Finales del verano, feria de la Torre. Salgo con mis colegas a ver si engancho una torreña, que siempre han tenido fama de guarras. Mis primas no cuentan. Me encuentro con una que me gusta. Está preciosa, quizá no tanto como cuando la conocí en aquel campamento de verano; haría un par de años de aquello, éramos casi niños, y ella por entonces conservaba aún el candor de esa belleza primigenia que nace de la inocencia, pero ahora está más delgada y más bebida, está mucho más buena, más atractiva. Se me viene a la cabeza mi primer encuentro con esta chica, a ver, cómo lo cuento.
Tendría doce o trece años aquel verano en que mis padres decidieron mandarnos a mi hermano y a mí a un campamento durante un par de semanas, viviendo en tiendas de campaña con otros cuantos chavales, ya sabéis, haciendo manualidades y cantando canciones. Era un paraje agradable cercano a un río. Había unos cuantos edificios viejos formando una U donde estaban instalados los baños, la cocina y demás, y en el hueco de la U habilitaron la zona de la acampada.
Fuera de la U (como si le pusiéramos una tilde de este modo: Ù) había una alberca que nos servía de piscina. Organizábamos carreras, ginkanas, movidas… Lo primero que nos dijeron nada más llegar es que nos podíamos bañar, o eso es lo primero que yo recuerdo, y después que nos pasaron a unas habitaciones en las que nos podíamos cambiar y ponernos el bañador. Pues estaba yo poniéndome el mío justo cuando se abrió la puerta y pude ver a esta chica mirando desde de fuera y riendo a carcajadas mientras yo me tapaba como buenamente podía. Creo que por entonces ni si quiera tenía aun vello púbico o tenía muy poco, fue vergonzoso.
Con esa escena todavía latente en mi subconsciente me resultaba imposible cualquier tipo de acercamiento a esta chica que posiblemente acabaría bailando con otro. Yo acabé medio borracho camino del cruce con un colega. Íbamos a hacer autostop a ver si algún paisano nos recogía cuando nos cruzamos con Juan Ramón, un muchacho del pueblo algo mayor que nosotros, que ya tenía carnet de conducir y llevaba su enorme Nissan Patrol blanco de vuelta a casa.
- Venga que os llevo
Nos montamos y al llegar al cruce con la carretera que debíamos tomar vemos que pasa de largo.
- Vamos a ir por el paso, por si hay civiles
- Bueno
Al llegar al paso, una antigua cañada para el ganado que campo a través llega hasta el pueblo, JuanRa empieza a acelerar y mi colega y yo nos miramos con un gesto interrogante. El gachón sigue pisándole al Patrol hasta ponernos los huevos en la garganta mientras nos cuenta historias.
De nuevo se pasa el siguiente cruce que conduce al pueblo para acabar dando bandazos por el campo con el todo terreno, rodeando olivos, con los faros encendidos en plena noche, en busca del camino que parecía que había desaparecido. Cuando cansados de dar vueltas mi amigo y yo estábamos a punto de decirle que parara que nosotros nos íbamos andando, Juan Ramón, que aunque muy puesto sabía lo que hacía encontró el angosto camino que desemboca prácticamente en la puerta de mi casa.
Ahora sólo había un problema, en mitad del camino, en un ensanche de éste, encontramos siete u ocho coches aparcados que cortaban el paso. Justo debajo de los coches había un caserón con un gran patio en el que se podía ver luz.
- Voy a ver – dijo Juanra.
Al poco volvió diciendo que bajáramos del coche. Había encontrado a los dueños de los coches aparcados. Podía oírse música abajo. Pasamos al patio, se ve que estaban celebrando una despedida de soltera porque al fondo un tipo musculoso con forma de croissant se dejaba querer entre un grupo de chicas desatadas.
Mientras despejaban el camino nos invitaron a unas copas. Yo ya sólo podía pensar en la que me iba a caer cuando llegara a casa, y al final llegué casi de madrugada. Al día siguiente desperté sin saber si lo que recordaba había pasado en realidad o todo había sido un sueño. No lo supe hasta que me reencontré con mi amigo y hablamos.
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