PESADILLAS
-Julio Basurco-
En mi memoria permanece una pesadilla que tuve a los cinco o seis años de edad. En ella, me despertaba de madrugada, me asomaba a la ventana de mi habitación y un hombre con un aspecto propio del peor villano de cualquiera de los spaghetti-westerns de Leone me miraba desde la acera de enfrente a la par que sacaba de la bolsa de basura que sostenía una muñeca de trapo. Recuerdo que en mi mentalidad onírica la muñeca simbolizaba el secuestro de una niña, y que la mirada de su raptor me indicaba que se acercaba mi turno, que me fuera preparando.
Después de ver "La noche del cazador" sé que si ha habido un director de cine capaz de poder expresar con imágenes la sensación de angustia, impotencia y miedo infantil que sentí entonces, ese no es otro que Charles Laughton, el orondo actor que dirigió una sola película, distinta a todas las demás, absolutamente única en su especie. Acercarte a esta "pesadilla filmada" buscando realidad o verosimilitud es un error. No existe la mirada adulta, la racional, la analítica, la real. Vemos todo de la misma manera que en los sueños o en los recuerdos infantiles, de manera pasional, exagerando tanto lo que nos aterra como lo que nos trasmite paz, con ojos de niño. Vemos la maldad de un ser humano como si de la de un ogro se tratase. En las pesadillas no hay policías que nos salven del monstruo, aquí tampoco. Un niño solo encuentra refugio en una figura materna, en ese alguien que le proteja de los males del mundo, pues ¿quién no se ha refugiado en la cama de mamá y papá cuando el miedo le visitaba?. Eso es "La noche del cazador", una visita a nuestros miedos más primarios, al miedo a la oscuridad, al hombre del saco, a perdernos. Es un cuento negro de Navidad en el que acabas rezando que por Dios venga un hada madrina que te salve de Robert Mitchum.
-Julio Basurco-
En mi memoria permanece una pesadilla que tuve a los cinco o seis años de edad. En ella, me despertaba de madrugada, me asomaba a la ventana de mi habitación y un hombre con un aspecto propio del peor villano de cualquiera de los spaghetti-westerns de Leone me miraba desde la acera de enfrente a la par que sacaba de la bolsa de basura que sostenía una muñeca de trapo. Recuerdo que en mi mentalidad onírica la muñeca simbolizaba el secuestro de una niña, y que la mirada de su raptor me indicaba que se acercaba mi turno, que me fuera preparando.
Después de ver "La noche del cazador" sé que si ha habido un director de cine capaz de poder expresar con imágenes la sensación de angustia, impotencia y miedo infantil que sentí entonces, ese no es otro que Charles Laughton, el orondo actor que dirigió una sola película, distinta a todas las demás, absolutamente única en su especie. Acercarte a esta "pesadilla filmada" buscando realidad o verosimilitud es un error. No existe la mirada adulta, la racional, la analítica, la real. Vemos todo de la misma manera que en los sueños o en los recuerdos infantiles, de manera pasional, exagerando tanto lo que nos aterra como lo que nos trasmite paz, con ojos de niño. Vemos la maldad de un ser humano como si de la de un ogro se tratase. En las pesadillas no hay policías que nos salven del monstruo, aquí tampoco. Un niño solo encuentra refugio en una figura materna, en ese alguien que le proteja de los males del mundo, pues ¿quién no se ha refugiado en la cama de mamá y papá cuando el miedo le visitaba?. Eso es "La noche del cazador", una visita a nuestros miedos más primarios, al miedo a la oscuridad, al hombre del saco, a perdernos. Es un cuento negro de Navidad en el que acabas rezando que por Dios venga un hada madrina que te salve de Robert Mitchum.
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