Tejada F.-
Una tarde de primavera encontré un artículo de varias páginas sobre la convención demócrata que proclamaba a Kerry como candidato a las elecciones. Los americanos son muy aficionados a realizar un show de casi cualquier cosa, en eso como en otras tantas son los mejores. Ese acto se desarrolló durante varias jornadas en las que diferentes pesos pesados del partido y simpatizantes aportaban discursos o conciertos o simplemente su presencia. En esa ocasión Robert de Niro o Bruce Springsteen aparecieron para dar su apoyo al pusilánime candidato. Todo valía para intentar que el texano W Bush no repitiera legislatura. Pero en esas tribunas no se iniciaba un cambio real, Kerry era una mala opción solo aupado por su fuerte apoyo económico y ser capaz de juntar sujeto y predicado sin trabarse (mucho más de lo que podía hacer el propio Bush). El caso es que en las gradas vips del estadio de Boston se encontraba Hilary Clinton, la calculadora política que había aguantado más de lo que la razón aconseja esperando su oportunidad, la que soñaba con llegar al poder desde que entró en la Casa Blanca junto a su simpático esposo soportando la humillación de manera estoica, ganándose el respeto de mucha gente tras el escándalo Lewinsky.
También estaba Al Gore dedicado a predicar la llegada del fin del mundo, con la eterna mirada del que le han robado la cartera a lo bestia y encima debe sonreír. Cerca de ellos y abriendo el acto un joven negro, elegante y sobrado subió a la tribuna de oradores para en poco menos de media hora paralizar la convención y enamorar a todo el que lo escuchaba. No fue espontáneo, nada lo era en ese brillante orador. Era el discurso de su vida y lo sabía. El tal Obama apeló a la unidad con una musicalidad al hablar que convertía sus oraciones en hachazos al alma. Al acabarlo, con todo el estadio en pie, muchos de los presentes entendieron que era el futuro del partido y que sería presidente. Pero para eso todavía quedaba mucho.
Bush ganó la reelección apelando a los resortes del gran motor del siglo XXI: el miedo. Los siguientes cuatro años se centraron casi desde el principio en ver quiénes serían los nuevos candidatos, el show debía continuar.
Barack Obama y sus colaboradores planificaron al milímetro una hoja de ruta que los llevaría a la gloria. Mientras tanto Hilary hacía lo propio y preparaba por fin su asalto a la Casa Blanca, pero esta vez su intención era trabajar en el despacho oval y no tomando el té con las esposas de los mandatarios invitados.
A miles de kilómetros de distancia entre olor a gambas, guantes pestosos y cafés de polígono y retrete, Casado y yo devorábamos lo que llegaba de esos movimientos, Obama se convirtió en un referente interesante. Encima el tipo tenía una historia de vida dura, de ancestros africanos y un halo de misterio que nos la ponía pina cada dia. “Otro café señor durani, por favor”.
Las primarias llegaron y el duelo entre el mago de los discursos y la firme y solvente Hilary nos llenó de emoción -o al menos de entretenimiento- aprendí como funcionan los Caucus y donde estaba Ohaio.
Cuando hasta mi mastín sabía quién era Obama reconozco que perdí ese cosquilleo de seguir algo con la sensación de que es especial, que todavía no está contaminado, que la pan-mierda no ha llegado. Pero llegó, hasta Ana Rosa Quintana hacía referencia al Yes We Can y entonces todo se acabó. Fue como ir despertando poco a poco de una anestesia. Obama ganó y cada paso dado era una palangana de realidad áspera comentada por Jorge Javier Vázquez y rematada por los tertulianos de todo a cien que pululan por las teles. Me fui bajando de ese tren poco a poco, cuando ya no cabía más gente supe que era el momento de apearse.
Me sentí como ese pescador que va en su barquita y consigue atrapar la pieza de su vida y después al tenerla entre sus manos se da cuenta que pescar la trucha se la suda profundamente, lo que quiere es buscarla, imaginando como será y sobre todo lo increíblemente hermosa que podría llegar a ser. Si la encuentro de nuevo lo primero que haré será llamar a Casado mientras preparo café.
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