Hablar de un libro de Henry Miller es como hablar de uno de Celine, de Bukowski o de Blaise Cendrars. La trama no existe. Y si la hay, no se puede contar. Para saber de que va, uno tiene que ponerse a leerlo en presente continuo. Porque en Sexus, igual que sucede en sus Trópicos, Miller relata lo que vive, lo que piensa y lo que imagina al son de su propia respiración. Aún tomando la palabra el yo narrador, que rememora épocas pasadas, la sensación constante es la de una radical actualidad vital. En Sexus están todos los ingredientes y todos los tópicos que referencian a Miller: deliciosas descripciones erótico-pornográficas, largas parrafadas poético-surrealistas, interesantes reflexiones sobre arte o el propio hecho de escribir, personajes delirantes que no escapan nunca a su despiadada crítica ni a su fina ironía… todo ello con el Nueva York de los años 20 o 30 (no lo especifica) como telón de fondo.
Su inigualable sinceridad y descacharrante humor recuerdan al mejor Bukoswki, gran bebedor de la obra de Miller aunque no dudase en darle cera cada vez que tenía ocasión.
Y aquí paro, puesto que ante un libro como este uno puede acabar diciendo grandes gilipolleces que no vienen a cuento. Qué mejor que una selección de reflexiones propias del autor para definir su filosofía a la hora de abordar el mundo y la escritura:
Escribir –medité- debe ser un acto desprovisto de voluntad. La palabra, como la corriente profunda del océano, debe emerger por su propio impulso. Un niño no necesita escribir, es inocente. Un hombre escribe para expulsar todo el veneno que ha acumulado a acusa de su forma de vida falsa. Trata de recuperar su inocencia, y, sin embargo, lo único que consigue (escribiendo) es inocular el mundo con el virus de su desilusión…
Tenía muy claro que no quería llegar a ser el artista, en el sentido de convertirme en algo extraño, algo separado y excluido de la corriente de la vida. Lo mejor de escribir no es la tarea en sí de colocar palabra tras palabra, ladrillo sobre ladrillo, sino los preliminares, la labor preparatoria, que se hace en silencio, en cualquier circunstancia, en sueños igual que en vela: en resumen, el período de gestación…
Ningún hombre consigna nunca lo que se proponía decir; la creación original, que no cesa en ningún momento, tanto si escribimos como si no, pertenece al flujo primario: no tiene dimensiones, ni forma, no componente temporal. En ese estado preliminar, que es la creación y no el nacimiento, lo que desaparece no sufre destrucción; algo que ya existía, algo imperecedero, como la memoria o la materia o Dios acuda a la llamada y nos arrojamos a ello como una ramita a un torrente. Las palabras, las oraciones, las ideas, por sutiles o ingeniosas que sean, los vuelos más disparatados de la poesía, los sueños más profundos, las visiones más alucinantes, no son sino toscos jeroglíficos cincelados con dolor y pena para conmemorar un acontecimiento intransferible. En un mundo ordenado de forma inteligente no habría necesidad de hacer el irracional intento de consignar semejantes milagros. En realidad, carecería de sentido, porque, si los hombres se pararan a pensarlo ¿quién iba a contentarse con la imitación, cuando lo real estuviese a disposición de cualquiera? ¿Quién iba a desear escuchar a Beethoven, por ejemplo, cuando pudiese experimentar personalmente las extáticas armonías que Beethoven luchó desesperadamente por registrar? De lograr algo, una gran obra de arte sirve para recordarnos o, mejor dicho, para inducirnos a soñar todo lo fluido e intangible: es decir, el universo.
Todos los libros de Henry Miller, incluyendo la trilogía Sexus, Plexus, Nexus, en PDF en: http://www.literaturapsicoactiva.com/2015/05/henry-miller.html
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