El tren salió con puntualidad suiza. Esa estación maldita que recordaremos siempre, en la que Sabina se bajó. Las afueras de la gran ciudad son una galería decadente de grafos en puentes, naves y almacenes abandonados, mezclados con modernos centros comerciales, configurando el inevitable contraste de las grandes urbes. Pronto la nada, una gran extensión en la que no hay barreras al ojo humano, grandes atardeceres manchegos, en los que Quijote vagaba, aunque dos horas seguidas viendo una monótona llanura son suficientes para no mirar más por la ventanilla e intentar centrarse en el micromundo del vagón clase turista en la que estoy instalado. Tengo delante una chavala que constantemente habla por teléfono, busca arreglar una relación que parece muy desgastada, no es feliz, cada minuto es un reproche, ataca constantemente a su interlocutor, viaja al Sur para escapar. Justo al otro lado del pasillo un señor con portátil no deja de teclear, habla por el móvil para recordar a su hija que lo recoja, tiene prisa, una gestión rápida y vuelve a Madrid, algo de una escritura. Las más relajadas del vagón son dos señoras mayores que han ido varias veces al restaurante, al pasar hablan con todos, dicen que van a por café -con anís- se han jubilado, son hermanas y se retiran a una casita de Cazorla, escuchar la naturaleza y asar panceta en la lumbre serán su quehaceres.
El sonido del tren es duro y afilado al pasar por los acantilados y puentes de hierro en Despeñaperros, entramos en la vieja y estoica Andalucía, la que se ha jodido trabajando toda la vida. La Andalucía de Adriano, Séneca y Machado, la del mirador de San Nicolás, la amante de África, la de las playas de Cádiz, la hija bastarda de Europa.
Un tipo con camisa y corbata a juego, que no se había movido en todo el trayecto, comienza a silbar, parece que llegar al Sur lo ha hecho feliz. De repente un frenazo, no el típico bajón de velocidad, no, un frenazo, muchos metros después nos detenemos completamente. No hay estación, estamos en medio de la nada, algo ocurre. Las hermanas deciden pasar la incertidumbre en el vagón-bar. El tipo sigue silbando, la joven llama a su chico y discuten, esa pareja está herida de muerte. Entra el revisor, nos dice nos van a cambiar de tren, el asombro es mayúsculo. Con gesto serio, el tipo calvo y trajeado dice que un suicida se lanzó desde una roca a la vía, el tren no pudo frenar a tiempo, ahora estaban esperando al juez de guardia para levantar el cadáver. La tragedia también es Andalucía. De ser el maquinista también esperaría el relevo.
- F,J, Tejada -
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