Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







jueves, 9 de febrero de 2012

RESTAURANTE DEL POMPIDOU-GIN.DEMIERDA-TE QUIERO, AMOR

-Africano-

Una chica espigada y huesuda, de pelo corto, con un vestidito rayando el código penal, nos detuvo en la entrada. Clara se entendió con ella. Me sentía como un bebé intentando descifrar una conversación de mayores. Quería saber si íbamos a cenar o simplemente tomar algo. Drink, dijo Clara. Un nene limpio y bien peinado nos condujo al fondo de la terraza, al otro extremo de la barandilla; lugar desde el cual podía divisarse la impresionante panorámica de Paris. Clara intentó que nos diesen mejor mesa. El guaperas se negó, solo cena. El resto de camareros preparaba las mesas contiguas con manteles, platos, cubiertos y velitas para la noche. Junto a nosotros, se levantaba una especie de fuente ultramoderna con una enorme estructura esférica en su centro. Había visto plazas de pueblo con más gracia. El chico nos preguntó qué íbamos a tomar. Gin-tonic, dos. Giró su lindo culito ciento ochenta grados y desapareció dentro del local. Mientras esperábamos, me dediqué a observar la clientela. Después de unos minutos, la terraza comenzó a dividirse en dos colores claramente diferenciables. Junto a la barandilla, un grupo de señoras sacadas de la revista Vanity Fair cacareaba frente a sus inguinales copas de Martini, mientras tres jóvenes vestidos de rigurosa etiqueta bebían sus combinados con elegantes ademanes. Junto a la esfera cilíndrica, una amable familia de turistas y una pareja de alemanes informalmente vestidos bebían Coca-colas y cervezas salpicadas por el agua estancada de la fuente. Los muy hijosdemalamadre nos habían divido en clases sociales como en el jodido siglo XVIII. Empecé a mirar nerviosamente por encima de mi hombro y a ambos extremos.
—¿Qué haces? ¿Qué buscas?
—Al puñetero Tercer Estado.
—¿No te das cuenta?
—¿Qué hablas?
—¿Qué?
—Nos han arrinconado aquí como si fuésemos leprosos. Mira a tu alrededor. —Clara hizo una batida—.
—No me lo puedo creer, cuanta razón tenía Sieyès.
—Como te lo digo.
—Se lo voy a decir.
—Ahórratelo, vámonos de este cagadero.
—Ahí viene con las bebidas.
Clara se lanzó con una larga perorata en esperanto.
—¿Y qué?
—Dice que los de la baranda han reservado para cenar.
—Déjame que le dé una patada en los cojones, verás como confiesa.
—Yo quería junto a la baranda, tiene unas vistas preciosas.
— Nos tendremos que conformar mirando esta ladilla gigante.
Eché mano de mi gin.tonic.
—¿Pero qué…dónde coño están los hielos? —Tres uñas de hielo flotaban a la deriva en la superficie de la copa en avanzado estado de descongelación—Estaríamos mejor en un bar de carretera.
—Me ha encantado el Munch, hemos elegido bien la visita.
—Y a mí, ha sido una pasada.
—¿Quieres que cenemos en la Île de la Cité?
—Por mí bien, ¿qué se ofrece?
—Hay un par de braseries, aquí hablan bastante bien de ellas, tienen buenas críticas. Está junto a una de los puentes del Sena. Además, dice que por las noches hay músicos callejeros tocando jazz frente a las terrazas.
—Te amo, no sé que sería de mí sin ti.
—Estarías flotando en el Sena.
— Qué forma más bella de palmarla.
— Aunque creo que sin mí ni siquiera hubieses podido sacar el billete de avión.
— Me conoces demasiado bien. Hace tres años no pensaba ni viajar a Algeciras y ahora estoy aquí en Paris, contigo. Para mí viajar nunca tuvo demasiada importancia. Cuando fui a Florencia y me contabas todas aquellas historias de pintores, cuadros, museos, catedrales; me sentí como el vecino tullido de Paco Martínez Soria. Has hecho un buen trabajo.
—No me hagas más la pelota, has sido un borde de mierda todo el viaje.
—Lo siento, el ansía me ha podido. Antes, mientras te hacían el masaje, estaba pensando como estaría si hubiese venido solo a Paris.
— ¿Y?
— Que Paris habría acabado conmigo.
— Eres tonto.
— No sabes tú cuanto.




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