-Por lo visto no la quería tocar ni con un palo.
-Pobre.
-Me lo dijo ella misma. Un día vino aquí sola, cosa extraña, y empezó a largar. Debió verme cara de doctor Freud. Decía que cuando dormían juntos, él ponía una almohada en medio de los dos para no sentir el roce de su cuerpo.
-Cristo.
-Yo no sabía si romperme el pecho en su cara u ofrecerle mi hombro. El caso es que lo contaba con una templanza digna de admiración. Lo tenía totalmente asumido, eso, lo de que era repugnante. Josemari -me decía- un día fuimos a la playa. Me desvestí y me tumbé al sol. Se quedó mirándome largo rato. Nunca me había contemplando tan concienzudamente. Al final me lo soltó: "Dios, que blanca y arrugada estás, das asco".
-Mierda, qué le dijiste?
-No dije nada. Era cierto, daba asco. No podía decirle que era bonita, ni que él era un cabrón. Él es una bellísima persona, ya sabes el aprecio que le tenga. Ella sin embargo era una burda gallega, idiota por naturaleza. Fea, insulsa y antipática. Era profesora de primaria, tenía dos casa y un mercedes. Por qué puñetas debía consolarla? La invité a un whisky, no podía hacer más.
-La verdad que Juan Carlos tiene arte. Cuando me dijo que era de la secreta no me lo podía creer, cosa tan dócil. Desde el primer día que lo vi me cayó bien. Un tipo educado y silencioso, un compañero perfecto para tomar copas. Lo echo de menos.
-Recuerdo cuando lo conocí. Me habían robado en el bar y vino a tomar huellas. Un auténtico profesional. Me trató con tanta delicadeza y atención que hizo que me relajase y me olvidase del altercado. Nunca hubiese podido imaginar que aquel laborioso funcionario fuese un fanático coleccionista de brujas. El día que entré en su casa pensé que había penetrado en la casa del terror. Había alrededor de 300 brujas repartidas por toda la estancia. De todos los tamaños, colores y posturas. Un día lo vi plantado delante del escaparate de la tienda. Al rato se me acercó a preguntarme si no tendría uno de esos maniquíes de sobra en el almacén. Le dije que sí y le regalé uno. Pensé que debía necesitarlo para hacer prácticas de tiro o alguna vaina de esas. Cual fue mi sorpresa cuando fui un día a su casa y me encontré al sujeto perfectamente ataviado con una túnica, una escoba de paja y un sombrero puntiagudo. Hasta le había dibujado el descerebrado un lunar en la nariz. Me aseguró, orgulloso, que aquello era la joya de la corona de su colección. Maldito tarado...
-Qué maravilla. Dónde estará ahora?
-Se fue a Zaragoza, aquí estaba asqueado. Llegaba todos los días anunciando la inminencia de su muerte. Se acababa de jubilar. A la tragaperras me la tenía echando humos. "No tengo ni ganas de follar", decía. Un día Paca le tomó la tensión y le salió ligeramente alta. Se puso literalmente blanco y se marchó a casa. Después de este suceso estuvo alrededor de un mes tomando exclusivamente agua. Decía que si seguía bebiendo iba a morir. Nunca entendí su fijación, el muy gili tardaba hora y media en beberse un whisky corto y el segundo siempre se lo dejaba a medias. Lo increible es que se tajaba. Cuando le daba la intoxicación imaginaria se colocaba frente a la máquina con sus Rayban clavadas y la mano en el bolsillo mientras se gritaba a sí mismo "alcóholico de mierda". Dios, qué genio.
-Y qué fue de la gallega?
-Ni lo sé, ni me importa. Era una mierda de tía.
-Sin duda. Recuerdas el día que empezó a recitarme unos versos de Rosalía de Castro la bellaca esta?
-Lo recuerdo, si hubiese sido un hombre no habría dudado en darle un puñetazo.
-Cerda.
-Echo de menos a Juan Carlos.
