2 de Julio de 2012
Independientemente del resultado de la final podemos estar contentos con la labor de este equipo que podría ganar perfectamente a una selección de
los mejores de la historia en la que jugaran di Stefano, Pelé, Cruiff,
Beckenbauer y Maradona juntos.
Un equipo que ha demostrado que las cosas bien hechas dan sus frutos
antes o después, y aunque no los dieran – aunque los títulos no llegaran – no
importaría demasiado porque es ya un premio verlos tocar la pelota.
Hace ahora cuatro años desde que la selección nos hiciera tocar el más
alto cielo futbolístico y parece que fue ayer, cuando desconcertado ante el
televisor miré a mi colega Tejada para que me pellizcara, porque no me creía lo
que estaba viendo. Era el mejor equipo del mundo jugando al fútbol, en una
semifinal frente a Rusia en el que la roja empezó a mover el balón de una
manera distinta a lo visto hasta el momento, con la precisión de un reloj suizo
y a una velocidad supersónica – véase a Jordi Alba subiendo la banda – que deja
a los contrarios totalmente fuera de juego.
Todavía no habíamos ganado nada pero ya nos sentíamos campeones,
porque sabíamos que jugando de esa manera, no habría nadie que pudiera
ganarnos. Y así ha venido siendo hasta ahora. Cuando España juega los rivales
miran, los reporteros se sienten inspirados y los entrenadores toman nota. Y
así debe seguir siendo por mucho tiempo.
Por todas aquellas veces que nos quedamos en cuartos, por el codazo de
tasotti y la mano de Zubizarreta, por el penalti de Raúl y el gandul del
árbitro en Korea. Por las veces que nos volvimos cabizbajos a casa, cuando la
pelota no quería entrar y era nuestro equipo el que se defendía como gato panza
arriba.
- Fabyo
Sorel -
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