Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







domingo, 19 de diciembre de 2010

Cuentos de otoño

Las hojas de los árboles habían empezado a caer.
El otoño había llegado a la ciudad sin hacer ruido.
Las terrazas de los bares estaban vacías y en la calle no había nadie.

La casa estaba en silencio.
La noche había caído y con ella una fina lluvia y el frío que bajaba de la montaña.
Era tiempo de estar en familia alrededor de un fuego y contar historias de miedo.
Pero la familia estaba lejos; lo más parecido a un fuego que tenía era aquel brasero
y la televisión contaba las historias de miedo.
De pronto se escuchó un ruido en el pasillo. La puerta de la calle se cerró.
Unos pasos se arrastraron hasta el salón y se encendió la luz.

- ¿qué haces?
- Viendo la tele
- ¿qué ves?
- Informe Semanal
- ¿no hay otro programa más viejo?
- De hecho, no.

Se echó en el sofá, recostada hacia atrás, y cerró los ojos.
Entonces él dejó de mirar la tele para mirarla a ella.
Tenía los ojos preciosos incluso cerrados. Sus pestañas eran grandes y negras igual que sus cejas.
Tenia el rostro más hermosos que jamás había mirado y contemplándola concibió un no menos hermoso pensamiento: era un afortunado.
Era la muchacha más linda del mundo y ahora mismo podría estar en cualquier otra parte del planeta, pero ella estaba ahí, echada en el sofá con los ojos cerrados mientras él la miraba.

Agarró el mando a distancia y le bajó un poco de voz a la tele.
Trataba de imaginar lo que ella estaría pensando.
Ha sido un día duro para ella, pensó, todo el día en clase.
En cambio yo no he hecho nada en todo el día. Ni si quiera la cama.
Pensó que tal vez eso era lo que ella pensaba. Que había estado todo el día fuera de casa y al llegar se la había encontrado hecha un asco.
Mañana limpiaré toda la casa, se dijo.
Y siguió mirándola, completamente absorto.

En sus rasgos, en sus pequeñas orejitas, en sus sonrosados pómulos, en la comisura de sus labios, en su pelo...
y en ese instante fue consciente de que era el hombre más feliz del universo
y tendría que estar por ello agradecido.

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