-Julio Basurco-
Hizo de fumar un arte, de beber un oficio y convirtió su forma de ser, de andar, de vestir y de mirar en sinónimos de masculinidad, de chulería, de estilo. No era el mejor actor, ni el más guapo, ni el que estaba más en forma. Su castigado careto, unido a su limitada altura y a una acreciente alopecia, no le convertía precisamente en el prototipo de galán del cine de la época. Algunos dicen que siempre interpretaba al mismo personaje, el del cínico romántico, el tipo duro de lengua viperina, torturado, chulo, inteligente y atractivo. Puede que sea verdad, pero no debido a sus limitaciones interpretativas, sino al tremendo magnetismo que ese personaje, o mejor dicho, que su propia personalidad desprendía tanto en la pantalla como en la vida misma. La gente pagaba por ver a ese tipo y daba igual que fuese un detective en busca de una antigüedad de ornitológico nombre, un problemático guionista, el borracho capitán de una barcaza en plena Guerra Mundial o el dueño de un café en Casablanca. No hacía falta que cambiara de registro porque nadie buscaba que él se convirtiera en el personaje, sino que el personaje se convirtiese en él, algo que probablemente ningún actor más haya logrado, o al menos a esos niveles. Él en sí era una forma de ser y el personaje no era más que un envoltorio dentro de un contexto en el que él debía depositar todas esas cualidades tan atractivas para el público. El personaje tenía que convertirse en Bogart. Y sólo Bogart podía ser Bogart.
Poseía el humanismo que les faltaba a James Cagney y a Edward G.Robinson y la mala leche y la indisciplina que no tenían grandes estrellas como John Wayne o Gary Cooper. Llenó un hueco en Hollywood y no sólo creó un personaje que hipnotizaba e hipnotiza, sino todo un modelo de conducta que no pasa de moda, un referente de la cultura popular que todavía hoy conserva intacto todo su poder de seducción. Es ese tío de una pieza del que las mujeres se enamoran y al que los tíos queremos parecernos, o al menos el Woody Allen de "Sueños de un seductor" y un servidor. También Frank Sinatra, Robert Mitchum o Steven Mcqueen, quienes recogerían más tarde los frutos que les otorgaría adoptar algunas de las maneras del maestro, pero sin acercarse jamás al encanto del original.
Bogart fue y es mucho más que un actor y mucho más que una persona. Para mí, Bogart es el blanco y negro, el tabaco, el alcohol, un sombrero, una gabardina, el cinismo, los casinos, la integridad camuflada, el saber estar, la elegancia. Para mí, Bogart es el cine.
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Hizo de fumar un arte, de beber un oficio y convirtió su forma de ser, de andar, de vestir y de mirar en sinónimos de masculinidad, de chulería, de estilo. No era el mejor actor, ni el más guapo, ni el que estaba más en forma. Su castigado careto, unido a su limitada altura y a una acreciente alopecia, no le convertía precisamente en el prototipo de galán del cine de la época. Algunos dicen que siempre interpretaba al mismo personaje, el del cínico romántico, el tipo duro de lengua viperina, torturado, chulo, inteligente y atractivo. Puede que sea verdad, pero no debido a sus limitaciones interpretativas, sino al tremendo magnetismo que ese personaje, o mejor dicho, que su propia personalidad desprendía tanto en la pantalla como en la vida misma. La gente pagaba por ver a ese tipo y daba igual que fuese un detective en busca de una antigüedad de ornitológico nombre, un problemático guionista, el borracho capitán de una barcaza en plena Guerra Mundial o el dueño de un café en Casablanca. No hacía falta que cambiara de registro porque nadie buscaba que él se convirtiera en el personaje, sino que el personaje se convirtiese en él, algo que probablemente ningún actor más haya logrado, o al menos a esos niveles. Él en sí era una forma de ser y el personaje no era más que un envoltorio dentro de un contexto en el que él debía depositar todas esas cualidades tan atractivas para el público. El personaje tenía que convertirse en Bogart. Y sólo Bogart podía ser Bogart.
Poseía el humanismo que les faltaba a James Cagney y a Edward G.Robinson y la mala leche y la indisciplina que no tenían grandes estrellas como John Wayne o Gary Cooper. Llenó un hueco en Hollywood y no sólo creó un personaje que hipnotizaba e hipnotiza, sino todo un modelo de conducta que no pasa de moda, un referente de la cultura popular que todavía hoy conserva intacto todo su poder de seducción. Es ese tío de una pieza del que las mujeres se enamoran y al que los tíos queremos parecernos, o al menos el Woody Allen de "Sueños de un seductor" y un servidor. También Frank Sinatra, Robert Mitchum o Steven Mcqueen, quienes recogerían más tarde los frutos que les otorgaría adoptar algunas de las maneras del maestro, pero sin acercarse jamás al encanto del original.
Bogart fue y es mucho más que un actor y mucho más que una persona. Para mí, Bogart es el blanco y negro, el tabaco, el alcohol, un sombrero, una gabardina, el cinismo, los casinos, la integridad camuflada, el saber estar, la elegancia. Para mí, Bogart es el cine.
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