentirosas compulsivas, tú mismo lo dices:
Si por azar o por milagro, las palabras se volatilizasen nos sumergiríamos en una angustia y un alelamiento intolerables. Tal súbito mutismo nos expondría al más cruel suplicio. Es el uso del concepto el que nos hace dueños de nuestros temores. Decimos: la Muerte, y esta abstracción nos dispensa de experimentar su infinitud y su horror. Bautizando las cosas y los sucesos eludimos lo Inexplicable. La actividad del espíritu es un saludable trampear, un ejercicio de escamoteo; nos permite circular por una realidad dulcificada, confortable e inexacta. Aprender a manejar los conceptos –desaprender a mirar las cosas…-.