-Africano-
- Finales de los setenta y todo los ochenta, diría que fue su época de esplendor. Había mucho ambiente, con bares maravillosos y aquella discoteca, "El Piper´s" se llamaba, grande y hermosa. Luego, ya entrado los noventa, y ya más decadente, quedo como lugar de reunión de putas y travestis. Los veías allí metiéndose Popper y yéndose, muchachitos jóvenes, con vejestorios sucios y depravados. Con tal de meterla en un agujero se iban con cualquiera. Luego los echaban a patadas de los hoteles o se iban sin pagar... Pero tuvo un gran momento, como todo, ya se sabe...
Es por aquella época, te digo, cuando yo viajaba a Torremolinos con La Marquesa, una señora de cuarenta y tantos. Era doncella de compañía, de alto standing. Trabajaba en el Hotel Ritz en Madrid, y te estoy hablando de los setenta. La hija de puta era toda una profesional. Con su verborrea y su atractivo se llevaba al lego a constructores, ejecutivos... incluso estuvo casada con un diputado. El pobre al tiempo se echó al alcohol y se suicidó, pero esa es otra historia. El caso es que esta, la Marquesa, se quedó prendada de mi y de mis veinte añitos. Por aquella época yo estaba fascinado por Ibiza. Había estado allí dos meses viviendo, me mantenía vendiendo collares y pendientes, en el paseo marítimo, sobre una manta. Así que tuve que volver. Pero la Marquesa, al oir mi historia, quiso ponerme allí una casa, en Ibiza, para que yo pintase mis cuadritos y etc. Mientras, ella vendría ciertas temporadas a visitarme. Por supuesto, me negué. La muy puerca estaba chalada. Pero sabía lo que hacía. La última noche que pasé con ella, al entrar en la habitación del hotel, me encontré con toda la cama llena de petalos de rosa, una botella de Moet Candon, y su enorme cuerpo cubierto por un picardía negro que le transparentaba los pezones. ¡Transparencias! La vieja era un poco fea, pero lo suplía con grandes dosis de elegancia. Te ganaba con su cerebro, no había manera de aburrirse con ella, y si intuía que podía ocurrir, sabía cuál era el momento adecuado para esfumarse. El problema fue que empezó a darme miedo. La tipa venía desde Madrid y de pronto aparecía en la barra de la discoteca donde yo pinchaba. Y allí se tiraba las noches, mirándome, bebiendo y esperando. Un día, mientras la cabalgaba, me dijo que quería tener un hijo mío. Automáticamente me detuve. Decía que quería mi inteligencia artística y no sé que mierdas más. Más tarde empezaron los ataques de celos públicos. Las muchachitas se acercaban a pedirme canciones y a charlar conmigo, yo era el Dj, ya se sabe. Y una noche montó un escándalo. Me abofeteó, totalmente alcoholizada, y claro está, para aquel titán de mujer, con aquel cuerpo deslumbrante, recio, potente como el de una Sofia Loren trasnochada, yo no era rival. Me machacó y me dejó en la puerta de la disco echando litros de sangre por la nariz. No volví a verla más. Pero qué elegancia tenía, hasta repartiendo era capaz de mantener su porte aristocrático. ¡Qué mujer!
- Y tú? No tuviste tus escarceos?
- Claro que los tuve. Yo trabajaba en el Bingo por entonces. Ganaba, ya te digo si ganaba. Las propinas eran de dos mil, tres mil, cinco mil pesetas. Luego estaban los beneficios sobrantes por cartón. Hasta veinte iban para Hacienda y el resto lo repartíamos entre todos los empleados. Luego estaban los borrachos, que no se enteraban de nada. Yo iba mirando por encima de sus hombros, y cuando veía que les iba a tocar, mucho antes de que ocurriese (porque yo era muy buena con los números) me acercaba y se los retiraba con la excusa de que se los iba a cobrar. Y era entonces cuando les deba el cambiazo y le pasaba el cartón a él, cuando venia a verme, para que me cantara el Bingo. Eran grandes años. Una tarde fuimos a acompañar a unos amigos a un concesionario. Nos los encontramos tirados en mitad de la carretera, se habían quedado sin gasolina. Allí, este, vio un mitsubishi Colt, un deportivo precioso que acababa de salir. Al día siguiente le di las llaves y se quedó blanco, como el color del coche.
- Si, eso es cierto, ganaba bastante...
- Pues eso, me eché un noviete. Era director de la Seguridad Social, un hombre muy competente, de Sevilla. Venía todos los días a recogerme a la puerta del Bingo a las dos de la mañana. El pobre se tiraba desde las 9 que salía de trabajar hasta las 2 despierto, solo para ir a buscarme. Me quería, eso era seguro. El caso es que este cabrón, después de cinco o seis meses sin hacerme caso, empezó a ir a verme. Hasta que una noche me lo dijo: "Qué haces con ese gilipollas? Haz lo que quieras, si quieres vete con ese aburrido enchaquetado. Si te vienes conmigo vas a tener una vida interesante y llena de sorpresas... a este cantamañanas le vas a tener que limpiar los calzoncillos hasta que se muera..." Al final salí a la puerta, y allí estaba el otro pobre, esperándome en su coche, y se lo dije... "me voy con él".
-¡El muy cabrón se había echado una navaja en el bolsillo! Se había coscado de que yo iba a verla y por mis pintas pensaba que era un matón o algo así. Me lo dijo ella. Se la echaba todos los días al bolsillo por si acaso... ¡Cobarde! Jajaja. Visto está. Al final yo me llevé a la chica, y hasta hoy. En fín, Mami, ve echándonos los últimos chupitos que mañana tenemos que abrir temprano...
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