Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







jueves, 4 de noviembre de 2010

TOROS SÍ, TOROS NO


(Escrito hará unos meses)



-Africano-



Rubrico y sentencio lo que otros, no muy conocidos en el mundillo literario, reconocen como una salvación no del todo pasajera. Escribir. El acto en sí. El Filosofar del que hablaba Ortega. Siempre que me asalta este pensamiento, lo de si escribir, su ejercicio, sea lo que me salve el pellejo, me viene a la sesera Franz Kafka. Ese tío que se tiro toda se puta vida escribiendo, sin publicar apenas o nada y que pidió a uno de sus mejores amigos con las siguientes palabras que no tienen desperdicio: “Max, quémalo todo” que, efectivamente, quemase todos los manuscritos creados por él hasta la fecha de su muerte. Creo que este amigo es el señor, tal vez, al que más agradecido y de forma unánime en el mundo de las letras se le reconoce una muy merecida felación. Pero ese no es el tema. Parece ser que Franz concebía así la escritura, como un salvoconducto, solo que este era a ninguna parte. Al final de su vida lo reconoció. Pero ¿y hasta entonces? ¿No le sirvió de nada? Cuando he tenido temporadas en que el acto de escribir me ha obsesionado sobremanera he recurrido a este ejemplo para dejar de hacerlo y convencerme de que no merece la pena esforzarse. Pero he llegado al convencimiento tras una serie de años de que si esto no me salva tampoco puedo esperar que el no hacerlo lo haga. No se cuantas líneas llevo escritas hasta ahora pero puede ser que sea lo más largo que he escrito en más de medio año. Si bien no lo único. El cuerpo me ha pedido estos últimos meses tirar de la poesía. Lo achaco un poco a ese miedo de perder demasiado el tiempo, también ese miedo a no saber que decir, a quedarme clavado en una palabra y mirar helado la intermitencia del cursor sobre la pantalla sin saber hacia donde tirar. La poesía, digo, me ha permitido escribir de forma breve y rápida para no correr esos riesgos. También una cierta pesadez me ha impedido sentarme más de diez minutos delante del ordenador. La pesadez de la estupidez sobre los hombros. Esa estupidez del que se sabe no del todo capaz para este arte. Pero mi bandera en estos últimos tiempos ha sido: “¿A quién puñetas le importa el arte? ¿Quien necesita un cuadro en un museo que parece va a derrumbarse no dentro de mucho? ¿Quién quiere modelar el mármol de estas ruinas? Hoy día las cosas no están hechas para durar. Existe una horrible sensación de que nada va a tener un dueño en el futuro, que no van a haber espectadores y, si los hubiera, difícilmente tendrán por entonces ojos para ello. Un ejemplo de ello quizás sea el debate tan airado que se está dando en España este último mes. Sobre lo de “Toros sí, toros no”. Hasta yo mismo he llegado a dudar sobre que es lo mejor. Es evidente que es una crueldad, hasta un amante de una buena media verónica como yo puede razonarlo. Pero como dijo Joaquín Sabina en una entrevista que vi no hace mucho: “Los que defienden a los toros tienen razón, lo que no tienen es corazón.” Pudiera esto extrapolarse al tema del arte en general. Y la sensación general es la de que cada vez hay menos gente con corazón. Entre otras cosas esto explica las Ferias de Arte Contemporáneo. El arte efímero. El: “Planto un pino sobre un pedestal y su importancia dura lo que dura su hedor”. Es posible que no vayan del todo descaminados. Podría ser esa la filosofía a seguir o más bien lo que la realidad nos ha impuesto en el arte de la expresión. Pareciera que intento justificar el soltar mi mierda amparado por la tendencia global en este sentido. Más bien, creo yo, que el resultado de esta concepción viene más de un proceso inconsciente que de un plan arduamente estructurado. Para mí, y esto puede que sea una originalidad por mi parte el decirlo (o eso me gustaría a mí creer) para mí, digo, la victoria está en la toma de conciencia y en esto, y nada más que en esto, soy un killer del área. Pocos me ganan en toma de conciencia. Soy una turbina que constantemente está recibiendo torrentes de realidad y jamás para el mecanismo. La realidad se me mete por la nariz, por los oídos, por la boca… algo así como lo que decía Sartre. La Náusea se me mete hasta por el ojo del culo. Esa toma de conciencia, después de madurarlo mucho tiempo, me ha hecho llegar a la semi-conclusión de que en el acto de escribir esta mi vida pendiente de un hilo. El teclado es mi piano personal. Cuando veo mis dedos trabajar siento que cobran vida propia. Quiero decir esto sin ningún oropel poético. A lo que me refiero es a que realmente siento que esas manos no son mías, que son de otra persona con más personalidad que yo. O no más pero sí distinta. La diferencia radica en la seguridad. Son manos seguras como las de un peón de fábrica que ejecuta la misma operación 8 horas al día, 5 días a la semana los 365 días del año. No es una cuestión de ser bueno o malo. No me imagino a nadie creyéndose que es el mejor del mundo sentado en la taza del wáter. Todos sabemos hacerlo. Este ejemplo se me ha ido un poco de las manos, de acuerdo. Puede que este sea mejor: Es como vestirse. Puedes estar más guapo o más feo, pero no se te ocurre ponerte los calzoncillos en la cabeza y un calcetín en la polla. Así mejor, ¿verdad? Sin más explicaciones, a lo que quiero llegar es a lo siguiente: Que el acto escribir, hoy por hoy, para una persona de mis características, con mis limitaciones y a efectos prácticos, debe jugar este papel, que no es otro que el de salvarme la vida. Sentirme vivo con cada palabra que aparece en la pantalla, sentir la música de las teclas que rugen, que están rugiendo por mí, a través de mí, fluir sin descanso, dejar que todo salga, que nada se quede dentro, arrojar un poco de luz sobre las cosas, sobre mis cosas que son las de los demás, sin nada nuevo que decir, solo descubrir nuevos escondites donde ahora y bajo las formas más horrendas se encuentra la verdad o mejor dicho la realidad, que es mucho mejor que la tan manida verdad de la buena. En definitiva, realizar hallazgos allí donde otros no pueden llegar o al menos donde tú o donde yo, antes, hará apenas 5 minutos, éramos incapaces de llegar. Hablo del acto de escribir continuamente, esto es lo que me obsesiona. Escribir solo es un oficio. “Yo escribo” quiere decir “Yo publico”, “Yo vendo”, “Yo pretendo publicar” o “Yo pretendo vender” o ya no digo querer ser conocido, porque si hay algún idiota que a estas alturas se crea que contar sus mierdas les va a dar fama van apañaos. El acto es la actividad que mueve los músculos y excita la mente. En el acto se derrocha energía. Aunque estuviera tecleando palabras al azar se estaría produciendo el acto de escribir solo que con palabras ininteligibles que nos sumirían en un profundo estado de nirvana tras unos minutos. Pero en resumidas cuentas forma parte del acto, siquiera de la parcela absurda del mismo. En cuanto al título, solo decir que pretendía ser una metáfora de lo que estoy intentando argumentar pero como siempre, siempre que uno escribe el título antes de empezar cualquier escrito, este se te vuelve en contra. Al menos es llamativo a los ojos, como esas manzanas sintéticas que se venden en los mercados y que nos dan ganas de devorar. Luego no saben a nada o saben a lo mismo que el resto de las frutas. Vaya, como esto.

