Discrepo cuando se tiende a asociar derecha (como opción política) y fascismo. Ciertamente ha habido, sigue habiendo y siempre habrá grandes fascistas a un lado y otro del hemiciclo pero en este país se suele relacionar a los facinerosos con el ala diestra olvidando que en la siniestra se han sentado muchos de los más grandes fachas del planeta. Sin ir más lejos, nuestro Presidente del Gobierno, esconde a un fascista en potencia tras la máscara (ajada ya) de la complaciente sonrisa y el talante. Son numerosos los ejemplos de esto que digo en el panorama político internacional, principalmente latinoamericano, sin olvidarnos de que China o Rusia, las más vastas extensiones fascistas, la Alemania nazi y Adolfo, el fascista por antonomasia, eran de izquierdas.
Decididamente discrepo cuando se identifica a la Iglesia con la represión y los abusos. Todos los días paso por la parroquia de mi barrio a la hora de la entrada y la salida del colegio. Veo padres que llevan tranquilamente a sus niños allí a estudiar por la mañana temprano y veo salir a los críos alegremente a la hora de comer. Los niños salen riendo y jugando. No parecen ser víctimas de ningún mal trato. No digo que esto no pase. Telecinco siempre tiene un caso. Pero estoy seguro de que por cada niño que haya sido objeto de abuso en el seno de la Iglesia, miles han sido bien tratados y educados, y por cada cura sinvergüenza se pueden encontrar cien hombres honestos, honrados y buenos al servicio de Dios. Junto a los padres con los niños, todos los días se acercan a la parroquia parados e inmigrantes que reciben ropa y comida. En el comedor de San Juan de Dios preparan a diario el almuerzo para los yonkis y desgraciados a los que el resto de la sociedad ignora, en el mejor de los casos. Y a pesar de Cáritas, las misiones, los voluntarios, los miles de frentes que la Iglesia tiene abiertos en los países desfavorecidos se la sigue asociando a la Inquisición y las cruzadas.
Desconozco el número de indígenas que cayeron a manos de los españoles tras el descubrimiento de América e ignoro el oro que nuestros compatriotas se llevaron. Lo que sé es que aquí por entonces se pasaba más hambre que un grillo en una lata y del genocidio y el expolio el pueblo español poco supo o nada. Espero que los bastardos que lo llevaron a cabo sigan ardiendo en el infierno, pero discrepo encarecidamente cuando se identifica a España con el vapuleo de Hispanoamérica. Aquí, como en casi todos lados, hemos sido invadidos y conquistados unas cuantas veces y nunca he oído quejarse al español de a pie de las vidas que se cobró Roma o del trigo que se llevaron. Muy al contrario aprendimos su idioma, acatamos sus leyes y agachamos la cabeza como le toca hacer a un pueblo cuando está en el punto de mira de una nación más poderosa, a excepción de la muy honorable y desaparecida Numancia.
Normalmente discrepo cuando se tacha a la juventud de perezosa, holgazana, corrompida o pervertida. Cualquiera con veintitantos se considera ya lo suficientemente maduro y en posición de criticar a los chavales, sus aficiones, sus gustos, y todo lo que tenga que ver con ellos. Dicen que los jóvenes no quieren trabajar, ni estudiar pero ninguna generación anterior ha estudiado tanto y pocos han sido los que hasta ahora han llevado adelante estudios y trabajo al mismo tiempo. Dicen que ellos en sus tiempos luchaban por algo, tenían principios. Efectivamente ellos se reunieron todos en sus hogares respectivos para ver como el dictador agonizaba en blanco y negro y respiraron aliviados al unísono cuando por fin murió. Lo que más les molesta a esta gente es ver a los jóvenes divertirse. Si ven a un chaval por la calle cantando o bailando y riendo es porque se habrá drogado. Si es un grupo a saber qué clase de orgía están tramando. Y si lo que se encuentran es un botellón entonces este acontecimiento toma en el cerebro arrugado del cuarentón dimensiones apocalípticas que hacen comparable el evento a una versión posmoderna de Sodoma y Gomorra.
Discrepo con todas mis fuerzas con los que al cruzarse con alguien que les pide una moneda mienten descaradamente diciendo no tener nada suelto y después cuando el peligro ha pasado y el mendigo se aleja te sueltan el rollo ese de que hagan algo, que trabajen, como si el yonki o el rumano tuvieran otra alternativa a poner la mano. Si el joven de buena familia con carrera, idiomas y posgrado no encuentra trabajo, qué trabajo va a encontrar alguien que echa peste y al que le faltan varios dientes. Si no dicen, que se vayan a su país, como si esa gente tuviera algún sitio a donde ir.
Siempre discrepo con los entendidos del arte para los que cualquier obra que no dice casi nada es muy sugerente, o algo repulsivo y asqueroso es transgresor, o califican como subversivo lo que es simplemente intolerable.
Cuando el tipo de ciudad llama paleto al de campo, como si las gentes de pueblo fueran rudos incultos o huraños discrepo por la parte que me toca y pienso que hay más sabiduría y saber estar en uno de los ancianos de mi pueblo que en toda la ciudad de Nueva York.
Discrepo cuando la típica feminista hace el típico comentario de lo absurdo que le parece ver a once tíos en calzones corriendo tras una pelota, porque el fútbol es el mayor espectáculo del mundo, además de un deporte fantástico.
Discrepo con los anarcas que critican el sistema y con los burgueses que lo defienden. Con los que defienden las tecnologías como el futuro que son, con los que creen que la ciencia lo sabe todo, con los pedantes que hablan como si fueran ellos quienes todo lo saben, con los que no opinan y los que no dejan que opine nadie, con los abstemios y los vegetarianos, con los que defienden la pena de muerte, y los que la merecen. Ciertamente Discrepo.
Yo con el tercer párrafo discrepo.
ResponderEliminarAl igual.
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