Los últimos días de otoño apenas quedan hojas en las copas de los árboles y estas lluvias han limpiado un poco la atmósfera siempre sucia de las ciudades. Los campos están radiantes y plenos de valor y determinación para afrontar el invierno. Yo también.
Es tiempo de buenos propósitos, de hacer proyectos; de anidar pájaros en la cabeza y edificar castillos en el aire, que como alguien dijo alguna vez, es donde han de estar los castillos, suspendidos en el aire como levitando, para poder poner los cimientos debajo.
Esto me recuerda que de niño yo quería ser arquitecto. Bueno, en realidad creo que era mi madre la que quería que lo fuera, pero a mi me parecía buena idea, porque había hecho algunos dibujos de estampas de futbolistas y de Goku y los demás personajes de bola de dragón, y prometían.
Luego mis profesores de ciencias en el instituto acabaron con todo el posible interés que yo pudiera tener por la física y la química, la tecnología y las matemáticas, dando así al traste con la labor que D. Antonio había llevado a cabo en el colegio, sacándole el máximo partido a nuestro cerebro a base de infinitos ejercicios y problemas numéricos.
Mi afición por la pintura no se desvaneció; algunos grafitis adolescentes aun dan buena cuenta de ello. En cambio sí desapareció la facilidad con la que la practicaba de niño, y aun la estoy buscando.
Encaucé aquel interés aplicándome en Historia del Arte, pero gran parte de mi atención ya estaba dirigida hacia otra disciplina artística.
Por entonces ya habían caído en mis manos algunos ejemplares que cambiarían por completo el curso de los acontecimientos, y de cuyo impacto, años después, aun no me he recuperado.
Fue el caso de Dorian Gray, que me presentó misteriosamente una amiga una tarde en forma de edición antigua.
Aun no estoy en condiciones de describir la impresión que causó en mí ese libro; como tampoco puedo cuantificar el alcance de Rojo y Negro o el Paraíso Perdido sobre mi conciencia.
Como digo, aquellos libros aun siguen actuando sobre mí, y si algún día llega a agotarse esa poderosa influencia, sólo comparable a la causada por las primeras escuchas de los discos de los Héroes del Silencio y los pioneros del hip-hop que sonaban en el rimadero, si cesara algún día esa atracción, entonces podría entrar a valorar sus consecuencias, pero por ahora, como digo, sigo bajo sus efectos.
Estos han sido los maestros que me han instruido en mi particular carrera de arquitecto, constructor de castillos que no trabaja la piedra sino los sueños.
Oh! Qué hermosura! Tu texto me ha gustao desde el principio Fran, pero el final me ha dejao en las nubes. Gracias por la sensación, que hoy tuvimos tormenta por aquí y estaba tristona. Besos.
ResponderEliminarInma.
Siempre entrañable tu serie de cuentos de otoño fabyo. Gracias co-editor por ser tan puntual en el trabajo.
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