-Rubén C.M-
Yo no soy de esos que se ponen piercings en la polla o en el culo. Soy más bien normal, tirando a bueno, aunque circunstancias de la vida me pongan en situaciones en las que tenga que arrear una galleta o robarle la cartera a un muerto. De pequeño leía bastante, sobre todo novelitas de aventuras y policiacas, fascículos por entregas y algún que otro relato de vaqueros de Marcial Lafuente Estefania. Yo no quería ser policía pero al mismo tiempo quería dedicarme a la investigación. No soportaba la idea de ir vestido como un macaco, silbato en ristre, Rayban y porra al cinto. Lo mío era más de gabardina y puro, de lupa y Browning. Cuando monté mi despacho, hará cosa de 10 años, puse en la cristalera de la puerta en caracteres sobrios mi nombre y apellidos y mi categoría oficial. Unos chavales que bajaban corriendo las escaleras del edificio hicieron una parada para descojonarse vivos ante mi puerta y mis narices. Los eché a patadas y a la puta de su madre. Pero me dolió, joder. Todo cuanto he emprendido en mi vida lo he hecho con toda la seriedad del mundo. No era una coña, lo de ser detective. Era un trabajo, como cualquier otro. El teatrillo era necesario. No concebía mi vida sin teatro.
Ahh, en mi puerta podía leerse lo siguiente:
J E N A R O P A D O R N O
Detective Privado
Y en consecuencia actuaba. No llevaba pipa. No me dejaban. Por lo visto había que ser un asesino a sueldo o un simple hombre de campo para que te dieran la licencia. Era de locos. Podías ver los fines de semana ordas de deficientes mentales cargados con sus chuchos y sus armas dirección a la sierra, sin que nadie se preocupase al pasar si semejantes sujetos tenían lo suficiente para hacerse cargo de una máquina de matar. Sin embargo a mí, empleado del misterio, se me denegó el permiso so-pretexto de padecer un cuadro crónico de depresión e indicios de personalidad bipolar. Alegué que ello se debía a que me preguntaba por el sentido de las cosas y por ello sufría. Había neanthertales vagando por el mundo que ni siquiera sabían que las aceitunas rellenas de pimiento morrón no crecían en el campo.
Aún así me las apañaba. Me estudié a conciencia el listado reglado de armas prohibidas habidas y por haber y di con mi Tizona: Picha de Toro. Se trataba de un artilugio metálico que se plegaba y extendía a placer, cuyo encadenado flexible permitía batirla con facilidad y eficacia. El impacto de una Picha de Toro picaba como medio millón de pellizcos chicos. He visto a hombres duros berrear como nenas ante el simple roce de su material mágico.
A parte de eso, corría al desnudo por la ciudad. No tenía especial intención de quedarme sobre la tierra por mucho tiempo, cosa que iba en detrimento de la suerte de mis enemigos.
Yo tenía unos principios bien asentados en esto de la vida. Vivía al momento, no dejaba que el siguiente minuto robase protagonismo e importancia a su precedente.
Como todos los días, lo primero, era ir a comprar el pan.
Ahh, en mi puerta podía leerse lo siguiente:
J E N A R O P A D O R N O
Detective Privado
Y en consecuencia actuaba. No llevaba pipa. No me dejaban. Por lo visto había que ser un asesino a sueldo o un simple hombre de campo para que te dieran la licencia. Era de locos. Podías ver los fines de semana ordas de deficientes mentales cargados con sus chuchos y sus armas dirección a la sierra, sin que nadie se preocupase al pasar si semejantes sujetos tenían lo suficiente para hacerse cargo de una máquina de matar. Sin embargo a mí, empleado del misterio, se me denegó el permiso so-pretexto de padecer un cuadro crónico de depresión e indicios de personalidad bipolar. Alegué que ello se debía a que me preguntaba por el sentido de las cosas y por ello sufría. Había neanthertales vagando por el mundo que ni siquiera sabían que las aceitunas rellenas de pimiento morrón no crecían en el campo.
Aún así me las apañaba. Me estudié a conciencia el listado reglado de armas prohibidas habidas y por haber y di con mi Tizona: Picha de Toro. Se trataba de un artilugio metálico que se plegaba y extendía a placer, cuyo encadenado flexible permitía batirla con facilidad y eficacia. El impacto de una Picha de Toro picaba como medio millón de pellizcos chicos. He visto a hombres duros berrear como nenas ante el simple roce de su material mágico.
A parte de eso, corría al desnudo por la ciudad. No tenía especial intención de quedarme sobre la tierra por mucho tiempo, cosa que iba en detrimento de la suerte de mis enemigos.
Yo tenía unos principios bien asentados en esto de la vida. Vivía al momento, no dejaba que el siguiente minuto robase protagonismo e importancia a su precedente.
Como todos los días, lo primero, era ir a comprar el pan.
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