-Tejada F.-
El coche lo llevé al ginecólogo de autos, donde el tipo delgado y consumido por el Ducados debía revisarle los bajos. “En una hora estará listo si no hay novedad”. Pues a vagar se ha dicho. Salí de allí mirando hacia el suelo como es normal en mí, ensimismado, adormilado pero con brío, como si la hora de espera que tenía por delante se fuese a pasar más rápido si aliviaba el paso. Al girar la esquina sin rumbo, tropecé y después pisé a una chica que aceptó mis rápidas disculpas con una sonrisa. Proseguí mi camino analizando que daño habría hecho mi suela del 46 en sus suaves manoletinas. Saqué esos pensamientos de mi cabeza antes de que la culpabilidad me llevara a seguirla para interesarme por su más que posible lesión u ofrecerme a acompañarla al Centro de Salud antes de que lo clausuren, lejos de arreglar el asunto parecería un acosador aparte de un descuidado transeúnte.
Como digo seguí mi camino con la cabeza gacha, solo la levantaba para mirar las cocheras abiertas, tengo esa costumbre, no lo puedo remediar, desde pequeño padezco una irrefrenable curiosidad por ver esos habitáculos con olor a coche en reposo, ese improvisado lugar de bicicletas viejas y repuestos, estanterías llenas de herramientas, balones, viejos juegos de mesa en su penúltima estación o leña preparada para desafiar el invierno.
Por la calle me encontré al dueño de un bar que tengo justo al lado de casa, nos saludamos y seguí mi camino. A este tipo es aconsejable no darle mucha bola, habla demasiado, grita a lo grande y tiene una costumbre incómoda para el interlocutor: no deja de sobarse el rabo mientras hace ligeros movimientos a izquierda y derecha. Es la persona más nerviosa que he conocido en mi vida, muy simpático eso sí, aparte de gran profesional. La segunda vez que llevé una visita a su restaurante nos habló de su vida, de sus descargas de fruta en Merca Barna, de su trabajo en el Ferry Ciutatdella-Barcelona o de lo poco que le gusta la Cruzcampo, todos estos comentarios aderezados con un sobeteo de miembro a pocos centímetros de nuestra rica ensalada menorquina.
Después de un café y una rápida ojeada a la información local solo quedaban 20 minutos para la hora prevista de recogida del carro, pero me presenté en el taller, saludé y me asomé a las entrañas del coche aparentando saber que estaba viendo, la realidad es que me sentía como Garra Jaguar oteando a lo lejos las naves de Colón. Lo que si entendí fue la factura, de regalo vaselina.
Por la carretera de camino a casa me encontré con un autostopista, aquí en la isla es muy habitual, un toque romántico, rutero, recordé el espíritu On the road, llegó a mi cabeza el espectacular álbum Runing on empty de Jackson Browne, me acordé de ese verano en el que el Oso y yo hacíamos dedo para ir a Sabiote cada dia mientras apurábamos los últimos tragos de un litro caliente. Pero la realidad es más puta que todo eso, tengo la ventanilla derecha inmovilizada, no se puede bajar, a tomar por culo el romanticismo, apreté la homicida suela del 46 a fondo mientras por el retrovisor el mochilero se lamentaba de lo que supuso una parada probable, le di voz a la radio como mecanismo ingenuamente defensivo, atronaban los Burning y el coche rugía como nunca…
El coche lo llevé al ginecólogo de autos, donde el tipo delgado y consumido por el Ducados debía revisarle los bajos. “En una hora estará listo si no hay novedad”. Pues a vagar se ha dicho. Salí de allí mirando hacia el suelo como es normal en mí, ensimismado, adormilado pero con brío, como si la hora de espera que tenía por delante se fuese a pasar más rápido si aliviaba el paso. Al girar la esquina sin rumbo, tropecé y después pisé a una chica que aceptó mis rápidas disculpas con una sonrisa. Proseguí mi camino analizando que daño habría hecho mi suela del 46 en sus suaves manoletinas. Saqué esos pensamientos de mi cabeza antes de que la culpabilidad me llevara a seguirla para interesarme por su más que posible lesión u ofrecerme a acompañarla al Centro de Salud antes de que lo clausuren, lejos de arreglar el asunto parecería un acosador aparte de un descuidado transeúnte.
Como digo seguí mi camino con la cabeza gacha, solo la levantaba para mirar las cocheras abiertas, tengo esa costumbre, no lo puedo remediar, desde pequeño padezco una irrefrenable curiosidad por ver esos habitáculos con olor a coche en reposo, ese improvisado lugar de bicicletas viejas y repuestos, estanterías llenas de herramientas, balones, viejos juegos de mesa en su penúltima estación o leña preparada para desafiar el invierno.
Por la calle me encontré al dueño de un bar que tengo justo al lado de casa, nos saludamos y seguí mi camino. A este tipo es aconsejable no darle mucha bola, habla demasiado, grita a lo grande y tiene una costumbre incómoda para el interlocutor: no deja de sobarse el rabo mientras hace ligeros movimientos a izquierda y derecha. Es la persona más nerviosa que he conocido en mi vida, muy simpático eso sí, aparte de gran profesional. La segunda vez que llevé una visita a su restaurante nos habló de su vida, de sus descargas de fruta en Merca Barna, de su trabajo en el Ferry Ciutatdella-Barcelona o de lo poco que le gusta la Cruzcampo, todos estos comentarios aderezados con un sobeteo de miembro a pocos centímetros de nuestra rica ensalada menorquina.
Después de un café y una rápida ojeada a la información local solo quedaban 20 minutos para la hora prevista de recogida del carro, pero me presenté en el taller, saludé y me asomé a las entrañas del coche aparentando saber que estaba viendo, la realidad es que me sentía como Garra Jaguar oteando a lo lejos las naves de Colón. Lo que si entendí fue la factura, de regalo vaselina.
Por la carretera de camino a casa me encontré con un autostopista, aquí en la isla es muy habitual, un toque romántico, rutero, recordé el espíritu On the road, llegó a mi cabeza el espectacular álbum Runing on empty de Jackson Browne, me acordé de ese verano en el que el Oso y yo hacíamos dedo para ir a Sabiote cada dia mientras apurábamos los últimos tragos de un litro caliente. Pero la realidad es más puta que todo eso, tengo la ventanilla derecha inmovilizada, no se puede bajar, a tomar por culo el romanticismo, apreté la homicida suela del 46 a fondo mientras por el retrovisor el mochilero se lamentaba de lo que supuso una parada probable, le di voz a la radio como mecanismo ingenuamente defensivo, atronaban los Burning y el coche rugía como nunca…
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