Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







lunes, 26 de marzo de 2012

UNA RESEÑA SOBRE MUERTE A CRÉDITO MIENTRAS PASEO A LAS CUATRO DE LA TARDE


-Africano-

Me estoy poniendo gordo que te cagas. Estoy echando panza, frente, papada… cada día me rasco más el culo, eructo más, defeco más que un padre con tres hijos. El tabaco me está haciendo yesca los pulmones, la alergia lo empeora, ya es que casi no me entra ni medio gramo de viento.
Me he echado a la calle, a dar una vuelta, Lunes.
A ver si consigo mejorar aparato respiratorio y peso de un tirón, así, si me pongo todos los días. ¡Coño, es triste! pero comienza el declive. Las primeras canas ya están ahí. A partir de ahora solo cabe disfrutar de unos años en plenitud, pero cuesta abajo, ¡a toda hostia!
He pensado que podía aprovechar la caminata para darle vueltas a eso de escribir algo sobre la Ceuta de los 80. Ir a echar un vistazo por las calles, visitar antiguas localizaciones, ver si aún queda algún espécimen del pleistoceno. Ni mú. La ciudad se ha transformado, como la ciudad de los Playmobil, de un zás, ¡así, tacatán! No ha habido manera de encontrar ni los calcetines viejos de aquellas ruinas. Parece mentira, pero ha cambiado más su aspecto que las mismísimas murallas aurelianas.
Conforme más he ido avanzando mayor ha sido mi decepción. Demasiada litros de imaginación, me he dicho, para recrearla. ¡Ni con mil enciclopedias podría levantar semejante empresa! La vida se borra, las épocas, más.
El panorama a las 4 de la tarde es ciertamente desolador. Me ha recordado las peores estaciones de autobús de Andalucía. Málaga, Sevilla, Jaén. ¡Un asco, vaya! Todo el inframundo vaga a esa hora improductiva dando bandazos como náufragos sin agua donde ahogarse. Los cafés “solos” abundan en todas sus variedades; cortado, con leche, manchada. Una petarda solitaria, en la terraza de una cafetería de muerte, con un viento cojonero azotando las sombrillas, removiendo sus vísceras mientras vierte un sobre de azúcar. Más allá, un viejales sentado en un banco, con la cara más arrugada que la bolsa escrotal de un neonato, mirando al confín de una papelera descolgada de una farola. Un paquete de Cheetos, volando, vacío, sin sentido. Una pureta fumando un cigarrillo, entrando en la Farmacia. Un gato sobre un contenedor, con la cara echa un ocho, como si se acabara de despertar.
¡La movida de los 80! ¡Que hostías!
He pasado tres cojones del tema y me he puesto ha pensar en Celine. En Louis Ferdinand Celine.
Acabo de terminar aquel su segundo libro, “Muerte a crédito” que se publicará allá por el 1936, después de su gran éxito, “Viaje al fin de la noche”. Me ha gustado más que “Viaje…” sin duda. Y eso que normalmente no me suelen hacer demasiado tilín las biografías de infancia. “Por el camino de Swan”, casi vomito. “Espera a la Primavera, Bandini”, tuvo un pase. “La senda del Perdedor”, intensilla. Pero ante “Muerte a crédito” me descubro. No volveré nunca más a dudar del viejo Ferdinand, ni aunque hubiese escrito 20 tomos de panfletos antisemitas. La prosa de Celine está en otra dimensión. Sencillamente, no hay nadie como él.
La mayoría de los grandes escritores no tienen otro igual, se podrá decir. No lo tengo tan claro. En jazz hay cantidad de grandes músicos: Miles, Coltrane, Parker, Él Duke… pero nadie tan potencialmente singular como Thelonious Monk, por ejemplo. Celine, a su manera, hace música monkiana. Retuerce el lenguaje coloquial, de la calle, hasta extremos tales que la violencia de su significado intrínseco rebasa por derecho propio el recipiente de la materia significante. La palabra celiniana es un golpe, a la manera de Nietzche, cuando se proponía filosofar a martillazos.
El espectro jergal que maneja es lo suficientemente amplio (y si no ya se encargaba él de inventárselo) como para permitirle desarrollar toda la gama de colores musicales necesaria para arrebatar la atención del lector en cada página.
En Celine no importa tanto lo que cuenta como la forma en que lo cuenta. No importa tanto que el hecho descrito se ciña a su realidad autobiográfica como que el pasaje esté atravesado por el filtro de su poderosa capacidad de invención.
Un portento de una lucidez que asusta, y de una sensibilidad y una humanidad que se ve dilapidada una y otra vez por el sanbenito del colaboracionismo nazi. Es cierto que estuvo pringado en el tema, pero eso es algo que ya está más que machacado. Él solo quería salvar la vida. Como lo hace el Ferdinand niño de “Muerte a crédito”, asediado constantemente por la opresión de un mundo desquiciado, tanto familiar como laboral, como en su conjunto, vital. Un ser demasiado perfecto para vivir pacíficamente en un ambiente irrespirable. ¡Qué se podía esperar de una naturaleza así! Que se retorciera, como las bestias, sobre sus redes. No más.
Sigo avanzando, entre las calles muertas, de esta ciudad muerta, a esta hora muerta. Nada, ni un pizca de inspiración. Ni un mojón torcido en la acera que pisar, ni un coche presto que me atropelle.
Hoy no va a ocurrir nada, no hay manera. Voy a entrar en el SPAR a comprar algo. Yo que sé: Atún, pan Bimbo, naranjas, tranchetes, mantequilla y… orégano.
ORÉGANO.
PARA QUÉ COJONES QUERRÉ YO ORÉGANO…

2 comentarios:

  1. el oregano va muy bien con la pasta y la carne pero es fundamental en la pizza si hay huevos para hacerla uno mismo.
    me encanta

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  2. Lo acabo de terminar. A mí me gustó más "El viaje...", pero coincido en lo que dices del lenguaje. Aunque a veces me ponía un poco nervioso tanto rollo caló: alares, pañí, purí... yo qué sé, me gustaría saber si en el original utilizaba también la jerga gitana. Pero por lo demás, cojonudo. Cuando le quitan el buda de oro cuando trabaja con el joyero es acojonante.
    Saludos.

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