Cacagénesis:


William Saroyan:
"Es sencillamente imposible insultar al género humano sin sonreír al mismo tiempo".







jueves, 15 de marzo de 2012

CONVERSACIONES LITERARIAS CON FABYO




- La Dama de las Camelias -

Me enamoré como un tonto. Aquella historia de amor no podía ser, y sin embargo me enamoré. Supongo que a todos nos ha pasado; quien más quien menos se ha enamorado alguna vez de quien no debía.

No sé cómo pude llegar a aquel extremo. Todos me lo advirtieron. Mis padres se oponían a aquella relación, decían que era vergonzoso, que no sabían qué veía yo en aquella chica escandalosa, que iba a traer la ruina a la familia.

Mis amigos decían que me había cambiado. Mi ánimo iba del entusiasmo a la melancolía con demasiada asiduidad; igual andaba yo todo revolucionado que taciturno y distraído y ya no era el mismo. Decían que antes yo era un chico alegre, despreocupado y divertido y efectivamente todo eso había cambiado.

Nos separaban muchas cosas; la edad, la educación, las costumbres, incluso la distancia pero yo no vi ningún impedimento en todo eso y no dudé en trasladarme a París, a dos manzanas de su casa, y empecé a vestir y a comportarme como un caballero distinguido y elegante con tal de satisfacer los deseos de la que sería mi amante.

Al principio parecía tan perfecto... aquel amor era tan ideal, tan puro y bello que no me lo podía creer y pronto empecé a sospechar que tenía que haber algún penoso inconveniente oculto. Que no podía ser tan bueno. Cuando estaba junto a ella todo era tan natural, tan fácil y sencillo que no podía creer que fuera cierto, y seguí buscando el cabo suelto. No me consideraba digno de semejante amor. Imagínense si estaba ciego.

La vida me hacía el más hermoso regalo que nadie me hiciera nunca desde que mi madre me diera la vida misma y yo no podía aceptarlo porque no creía merecerlo. Pero ella parecía poder cambiar también aquello y en dos semanas pasé de ser un aspirante a poeta a ser el poeta de Palacio y de la Corte. El Poeta Imperial que cantara las glorias de su época.

Fueron los días más hermosos de mi vida. Dejé de ser el trobador urbano que con la gorra ligeramente inclinada a un lado en los parques nunca se atrevía a rapear, al lírico culto y erudito que ayudándose de un bastón luce un impecable frac y bajo un enorme sombrero de copa se deja ver del brazo de una dama por los palcos de la ópera.

Lo que se dice un imbécil, en términos etimológicos, del latín in baculus, el que necesita de un bastón para valerse, un bastón que no era otra cosa que dinero, que se acabó pronto, porque no era fácil mantener aquel estatus, y no era barato. El hermoso espejismo duró poco y se desvaneció en cuestión de segundos.

Pronto sería otro el caballero que andaba del brazo de la Dama de las Camelias por los salones parisinos más de moda. Porque ella era una chica complicada. Una relación agitada, tormentosa. Un amor de adolescencia.


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