Llegué a mi despacho y me senté a esperar.
Era cuestión de horas. Abrí el libro por donde lo llevaba marcado y a la segunda página me dormí.
El telefono comenzó a sonar. Pegué un respingo y me puse al aparato.
- Mande.
- ¿Jenaro Padorno?
- Si.
- ¿Qué busca?
- Lo que todo el mundo, me imagino.
- Sea más concreto.
- Justicia, amor, una señal.
- ¿Dinero?
- Eso forma parte del estanco Amor.
- Voy darle una señal. Siga su camino.
- ¿Y cúal es ese camino?
- Cualquiera en el que no se encuentre con nosotros.
- Para que ocurra eso nunca nos tendriamos que haber encontrado. Y fíjese, charlamos como dos buenos amigos.
- Hay una cosa que no entiendo. Busca un anillo. Una baratija sin ningún valor. ¿Por qué se juega la vida de esa manera? ¿Cuanto le va a salir la broma?
-Son datos confidenciales.
- Creo que aún no ha entendido.
- Parece que el que no entiende es usted. Se ha tomado la molestia de llamar a mi despacho para ofrecerme dinero y amenazarme si no lo acepto. Demasiados esfuerzos por una baratija.
- Simplemente no nos gusta que anden preguntando por personas equivocadas. Déjelo, no merece la pena.
- Hablemos claro. No estamos hablando de una baratija. Aquí entran en juego sentimientos. Hay algo en todo esto que no cuadra.
- Y según usted que es lo que no cuadra.
- El Lucho roba un anillo. Anillo que va a parar, misteriosamente, al dedo de su mujer. No creo que un anillo, y menos una baratija, sea algo que cualquier empleaducho del tres al cuarto vaya regalando por ahí a las señoras de los mayores traficantes de la ciudad. Es un encargo. Un encargo con visos de revancha. Por algún motivo su mujer lo quería. El resto tiene que contármelo usted...
- Tienes pelotas, amigo. No vas descaminado. Voy a desmontar tu misterio y te lo voy a poner en bandeja. No hay necesidad de secretos. Ese anillo era de la madre de mi mujer, su nombre está inscrito en él. La lotera es su tia. Ese anillo significaba mucho para ella y esa lisiada se lo robó del mismísimo dedo muerto al cadáver. Querías Justicia. Bien. Ya está todo solucionado. -Me había trincado por las pelotas. La verdad, no esperaba que lo vomitase todo así, sin baselina. Me había jodido el invento-.
-¿Sigue usted ahí?
-Si, si.
-Y bien.
-Pues mira tú, que sí, que quieres que te diga. Salude a su señora de mi parte, y que siento las molestias.
-Todo aclarado.
-Bueno, solo me gustaría que me hiciese un favor. Soy muy meticuloso en mis investigaciones. Me gustaría comprobar in situ si la pieza de la que estamos hablando es la sustraida. En fin, ya sabe donde vivo, mi telefono, mi nombre, nada le impide venir a por mi y cortarme a cachitos. Sería muy amable si pudiese prestarme el anillo.
-¿Qué dice? ¿Me habla en serio?
-Nadie va a perder nada y a mi me haría un gran favor. Mire, de esa manera me quitaré definitivamente de su camino. De lo contrario me convertiré en un doloroso grano en el culo, y no se lo tome a mal. Soy perseverante y no suelo dejar las cosas a medias. Con esto solo digo que no merece la pena complicarse la vida por una idiotez. Solo envíeme a alguien con el anillo, comprobar la inscripción de la que me habla y listo.
-Me cae bien usted, parece no enterarse mucho de lo serio que puede llegar a ser esto, pero sus cojones me han conmovido. Esta tarde le enviaré a alguien. Un placer y deje de meterse en lios.
-No sabe cuanto se lo agradezco.
El problema que tenía delante no era moco de pavo. ¿Quien era el malo de la película? El Kilo, con su expediente manchado de sangre, había hecho justicia. Y además me caía bien, coño. La lotera era una rata repugnante, pero pagaba a tocateja. Tenía que buscar la manera de ponerlo todo en claro antes de que me quedase sin un puto duro.
Me levanté y fui a la repisa en busca de las cosas de liar.
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