-Y yo.
-Pobre.
-Me lo dijo ella misma. Un día vino aquí sola, cosa extraña, y empezó a largar. Debió verme cara de doctor Freud. Decía que cuando dormían juntos, él ponía una almohada en medio de los dos para no sentir el roce de su cuerpo.
-Cristo.
-Yo no sabía si romperme el pecho en su cara u ofrecerle mi hombro. El caso es que lo contaba con una templanza digna de admiración. Lo tenía totalmente asumido, eso, lo de que era repugnante. Josemari -me decía- un día fuimos a la playa. Me desvestí y me tumbé al sol. Se quedó mirándome largo rato. Nunca me había contemplando tan concienzudamente. Al final me lo soltó: "Dios, que blanca y arrugada estás, das asco".
-Mierda, qué le dijiste?
-No dije nada. Era cierto, daba asco. No podía decirle que era bonita, ni que él era un cabrón. Él es una bellísima persona, ya sabes el aprecio que le tenga. Ella sin embargo era una burda gallega, idiota por naturaleza. Fea, insulsa y antipática. Era profesora de primaria, tenía dos casa y un mercedes. Por qué puñetas debía consolarla? La invité a un whisky, no podía hacer más.
-La verdad que Juan Carlos tiene arte. Cuando me dijo que era de la secreta no me lo podía creer, cosa tan dócil. Desde el primer día que lo vi me cayó bien. Un tipo educado y silencioso, un compañero perfecto para tomar copas. Lo echo de menos.
-Recuerdo cuando lo conocí. Me habían robado en el bar y vino a tomar huellas. Un auténtico profesional. Me trató con tanta delicadeza y atención que hizo que me relajase y me olvidase del altercado. Nunca hubiese podido imaginar que aquel laborioso funcionario fuese un fanático coleccionista de brujas. El día que entré en su casa pensé que había penetrado en la casa del terror. Había alrededor de 300 brujas repartidas por toda la estancia. De todos los tamaños, colores y posturas. Un día lo vi plantado delante del escaparate de la tienda. Al rato se me acercó a preguntarme si no tendría uno de esos maniquíes de sobra en el almacén. Le dije que sí y le regalé uno. Pensé que debía necesitarlo para hacer prácticas de tiro o alguna vaina de esas. Cual fue mi sorpresa cuando fui un día a su casa y me encontré al sujeto perfectamente ataviado con una túnica, una escoba de paja y un sombrero puntiagudo. Hasta le había dibujado el descerebrado un lunar en la nariz. Me aseguró, orgulloso, que aquello era la joya de la corona de su colección. Maldito tarado...
-Qué maravilla. Dónde estará ahora?
-Se fue a Zaragoza, aquí estaba asqueado. Llegaba todos los días anunciando la inminencia de su muerte. Se acababa de jubilar. A la tragaperras me la tenía echando humos. "No tengo ni ganas de follar", decía. Un día Paca le tomó la tensión y le salió ligeramente alta. Se puso literalmente blanco y se marchó a casa. Después de este suceso estuvo alrededor de un mes tomando exclusivamente agua. Decía que si seguía bebiendo iba a morir. Nunca entendí su fijación, el muy gili tardaba hora y media en beberse un whisky corto y el segundo siempre se lo dejaba a medias. Lo increible es que se tajaba. Cuando le daba la intoxicación imaginaria se colocaba frente a la máquina con sus Rayban clavadas y la mano en el bolsillo mientras se gritaba a sí mismo "alcóholico de mierda". Dios, qué genio.
-Y qué fue de la gallega?
-Ni lo sé, ni me importa. Era una mierda de tía.
-Sin duda. Recuerdas el día que empezó a recitarme unos versos de Rosalía de Castro la bellaca esta?
-Lo recuerdo, si hubiese sido un hombre no habría dudado en darle un puñetazo.
-Cerda.
-Echo de menos a Juan Carlos.
-Y yo.
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