Robert salió de casa un día dispuesto a triunfar. Se fue a ver al que era su ídolo para pedirle consejo y éste le dijo que la historia de la música popular era la historia de un gran plagio. Le dijo copia a todo el mundo, si lo haces bien no tienes de qué preocuparte. Y Robert no sólo sabía copiar sino que además lograba hacer que todo pareciera nuevo. Como si no hubiera existido música antes de él. Algunos viejos entendidos pronto advirtieron que boby no había inventado nada, que todo aquello que él tocaba ya estaba ahí antes de que él llegara sólo que él tocaba esos viejos estilos tan mal que parecía que realmente fueran novedosos.
Cuando se pasó a la eléctrica los puretas le llamaban Judas y le abucheaban pero entonces él soplaba su armónica ensordecedora y acallaba las voces discrepantes. El éxito de Bob no se lo explica nadie. Los periodistas le hacían preguntas estúpidas del tipo qué quieren decir esas letras a las que él daba siempre respuestas más absurdas como podría ser quieren decir lo que dicen y cosas así.
Pronto Bob se convirtió en un ídolo de masas y la gente le intimidaba pidiéndole autógrafos y favores y haciéndole preguntas y juzgándole incluso insultándole cuando él sólo quería hacer un puñado de canciones que le permitieran vivir de ese cuento de por vida y a eso se dedicó ignorando las corrientes de opinión que le aclamaban como a un mesías. Se dedicó a escribir buenas canciones y a lanzar estridentes riffs al aire, por doquier, disparaba palabras liquidaba batallones con versos y puso a bailar al senado con tres acordes.
Se reía de los viejos y de los integristas, de los progres y de los conservadores, de los blancos y los negros, de los hombres y las mujeres, se reía de todo el mundo y todo el mundo le reía la gracia. Su público como una mujer maltratada ponía la otra mejilla y no le denunciaba, porque le quería. Supongo que si sigue en la carretera es porque él también nos quiere a su manera.
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