4 comentarios:

  1. Que las manos se muevan construyendo palabras, que las palabras suenen hermosas, sin conocer su procedencia o destino; es el placer de lo incontrolable, de lo más ajeno y cercano de uno mismo, a la vez.

    Mi enhorabuena por el texto.
    Un abrazo,
    Inma.

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  2. Xampion, creo que hay que diferenciar el arte de la literatura del de la filosofía, y a veces me da la sensación de que saltas de un lado a otro de esa línea sin ningún tipo de reparo y sin complejos, lo cual no se si es una virtud o un defecto.
    Mi consejo es establecer con claridad esa distinción, y tomar partido por una u otra. Así en este momento me sitúo en lado de la "filosofía", o más bien de la teoría, porque estoy pensando más que creando, comentando más que inventando, y así adopto la forma (casi horrenda) de crítico literario más que de literato. En este sentido me atrevería a decir que todo mi respeto y admiración es para los literatos, entendiendo por tales a los poetas, a los novelistas, a los dramaturgos, que son capaces de inventar de la nada impresionantes castillos, castillos voladores, sí, castillos en el aire, sí, pero los más hermosos castillos que jamás se han construido. En cambio cuando me enfrento al libro de un filósofo me encuentro con sensaciones casi desesperantes, que van desde la más inclinada reverencia ante una opinión que considero acertada, hasta una asquerosa sensación de repulsión y asco cuando siento que el filósofo en cuestión empieza a desbarrar, o me cuenta milongas, o hace de una opinión propia y muy particular una teoría universal que da por sentada y me rompe las pelotas, que es quizás justo lo que yo estoy haciendo en este momento.

    A lo que voy, y por que nos conocemos, diría que tipos como Nietzsche (siempre que me enfrento a este nombre me asalta la duda de cómo colocar sus consonantes) u Ortega, que son grandes pensadores, y que nos han influido sobremanera, se sobrepasaron en cierta medida tratando de ser al mismo tiempo grandes escritores, y esto es lo que nos lleva a confusión.
    Si tengo que elegir me quedo con la literatura, y para no llevarme a engaños excluyo de este hermoso campo el arte no menos hermoso del pensamiento que es la filosofía, aunque ambos se sirvan de la escritura como medio de expresión.
    En definitiva y para que te quede claro lo que pretendía decir con todo esto: que me gusta más cuando te metes en la piel de un personaje e inventas un mundo a su alrededor (vease el padre sinuoso se lo recomendó) que cuando te pones a escribir sobre el hecho de escribir.

    Paz

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  3. Sigue escribiendo, sigo leyendote.
    Fabyo, estudia filosofia. Es bonita la carrera. Creo

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  4. Me remito a lo que dice el señor Osopan, dicen que es preciosa.

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